Carl Sagan - Contacto

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Contacto: краткое содержание, описание и аннотация

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La novela trata sobre lo que podría ser el contacto con una cultura extraterrestre inteligente, sobre cómo se vería afectada la especie humana al conocer que no estamos solos en el universo, lo que sería un gran cambio en la historia de la humanidad. La protagonista, Eleanor
Arrowayw, dirige el proyecto Argus del SETI, dedicado a captar emisiones de radio provenientes del espacio.
Un día, sus radiotelescopios captan una señal compuesta por una serie de números primos, lo que se considera evidencia de una inteligencia extraterrestre. La señal, además, contiene instrucciones para construir una compleja máquina. Una vez construida, cinco tripulantes, incluida la propia Ellie, son transportados a través de varios agujeros de gusano (ellos creen que es por medio de agujeros negros) a un punto en el centro de la Vía Láctea, específicamente en la constelación de Lyra y en Vega donde se reúnen con extraterrestres que adoptan la forma de un ser querido para cada uno de ellos.
Al volver a la Tierra, descubren que su viaje apenas ha durado veinte minutos de tiempo real, y que no quedan pruebas grabadas, por lo que son acusados de fraude y sometidos a frecuentes interrogatorios.
En una especie de epílogo, Ellie actuando según una sugerencia de los emisores de la señal, trabaja en un programa para encontrar patrones ocultos en los decimales del número pi. Finalmente encuentra oculto en la representacion en base 11 un patrón especial en el que los números dejan de variar de forma aleatoria y comienzan a aparecer unos y ceros en una secuencia. La única forma de ocultar semejante mensaje en pi es que el propio creador del universo lo hubiera hecho. Por lo que Ellie empieza una nueva búsqueda análoga al SETI en el aparente ruido de los números irracionales. Esta parte de la trama fue completamente omitida en el film realizado sobre la novela.

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Ya había habido anuncios oficiales, comunicados y entrevistas al secretario Kitz y al asesor Der Heer. Por todo ello, solicitaba al periodismo se respetaran los deseos de la doctora Arroway en el sentido de no conceder conferencias de prensa. Hubo, sí oportunidad de tomarle fotografías. Ellie partió a Washington sin poder determinar cuánto era lo que sabía la jefa del Estado.

La enviaron de regreso en un pequeño jet militar, y aceptaron hacer una escala en Janesville durante el trayecto. La madre tenía puesta su vieja bata acolchada, y alguien le había dado un toque de color en las mejillas. Ellie apoyó la cara sobre la almohada, junto a su madre. La mujer había recuperado en parte el habla, y el uso de su brazo derecho, lo suficiente como para darle a su hija unas palmaditas en la espalda.

— Mamá, tengo que contarte una cosa importantísima, pero te pido que mantengas la calma. No quisiera ponerte nerviosa. Mamá… estuve con papá; lo vi, y te mandó cariños.

— Sí. — La anciana asintió lentamente —. Vino ayer.

Ellie sabía que John Staughton había ido a visitarla el día anterior. Ese día, sin embargo, se disculpó de acompañar a Ellie aduciendo un exceso de trabajo, aunque quizá sólo lo hubiese hecho para que pudieran estar solas.

— No, no. Me refiero a papá.

— Dile… — La mujer articulaba con dificultad. — Dile… vestido de chiffon… pase por la tintorería… al salir… ferretería.

Su padre seguía siendo gerente de una ferretería en el universo de su madre. Y en el propio también.

El largo cerco de protección se prolongaba, ya sin necesidad, de uno a otro horizonte, interrumpiendo la amplía extensión del desierto. Ellie se sentía feliz de regresar, de poder iniciar un nuevo, aunque mucho más reducido, programa de investigación.

Habían designado a Jack Hibbert director interino de Argos, y ella no tendría el peso de las responsabilidades administrativas. Dado que quedaba mucho tiempo libre para el uso de los telescopios desde que se interrumpiera la señal de Vega, se advertía en el ambiente un renovado aire de progreso en ciertas disciplinas de la radioastronomía que habían quedado relegadas. Los colaboradores de Ellie no daban la menor muestra de aceptar la idea de Kitz en el sentido de que el Mensaje fuera una patraña. Ellie se preguntó qué explicaciones darían Der Heer y Valerian a sus colegas acerca del Mensaje y de la Máquina.

Tenía la certeza de que Kitz no había dejado trascender ni una palabra fuera del recinto de su oficina del Pentágono que pronto habría de abandonar.

Willie se había encargado de traerle el Thunderbird desde Wyoming, pero se había convencido que sólo podría conducirlo dentro del predio de la planta de por sí suficientemente espacioso para poder pasear por allí. Sin embargo, no habría más paisajes téjanos, no más guardias de honor de conejos, no más ascensos a la montaña para contemplar las estrellas. Eso era lo único que lamentaba de la reclusión, pero de todas maneras, los conejos no realizaban sus formaciones durante el invierno.

Al principio, nutridos contingentes de periodistas recorrieron la zona con la esperanza de poder hacerle alguna pregunta a gritos o fotografiarla con lentes telescópicos. No obstante, ella mantuvo obstinadamente su aislamiento. El recientemente incorporado personal de relaciones públicas era muy eficiente en su misión de desalentar los deseos de interrogarla. Al fin y al cabo, la Presidenta misma había solicitado que se respetara la intimidad de la doctora.

En el curso de las semanas y meses siguientes, el ejército de reporteros se redujo a una compañía y luego a un mero pelotón. Sólo permaneció un grupo de los más tenaces, en su mayoría integrantes del plantel de El Holograma Mundial y otros semanarios sensacionalistas, de las publicaciones milenaristas y un único corresponsal de una publicación llamada Ciencia y Dios. Nadie sabía a qué secta pertenecía y el periodista tampoco lo dio a conocer.

Los comentarios que se publicaban hablaban de doce años de esforzada labor, que culminó con el trascendental descifrado del Mensaje y la posterior fabricación de la Máquina. Lamentablemente, cuando las expectativas mundiales alcanzaban su punto más alto, el proyecto fracasó, y por eso era comprensible que la doctora Arroway se sintiese desilusionada, quizás incluso deprimida.

Muchos editorialistas comentaban sobre la conveniencia de esa pausa. El ritmo de los nuevos descubrimientos y la obvia falta de replanteamientos en el plano filosófico y religioso hacían necesario un período para la reflexión. Tal vez la Tierra no estuviera preparada aún para el contacto con civilizaciones extrañas. Algunos sociólogos y educadores sostenían que debían pasar varias generaciones antes de que se pudiera asimilar como corresponde la mera existencia de seres más inteligentes que el hombre.

Se trataba de un golpe mortal para la autoestima de los humanos, aseguraban. Al cabo de unas décadas estaríamos en mejores condiciones para comprender los principios básicos de la Máquina. Entonces nos daríamos cuenta del error cometido, de que, por apresuramiento y negligencia, habíamos impedido que funcionara la Máquina en ocasión del primer ensayo, efectuado en 1999.

Algunos analistas de temas religiosos aseguraban que el fracaso de la Máquina era un castigo por el pecado de orgullo, por la arrogancia del hombre. En un sermón televisivo propalado a todo el país, Billy Jo Rankin expresó que el Mensaje procedía de un infierno llamado Vega reiterando de ese modo su conocida opinión sobre el tema. El Mensaje y la Máquina, dijo, eran una Torre de Babel del último día. Siguiendo un impulso desatinado y trágico, el hombre había aspirado a alcanzar el trono de Dios. En la antigüedad había existido una ciudad donde imperaban la fornicación y la blasfemia, llamada Babilonia, que Dios había decidido destruir. En nuestra época, también había una ciudad del mismo nombre. Los que se entregaban a la palabra de Dios habían cumplido también allí la voluntad divina. El Mensaje y la Máquina representaban otro embate de la perversidad contra los hombres justos y rectos. También en eso habíamos podido contrarrestar los planes diabólicos; en Wyoming, mediante un accidente de inspiración divina, y en la Rusia hereje, a través de la divina providencia que logró frustrar los planes de los científicos comunistas.

Pese a esas claras advertencias de Dios, continuó Rankin, el ser humano había intentado por tercera vez construir la Máquina. Dios se lo permitió, pero luego, de una manera sutil, hizo que la Máquina fallara, desbarató los planes diabólicos y una vez más demostró su amor por los rebeldes y pecadores — y más aún, indignos — hijos de la Tierra. Era hora de reconocer nuestros pecados y, antes de la llegada del verdadero Milenio — que comenzaría el 1.° de enero del 2001 — volviéramos a encomendarnos a Dios.

Había que destruir las Máquinas, todas, y hasta el último de sus componentes. Era preciso extirpar de raíz, antes de que fuese demasiado tarde, la idea de que podíamos sentarnos a la diestra de Dios con sólo fabricar una máquina, en vez de mediante la purificación de nuestros corazones.

En su pequeño departamento, Ellie escuchó el sermón entero. Luego apagó el televisor y reanudó su trabajo de programación.

Las únicas llamadas de afuera que le permitían recibir eran las provenientes de Janesville (Wisconsin). Todas las demás debían pasar por censura, y por lo general se las rechazaba con amables disculpas. Ellie archivó, sin abrir, las cartas de Valerian, Der Heer y de Becky Ellenbogen, su antigua compañera de universidad. Palmer Joss le envió varias esquelas por correo expreso, y luego un mensajero. Sintió deseos de leer estas últimas, pero no cedió a la tentación. En cambio, le mandó a él una notita con un breve texto:

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