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Robert Sawyer: Homínidos

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Homínidos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2004, ISBN: 978-84-666-1912-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Homínidos

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—¿Qué es eso? —exclamó Jasmel.

Sólo lo vieron un instante: una especie de escalerilla apoyada contra el lado curvo de una enorme cámara y, bajando por la escalerilla, una figura delgada vestida con una especie de ropa azul.

El robot continuó rotando y vieron que en el suelo había un gran entramado geodésico, con cosas como flores metálicas en sus intersecciones.

—Nunca he visto nada parecido —dijo Dern.

—Es precioso —comentó Jasmel.

Adikor contuvo la respiración. La visión seguía girando; mostró de nuevo la escalerilla, dos figuras más bajando por ella, y entonces, para su desesperación, las figuras desaparecieron cuando el robot siguió girando.

Su rotación ofreció dos atisbos más de figuras que vestían trajes sueltos azules, con caparazones amarillo vivo en la cabeza. Eran de hombros demasiado estrechos para ser hombres; Adikor pensó que tal vez fuesen mujeres, aunque eran delgadas incluso para ser mujeres. Pero sus caras, vistas tan brevemente, parecían carentes de vello y…

Y la imagen se sacudió de repente, y luego se aquietó, y el robot dejó de girar. Una mano apareció desde un lado, dominando brevemente el campo de visión de la cámara, una mano extraña y de aspecto débil con un pulgar corto y una especie de círculo de metal en un dedo. La mano había agarrado al robot, sujetándolo. Dern manejaba frenéticamente su caja de control, moviendo la cámara lo más rápido posible, y vieron bien por primera vez al ser que ahora extendía la mano y agarraba al robot colgante.

Dern jadeó. Adikor sintió un nudo en el estómago. La criatura era horrible, deforme, con una mandíbula inferior que sobresalía como si el hueso interior estuviera incrustado de bultos.

El repulsivo ser seguía sujetando el robot, tratando de bajarlo al suelo; los cables parecían estar a una distancia de medio cuerpo por encima del suelo de la enorme sala.

Cuando la cámara del robot se ladeó, Adikor vio que había una abertura al pie de la esfera geodésica, como si parte de ella hubiera sido desmontada. En el suelo de la sala había gigantescas piezas curvas de cristal o plástico transparentes apiladas unas encima de otras; seguramente lo que iluminaron al principio las linternas del robot. Esas piezas curvas de cristal parecían haber formado antes parte de una enorme esfera.

Ahora pudieron ver de manera intermitente a tres de los mismos seres, todos igualmente deformes. Dos de ellos carecían también de vello facial. Uno señalaba directamente al robot: su brazo parecía un palo.

Jasmel se llevó las manos a las caderas y sacudió lentamente la cabeza.

—¿Qué son? —Adikor movió la cabeza, asombrado.

—Son una especie de primates —dijo Jasmel.

—No son chimpancés ni bonobos —dijo Dern.

—No —respondió Adikor—, aunque son muy flacuchos. Pero casi carecen de pelo. Se parecen más a nosotros que a los simios.

—Lástima que lleven esas extrañas cosas en la cabeza —dijo Dern—. Me pregunto para qué son.

—¿Para protección? —sugirió Adikor.

—Si es así, no son muy eficaces —respondió Dern—. Si algo les cae en la cabeza, su cuello, no sus hombros, soportará todo el peso.

—No hay ni rastro de mi padre —dijo Jasmel, apenada.

Los tres guardaron silencio un momento. Entonces Jasmel volvió a hablar.

—¿Sabéis qué parecen? Parecen humanos primitivos… como esos fósiles que se ven en las cuevas galdarab.

Adikor retrocedió un par de pasos, literalmente conmocionado por la idea. Encontró una silla, la hizo girar sobre su base y se sentó.

—Gente de Gliksin —dijo, recordando el término. Gliksin era la región donde se habían encontrado por primera vez aquellos fósiles de los únicos primates conocidos sin arco ciliar y con aquellas ridículas protuberancias en la mandíbula inferior.

¿Podría su experimento haber atravesado fronteras de mundos, accediendo a universos que se habían separado mucho antes de la creación del ordenador cuántico? No, no. Adikor sacudió la cabeza. Era demasiado, una locura. Después de todo, los gliksins se habían extinguido… bueno, la cifra de medio millón de meses apareció en su cabeza, pero no estaba seguro de si era correcta. Adikor se pasó el borde de la mano una y otra vez por encima del arco ciliar. El único sonido era el zumbido del equipo purificador de aire; los únicos olores, su propio sudor y feromonas.

—Esto es bestial —dijo Dern en voz baja—. Es descomunal. Adikor asintió lentamente.

—Otra versión de la Tierra. Otra versión de la humanidad.

—¡Está hablando! —exclamó Jasmel, señalando a una de las figuras visibles en la pantalla—. ¡Subid el sonido!

Dern tendió la mano hacia un control.

—Habla —dijo Adikor, sacudiendo asombrado la cabeza—. Había leído que los gliksins eran incapaces de hablar, debido a su lengua demasiado corta.

Escucharon al ser hablar, aunque las palabras no tenían ningún sentido.

—Resulta muy extraño —dijo Jasmel—. No se parece a nada que yo haya oído antes.

El gliksin situado en primer plano había dejado de tirar del robot, pues evidentemente se había dado cuenta de que no había más cable del que tirar. Se apartó, y otros gliksins se asomaron a echar un vistazo. Adikor tardó un instante en darse cuenta de que había machos y hembras; ambos tenían los rostros lampiños, aunque unos pocos hombres lucían barbas. Las hembras parecían más pequeñas por regla general, pero, a unas cuantas al menos, se les notaban perfectamente los pechos bajo la ropa.

Jasmel se asomó a la sala de cálculo.

—El portal parece que permanece abierto sin problemas —dijo—. Me pregunto cuánto tiempo podrá mantenerse.

Adikor se estaba preguntando lo mismo. La prueba, la evidencia que lo salvaría a él, y a su hijo Dab, y a su hermana Kelon, estaba allí mismo: ¡Un mundo alternativo! Pero Daklar Bolbay sin duda diría que las imágenes, al estar grabadas en vídeo, eran falsas, sofisticadas imágenes generadas por ordenador. Después de todo, diría, Adikor tenía acceso a los ordenadores más potentes del planeta.

Pero si el robot podía traer algo… cualquier cosa. Un objeto manufacturado tal vez, o…

Distintas zonas de la cámara fueron visibles por partes a medida que la gente se movía y revelaba lo que tenía detrás. Era una caverna en forma de tonel, tal vez de unas quince veces la altura de una persona, abierta directamente en la roca.

—Desde luego, son variados, ¿no? —dijo Jasmel—. Parece que tienen diversos tonos de piel… ¡y mirad a esa hembra de allí! Tiene el pelo naranja… ¡igual que un orangután!

—Uno de ellos se marcha corriendo —señaló Dern.

—Así es —dijo Adikor—. Me pregunto adónde va.

—¡Ponter! ¡Ponter!

Ponter Boddit alzó la cabeza. Estaba sentado en una mesa del comedor de la universidad, con dos personas del departamento de física que le ayudaban mientras comían a elaborar un itinerario por las instalaciones de ciencias físicas de todo el mundo, incluidos el CERN, el Observatorio Vaticano, Fermilab y el Super Kamiokande de Japón, el otro principal detector de neutrinos del mundo que recientemente había sufrido daños en un accidente. Un centenar de estudiantes de verano contemplaban al Neanderthal desde cerca, fascinados.

—¡Ponter! —gritó de nuevo Mary Vaughan, con la voz entrecortada. Casi se desplomó contra la mesa cuando llegó hasta ella—. ¡Ven rápido!

Ponter se dispuso a levantarse. Lo mismo hicieron los otros dos físicos.

—¿Qué ocurre? —preguntó uno de ellos.

Mary ignoró al hombre.

—¡Corre! —le jadeó a Ponter—. ¡Corre!

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