Robert Sawyer - Factor de Humanidad

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Factor de Humanidad: краткое содержание, описание и аннотация

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En el año 2007 se detecta una señal procedente del espacio profundo. Misteriosos e ininteligibles flujos de datos son recibidos durante diez años. Entonces la señal se detiene.
Heather Davis, profesora de la Universidad de Toronto, ha dedicado toda su carrera a descifrar el mensaje. Mientras, su vida personal ha sucumbido: una hija suicida, un matrimonio destrozado. Pero es ella quien finalmente descifra el mensaje. Descubre una sorprendente tecnología nueva que puede abrirse paso a través de las barreras del espacio y el tiempo, con la promesa de una nueva etapa en la evolución humana. Parecen cercanos una capacidad de exploración ilimitada... o el final de la raza humana.
Factor de humanidad El canadiense Robert J. Sawyer ganador del Premio Nebula y nominado al Premio Hugo por
, habiendo sido finalista los cuatro últimos años, es uno de los autores más aclamados y respetados del momento en Estados Unidos.

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Kyle no se fiaba de su voz. Todavía había demasiada furia y resentimiento en su interior.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó.

Becky miró a su madre, y luego al suelo.

—Y-yo… me di cuenta de que no podías haber hecho nada así.

—Estabas segura antes —las palabras, duras, salieron de Kyle antes de que pudiera impedirlo.

Becky asintió levemente.

—Lo sé. Lo sé. Pero… pero he examinado lo que hizo mi psiquiatra, y las técnicas que empleó. Yo… yo no sabía que se podían crear recuerdos —miró brevemente a su padre, y luego de nuevo a la alfombra.

—Esa zorra —dijo Kyle—. Los problemas que ha causado.

Becky miró de nuevo a su madre: algo pasaba entre ellas, pero Kyle no podía decir qué era.

—No nos preocupemos por ella ahora —dijo Becky—. Por favor. Lo importante es que esto se acabó… o al menos si me perdonas.

Miró de nuevo a su padre, con sus grandes ojos castaños. Kyle sabía que su rostro era impasible, no supo cómo reaccionar. Lo habían destrozado, vilipendiado, apartado… ¿y ahora todo se acababa, así sin más?

Sin duda que debería de haber algo más que una mera disculpa. Sin duda las heridas tardarían años, décadas en sanar.

Y sin embargo…

Sin embargo, más que nada, quería esto. No había rezado, por supuesto, pero si había una cosa por la que hubiera sido capaz de rezar, habría sido para que su hija se diera cuenta de su error.

—¿Estás segura ahora? —dijo Kyle—. ¿No cambiarás de opinión de nuevo? No podría soportarlo si…

—No lo haré, papá. Lo prometo.

¿Se había acabado de verdad? ¿Había terminado la pesadilla de una vez? Cuántas noches había deseado que el reloj pudiera marchar hacia atrás… y ahora ella estaba al parecer ofreciendo, en esencia, justo eso.

Pensó en el pobre Stone, delante de su oficina, recibiendo a sus estudiantes femeninas en los pasillos.

Becky permaneció quieta un instante, y luego dio un pasito. Kyle vaciló un momento, luego abrió los brazos, y Becky se abalanzó hacia ellos. De repente, se desplomó contra su hombro, llorando.

—Lo siento muchísimo —dijo entre sollozos.

Kyle no pudo encontrar palabras: la furia no podía desconectarse con un interruptor.

La abrazó durante largo rato. No la había abrazado… Dios, tal vez desde que cumplió los dieciséis años. Tenía el hombro húmedo; las lágrimas de Becky se habían filtrado a través de su camisa. Vaciló durante un momento. Maldición, probablemente vacilaría durante el resto de su vida. Entonces alzó la mano para acariciar su largo pelo negro.

Permanecieron en silencio durante largo rato. Finalmente, Becky se separó un poco y miró a su padre.

—Te quiero —dijo, secándose los ojos.

Kyle no sabía cómo se sentía, pero dijo las palabras de todas formas:

—Yo también te quiero, Becky.

Ella negó un poco con la cabeza.

Kyle vaciló otra vez, y luego amablemente le alzó la barbilla con un dedo.

—¿Qué?

—No «Becky» —dijo su hija. Consiguió ofrecerle una sonrisa—. Calabacita.

Ahora las lágrimas escaparon de los ojos de Kyle. Envolvió a su hija con sus brazos, y esta vez dijo de corazón cada palabra.

—Yo también te quiero… Calabacita.

Capítulo 33

Becky se quedó en la casa durante dos dichosas horas más, pero por fin tuvo que marcharse. Vivía en el centro y tenía que levantarse temprano para acudir a la tienda el miércoles por la mañana.

Cuando se marchó, Kyle se sentó en el sofá.

Heather lo miró durante largo rato.

Era un hombre tan complicado… mucho más complicado que nadie que hubiera conocido. Y era básicamente un hombre bueno.

Pero no perfecto, claro. De hecho, Heather se había sentido sorprendida y decepcionada por algunas cosas que había descubierto mientras sondeaba su memoria. Tenía su lado oscuro, sus partes sombrías: podía ser mezquino y egoísta y desagradable.

No, no existía el hombre perfecto… pero claro, eso lo sabía antes de marcharse de Vegreville y venir a Toronto. Kyle era a la vez grandioso y lleno de defectos, picos y valles, más y menos de lo que ella pensaba que era.

Pero, advirtió, sea lo que sea ahora, podía aceptarlo: su relación no era ideal, y probablemente nunca lo sería. Pero sabía en el fondo de su corazón que era mejor de lo que podría ser con nadie más. Y quizás reconocer eso era una definición de lo que es el amor tan buena como cualquier otra.

Heather cruzó la habitación y se acercó a él. Kyle la miró con sus ojos marrones de cachorrillo, como los de Becky.

Ella extendió una mano. Él la tomó. Y entonces Heather lo condujo escaleras arriba, hasta el dormitorio.

Había pasado un año desde la última vez que hicieron el amor.

Pero la espera mereció la pena.

Ella se relajó.

Cuando terminaron, cuando estaban tendidos abrazándose, Heather pronunció las únicas palabras que se dijeron esa noche, después de la marcha de Becky:

—Bienvenido a casa.

Se quedaron dormidos el uno en brazos del otro.

La mañana siguiente: miércoles 16 de agosto.

Cuando alcanzó el pie de las escaleras, Heather contempló a Kyle. Él parecía estar mirando la nada, un punto en blanco de la pared entre un cuadro de Robert Bateman de una oveja bighorn y una lámina de Ansel Adams del desierto de Arizona.

Heather entró en la habitación. En una pared adyacente estaba su foto de bodas, que ahora casi tenía un cuarto de siglo. Pudo ver el precio que todo esto se había tomado en su marido. Hasta hacía poco, su pelo era casi del mismo color marrón oscuro que el día que se casaron, con sólo pequeñas incursiones de gris, y su amplia frente estaba relativamente libre de arrugas. Pero ahora… ahora había surcos permanentes en su entrecejo, y su barba rojiza y su cabello oscuro estaban veteados de plata.

También parecía físicamente reducido. Oh, sin duda todavía medía metro setenta y siete, pero estaba sentado en el sofá, encogido sobre sí mismo. Y estaba la barriguita… había luchado tanto por perderla después del infarto. Cierto, no había recuperado sus antiguas proporciones, pero Heather pudo ver claramente que se había dejado ir. Había esperado que ahora que Kyle había hecho las paces con Becky se hubiera librado de la depresión, pero a pesar de las alegrías de anoche, parecía que no lo había hecho.

Heather se internó en la habitación. Kyle la miró un instante; su rostro mostraba furia.

—Tenemos que detenerla —dijo.

—¿A quién?

—A la psiquiatra.

—Gurdjieff —dijo Heather.

—Sí. Tenemos que detenerla —Kyle miró a Heather—. Podría hacerle lo mismo a cualquier otra persona… destrozar a otra familia.

Heather se sentó junto a él en el sofá.

—¿Qué sugieres?

—Que hagamos que la degraden… o le hagan el equivalente psiquiátrico.

—Quieres decir que le retiren la licencia. Pero no es psiquiatra, ni psicóloga. Ni siquiera dijo que fuera terapeuta, ni lo tenía escrito en ninguna parte cuando la visité. Así es como la llamó Becky. Pero ella se llamaba a sí misma «consejera», y bueno, no hace falta tener licencia para ser consejero de nada en Ontario.

—Entonces deberíamos demandarla. Demandarla por prácticas tendenciosas. Tenemos que asegurarnos de que nunca intente amenazar a nadie más.

Heather no sabía qué decir. Había intentando absorber todas las ramificaciones de su descubrimiento: sin duda, una vez que lo hiciera público, una vez que toda la raza humana tuviera acceso al psicoespacio, no sería posible en modo alguno que un fraude como Gurdjieff pudiera continuar teniendo ninguna influencia: el problema se zanjaría solo.

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