—Bueno, eso puede pasar. Los recuerdos pueden implantarse, incluso a través de sugestiones y repeticiones constantes. Y si un psiquiatra lo aumenta con hipnosis, pueden crearse recuerdos falsos realmente inamovibles.
—¿Pero por qué demonios iba a hacer un psiquiatra eso?
Heather se entristeció.
—Citando un viejo chiste del departamento de psicología, hay muchos caminos hacia la salud mental, pero ninguno tan lucrativo como el análisis freudiano.
Kyle frunció el ceño. Guardó silencio durante unos segundos, como si decidiera si hacer o no otra pregunta . Y por fin la hizo.
—No intento llevarte la contraria, pero la declaración de inocencia por mi parte no ha sido para tirar cohetes. ¿Por qué crees que los recuerdos de Becky podrían ser falsos?
—Porque su psiquiatra sugirió que mi padre podría haberme molestado también.
—Oh —dijo Kyle. Y luego añadió—: Oh.
Después de que Kyle se marchara a casa, Heather permaneció sentada en el salón a oscuras, pensando. Hacía tiempo que tendría que haberse metido ya en la cama: mañana tenía una reunión a las nueve.
Maldición, tal vez el imsomnio de Kyle era contagioso. Estaba agotada, pero demasiado nerviosa para dormir.
Le había dicho algo a Kyle, palabras murmuradas sin pensar, y ahora estaba intentando decidir si las creía o no.
Pero esas cosas: una guerra, la explosión de un coche, incluso la muerte de un hijo, son cosas comunes. No son impensables: de hecho, no hay un solo padre vivo que no tema que le ocurra algo a uno de sus hijos.
Pero no era un «algo» indefinido lo que le había sucedido a Mary. No, Mary se había quitado la vida, cortándose las venas. Heather no se lo esperaba, ni se lo temía. Había sido tan sorprendente para ella como… como… bueno, como lo que supuestamente había visto Eileen Franklin, la violación y el asesinato de su amiga de la infancia a manos de su propio padre.
Pero Heather no había aislado los recuerdos de lo que le había sucedido a Mary.
Porque…
Porque, tal vez, el suicido no era impensable.
No se trataba, naturalmente, de que Heather hubiera pensado nunca en quitarse la vida… no en serio, al menos.
No, no, no era eso. Pero el suicidio había tocado su vida una vez ya, en el pasado.
No solía pensar en ello.
De hecho, no había pensado en ello durante años.
¿Habían sido reprimidos los recuerdos? ¿Los había sacado a la luz la tensión reciente?
No. Seguro que no. Seguro que podría haberlo recordado todo en cualquier momento y había decidido no hacerlo.
Heather tenía dieciocho años, recién salida del instituto, y salía de la pequeña ciudad de Vegreville, Alberta, por primera vez, para cruzar medio continente hasta el gigantesco y metropolitano Toronto. Había probado muchas cosas nuevas aquel primer año salvaje. Y había emprendido un curso de iniciación a la astronomía: siempre le habían encantado las estrellas, aquellas puntas de cristal sobre la llana pradera del cielo.
Heather se enamoró como una tonta del ayudante del profesor, Josh Huneker. Josh era seis años mayor, estudiante postgraduado, delgado, con delicadas manos de cirujano, tristes ojos azul claro, y los modales más amables y educados que había conocido jamás.
Naturalmente, no fue amor… no realmente. Pero eso pareció entonces. Ella quería ser amada, estar con un hombre, experimentar, hacer acopio de experiencias.
Josh pareció… no indiferente, pero sí tal vez ambivalente hacia las claras atenciones de Heather. Se conocieron al principio del año académico, en septiembre. El día de Acción de Gracias canadiense, cinco semanas más tarde, ya eran amantes.
Y eso fue todo lo que ella pudo esperar. Josh era sensible y simpático y amable, y después, conversaba con ella durante horas: sobre la humanidad, sobre ecología, sobre las ballenas, sobre las selvas tropicales, y sobre el futuro.
Salieron intermitentemente durante gran parte de aquel curso. Sin compromisos: Josh no parecía querer ninguno, y, la verdad fuera dicha, tampoco Heather. Pretendía ensanchar sus experiencias, no sentar la cabeza.
En febrero, Josh tuvo que marcharse. El Consejo de Investigación Nacional de Canadá instaló un radiotelescopio de cuarenta y seis metros en el Lago Traverse, en Parque Algonquino, una enorme zona de bosque salvaje y placas precámbricas en el norte de Ontario. Josh tenía que pasar una semana allí, ayudando a controlar el equipo.
Y se marchó. Pero el otro astrónomo que lo acompañaba enfermó de apendicitis. Una ambulancia aérea lo llevó desde el edificio del telescopio hasta un hospital en Hunstville.
Josh se quedó, pero entonces las tormentas de nieve impidieron que nadie fuera a reunirse con él. Se quedó solo con el telescopio gigante durante una semana, cubierto de nieve.
No tendría que haber habido ningún problema; había suficiente comida y agua para atender a dos personas durante toda la estancia prevista. Pero cuando las carreteras finalmente se despejaron y alguien pudo llegar al observatorio desde Toronto, encontraron muerto a Josh.
Se había suicidado.
Heather no tenía ninguna relación especial con él; la policía nunca se lo notificó directamente. Se enteró por un artículo en The Toronto Star.
Decía que se había suicidado después de discutir con su amante.
Heather sabía que Josh tenía un compañero de habitación. Había visto a Barry (estudiante de filosofía con la barba muy bien recortada) varias veces.
Pero no se había dado cuenta de lo íntimos que eran Josh y Barry, ni de hasta qué punto ella había sido… bueno, si no un peón, sí un factor que complicaba la problemática relación que tenían.
No, no solía pensar a menudo en eso.
Pero sin duda había hecho mella. Tal vez se sorprendió menos que la mayoría de las madres cuando resultó que su hija tenía demonios ocultos y asuntos por resolver… cuando su propia hija se quitó la vida.
Y si no hubiera sido un shock grande e impensable, entonces no podría haber reprimido los recuerdos de la muerte de Mary… no importaba cuánto hubiera querido hacerlo.
A varios kilómetros de distancia, Kyle estaba acostado en su cama, en su apartamento de una sola habitación, tratando de dormir.
Recuerdos falsos.
O recuerdos reprimidos.
¿Había algo en su vida que hubiera sido tan traumático, tan doloroso que, si pudiera, lo hubiera borrado de su memoria?
Por supuesto que sí.
La acusación de Becky.
El suicidio de Mary.
Las dos peores cosas que le habían sucedido jamás.
Sí, si la represión fuera posible, sin duda reprimiría esos recuerdos.
A menos que… a menos que, como decía Heather, ni siquiera fueran lo suficientemente impensables para disparar el mecanismo de represión.
Se devanó los sesos, tratando de recordar otros ejemplos de cosas que podría haber reprimido. Era consciente de lo imposible que era esa tarea: tratar de recordar cosas que no se permitiría recordar.
Pero entonces lo recordó, algo de su infancia. Algo en lo que nunca había pensado. Algo que le había costado su fe en Dios.
Kyle había sido educado en la Iglesia Unida de Canadá, una cómoda denominación protestante. Pero se había ido apartando a medida que pasaban los años y hoy acudía a la iglesia sólo cuando lo requerían las bodas o los funerales. Oh, en momentos de silenciosa reflexión, pensaba que debía haber algún tipo de Creador, pero desde aquel día, cuando tenía quince años, había sido incapaz de creer en el Dios benévolo que su iglesia predicaba.
Los padres de Kyle habían salido esa noche, y él decidió permanecer despierto todo el tiempo posible. No podía jugar con el mando a distancia cuando su padre estaba en casa, pero ahora cambiaba de canales como un loco, esperando que apareciera algo excitante en la televisión de madrugada. Sin embargo, cuando se topó con un documental sobre naturaleza, se detuvo. Nunca se sabía cuándo podía aparecer una nativa africana con las tetas al aire.
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