—¿Y sondeaste mi mente sin decírmelo? ¿Sin mi permiso?
Heather bajó la mirada.
—Lo siento.
—Esto es increíble. Es el colmo.
—No es tan malo —dijo Heather—. Pude demostrar que no habías hecho daño a Becky ni a Mary.
— ¿Demostrar? —la voz de Kyle se volvió brusca ahora—. ¿No confiabas en mí… no me creías?
—Lo siento, pero… pero son mis hijas. No podía elegir entre ellas y tú. Tenía que saber… saber con certeza, antes de poder empezar a recomponer a mi familia.
—Jesucristo —dijo Kyle—. Jesucristo.
—Lo siento —repitió ella.
—¿Como has podido ocultarme eso? ¿Cómo demonios has podido ocultármelo?
Heather sintió que su propia furia aumentaba. Estaba a punto de replicar: ¿Cómo pudiste ocultarme tus fantasías sexuales?
¿Me dijiste que odiabas a mi madre?
¿Me hiciste saber lo que realmente pensabas porque aún no tengo plaza fija? ¿Porque no contribuyo económicamente tanto como tú?
¿Me revelaste tus sentimientos hacia Dios?
¿Cómo pudiste mantenerme tantas cosas en secreto, año tras año, década tras década, un cuarto de siglo de engaños? Menores, sí, pero el efecto acumulativo… como una muralla entre nosotros, construida ladrillo a ladrillo, mentira a mentira, omisión a omisión.
¿Cómo pudiste mantener todo eso oculto?
Heather tragó saliva, recuperando la compostura. Y entonces una risita sin humor escapó de su garganta, ahora seca. Todo lo que acababa de pensar (su propia furia, sus propios sentimientos contenidos) pronto quedarían al descubierto para él. Era inevitable: no habría forma de impedirlo; él no podría resistir la tentación, una tentación que sin duda consideraría su derecho, su turno, cuando entrara en el aparato alienígena.
Se encogió un poco de hombros.
—Lo siento, de verdad.
Él se rebulló de nuevo en el sofá, como si estuviera a punto de levantarse.
—Pero… ¿no lo ves? —dijo ella—. ¿No lo entiendes? No es sólo tu mente, o mi mente, lo que se puede tocar. Es cualquier mente… incluyendo, tal vez, las que ya no están activas.
Extendió la mano, tocó la suya, los dedos inmóviles.
—No lo he intentado todavía, pero tal vez funcione. Tal vez podrías tocar la mente de Mary… su archivo, la copia de seguridad.
Apretó la mano, sacudiéndola ligeramente, buscando una respuesta.
—Tal vez puedas hacer las paces con ella. En un sentido muy real, tal vez puedas.
Kyle alzó las cejas.
—Sé que todavía no se ha acabado —dijo Heather—. Pero tal vez se acabe pronto. Tal vez podamos hacer que todos los demonios, todos los malos tiempos desaparezcan.
—¿Y qué sucederá después? —preguntó Kyle—. ¿Qué sucederá luego?
Heather abrió la boca para responder, pero la cerró, advirtiendo que no tenía la menor idea.
En cuanto llegaron al despacho de Heather, el problema saltó a la vista. Kyle era demasiado grande para entrar en el aparato.
—Maldición —dijo Heather—. Quería haber hecho algo al respecto —se encogió de hombros a modo de disculpas—. Me temo que tendremos que mandar construir uno más grande.
—¿Cuánto tiempo tardará?
—Unos cuantos días. Llamaré a Paul y…
—¿Paul? ¿Y ese quién es?
Heather hizo una pausa. Podía decir que era solo un tipo de Ingeniería Mecánica, pero…
Pero había más. Y no tenía sentido mantenérselo a Kyle en secreto. A Kyle… y a cualquiera.
—Lo conoces —dijo Heather, vacilante—. Los dos estábais en el comité del Centro Gotlieb.
—No lo recuerdo.
—Él sí te recuerda a ti.
Kyle no dijo nada, pero Heather supo por el contacto que había tenido con su mente cómo odiaba estas situaciones cuando se producían. Kyle era fácil de recordar: la barba roja, el pelo negro, la nariz romana. La gente lo recordaba… y eso le hacía estar en guardia respecto a su aspecto.
—De todas formas —dijo Heather—, es el ingeniero que me ayudó a construir el aparato. Pero aún no sabe para qué sirve. Y…
—¿Si?
Ella se encogió de hombros.
—Pasamos un rato juntos. Él estaba interesado en mí.
Kyle se envaró.
—¿Y tú estabas interesado en él?
Heather asintió levemente.
—¿Cómo se dice? Después de que conectes con la supermente, lo descubrirás, sí. Lo ansié en mi corazón —miró al suelo durante un rato, luego volvió a levantar la cabeza—. Te diré la verdad, Kyle. Temía este momento. Hemos pasado un infierno juntos, tú y yo, y eso casi destruyó nuestro matrimonio —hizo una pausa—. Pero no sé si vamos a sobrevivir a esto. No sé qué pensarás de mí después de que hayas visto mi mente.
El rostro de Kyle permaneció impasible.
—Sólo recuerda que te quiero —dijo Heather. Inspiró profundamente—. Ahora vamos a ver a Paul.
Fue juego de niños reprogramar al robot fabricante para que creara un nuevo conjunto de placas al ciento cincuenta por ciento del tamaño de las antiguas. Paul se quedó completamente perplejo sobre su necesidad, sobre todo cuando Kyle firmó el requisito esta vez. Pero las nuevas placas estuvieron listas para el sábado.
Kyle, Heather y Becky las montaron. Construyeron este aparato en el laboratorio de Kyle, que tenía mucho más espacio libre y techos mucho más altos que el despacho de Heather. Era algo asombroso, (¡construir un aparato alienígena!) y sin embargo Kyle no dejó de pensar todo el tiempo lo maravilloso que era que los tres estuvieran haciendo algo juntos otra vez.
—¿Qué están ustedes haciendo? —preguntó Chita, observándolos desde la consola.
—Es un secreto —respondió Becky, mientras unía dos placas.
—Sé guardar un secreto.
—Sí que sabe —dijo Kyle, levantando la mirada del montón de placas que tenía delante.
Chita esperó pacientemente, y por fin Heather le habló de la supermente y la herramienta Centauri para acceder a ella.
—Fascinante —dijo Chita cuando terminó—. Eso resuelve de una vez por todas la cuestión sobre mi humanidad.
—¿Cómo es eso? —preguntó Heather.
—Soy artificial. Estoy separado de la supermente humana —hizo una pausa—. No soy humano.
—No, no lo eres —dijo Kyle—. No eres una extensión de una unidad superior.
—Estoy conectado a Internet —dijo Chita, a la defensiva.
—Claro que sí —dijo Kyle—. Claro que sí.
Chita guardó silencio durante largo rato.
—¿Cómo es ser humano, doctor Graves?
Kyle abrió la boca para responder, luego la cerró, reflexionando sobre el tema. Miró primero a su esposa, luego a su hija.
—Es maravilloso, Chita —se encogió de hombros—. A veces es tan maravilloso que duele.
Chita reflexionó sobre eso.
—¿He de entender que ha tenido usted pleno acceso a la mente del doctor Graves, profesora Davis? —dijo el ordenador.
—Eso es.
—¿Y que usted, doctor Graves, está a punto de tener la habilidad de ganar similar acceso a la mente de la profesors Davis?
—Eso me han dicho.
—¿Y que usted, Becky, ha entrado también en ese reino del psicoespacio?
—Ajá.
—En ese caso, ¿me da usted su permiso, doctor Graves, para decirles lo que pienso?
Kyle alzó las cejas. Becky también pareció sorprendida. Heather se quedó boquiabierta. Todos intercambiaron una mirada. Entonces Kyle se encogió de hombros.
—Claro, ¿por qué no?
Chita guardó silencio durante unos instantes, al parecer poniendo en orden sus pensamientos. Kyle se levantó y se apoyó contra la pared; Heather estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas; Becky estaba también en el suelo.
—El doctor Graves me dijo que usted lo acusó, Rebecca —dijo Chita.
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