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Robert Sawyer: Homínidos

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Homínidos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2004, ISBN: 978-84-666-1912-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Homínidos

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Por fin la cabina del ascensor llegó, y la puerta se abrió. No había nadie dentro. Ponter y Mary entraron, el operador en lo alto hizo sonar cinco veces la alarma (descenso directo sin paradas) y la cabina se puso en marcha.

Ahora que estaban bajando, no había forma de que se comunicaran con la sala de control del ONS… ni con nadie, excepto el operario del ascensor, y sólo por señales, con una alarma. Mary había hablado poco con Ponter durante la veloz carrera hasta allí, en parte porque había intentado concentrarse en controlar el vehículo, y en parte porque el corazón le latía al menos tan rápido como el motor del coche.

Pero ahora…

Ahora tenía un largo rato por delante sin nada que hacer mientras el ascensor se zambullía dos kilómetros. Ponter probablemente echaría a correr en cuanto la cabina llegara al nivel de dos mil metros, y ella no podía reprochárselo. Detenerse para que ella pudiera alcanzarlo lo retrasaría unos minutos cruciales mientras cubría el kilómetro de galería hasta la cavidad de la ONS.

Mary vio pasar nivel tras nivel. Era, después de todo, un espectáculo fascinante que nunca había visto antes, pero…

Pero ésta podría ser su última oportunidad para hablar con Ponter. Por un lado, el trayecto parecía requerir una enorme cantidad de tiempo. Por otro, horas, días o tal vez incluso años no serían suficientes para decir todas las cosas que Mary quería decir.

No sabía por dónde empezar, pero estaba segura de que no se lo perdonaría nunca si no se lo decía ahora, si no le hacía comprender. No es que fuera a desaparecer en los tiempos prehistóricos, después de todo; él avanzaría hacia el frente, no hacia atrás. Mañana sería mañana para él también, y el décimo aniversario del día en que se habían conocido sería simultáneo en ambas versiones de la Tierra… aunque él probablemente lo recordara en el centésimo mes, o en una fecha similar. De todas formas, Mary no tenía ninguna duda de que él reflexionaría y se extrañaría y se sentiría triste tratando de ordenar sus emociones y… tratando de comprender lo que había sucedido e, igual de importante, qué no había sucedido entre ellos.

—Ponter —dijo. Habló en voz baja y el traqueteo del ascensor era fuerte. Tal vez no la había oído. Estaba mirando por la puerta de la cabina, contemplando ausente la obscura roca al pasar mientras se hundían más y más.

—Ponter —repitió Mary, más fuerte.

Él se volvió hacia ella y alzó la ceja. Mary sonrió. Le había parecido desconcertante su expresión de asombro la primera vez que la vio, pero ahora estaba acostumbrada. Las diferencias entre ellos eran mucho menores que las similitudes.

Pero, con todo, esta vez había una barrera entre ellos… una barrera causada no porque él fuera miembro de una especie diferente, sino por el simple hecho de su sexo. Y más que eso. No era sólo que él fuese varón, sino que era abrumadoramente varón: musculoso como Arnold Schwarzenegger; todo velludo; barbudo; poderoso, duro y torpe al mismo tiempo.

—Ponter —dijo ella, murmurando su nombre por tercera vez—. Hay… hay algo que tengo que contarte.

Hizo una pausa. Una parte de ella pensaba que sería mejor no expresar eso, dejarlo, como tantas otras cosas, sin decir, sin contar. Y, naturalmente, cabía la posibilidad de que cuando llegaran a la cámara del ONS (todavía a muchos minutos de distancia) aquel portal que había aparecido por arte de magia entre su mundo y el de él estuviera cerrado, y ella continuara viendo a Ponter día sí día no, pero sin haber desnudado su alma, esa etérea esencia que ella creía que tenían ambos y que él estaba seguro de que ninguno de ellos poseía.

—¿Sí?

—Habías supuesto —dijo Mary—, y yo también, que la carambola física que te depositó aquí era irreproducible… que tendrías que quedarte aquí para siempre.

Él asintió levemente, su enorme rostro moviéndose arriba y abajo en la oscuridad.

—Pensamos que no había forma de que pudieras volver con Jasmel y Megameg —dijo Mary—. Que no había forma de volver con Adikor. Y aunque sabía que tu corazón le pertenecía a él, a ellos, y siempre lo haría, también supe que te estabas resignando a vivir en este mundo, en esta Tierra.

Ponter volvió a asentir, pero apartó los ojos de ella. Tal vez veía adónde iba a parar todo aquello; tal vez consideraba que no había que decir nada más.

Pero había que decirlo. Ella tenía que hacerle comprender… hacerle comprender que no era él. Era ella.

No, no, no. Eso era un error. No era ella tampoco. Era aquel hombre malvado y sin rostro, aquel monstruo, aquel demonio. Eso era lo que se había interpuesto entre ambos.

—Justo antes de que nos conociéramos —dijo Mary—, el día que llegaste a Sudbury, fui…

Se detuvo. Su corazón redoblaba; podía sentirlo… pero lo único que oía era el traqueteo del ascensor.

La cabina pasó el nivel de los trescientos cincuenta metros. Mary vio a un minero en la galería, esperando para subir, la cruda luz de su casco enviando una ráfaga a la cabina y jugando sin duda brevemente con su cara y la de Ponter, un extraño venido de fuera.

Ponter no dijo nada; esperó en silencio a que ella continuara. Y, por fin, ella lo hizo.

—Esa noche —dijo Mary—, fui…

Intentó decir la palabra a las claras, pronunciarla sin pasión, pero ni siquiera pudo darle voz.

—Fui… herida —dijo.

Ponter ladeó la cabeza, aturdido.

—¿Una herida? Lo siento.

—No. Quiero decir que fui herida… por un hombre. —Inspiró profundamente—. Me atacaron, en York, en el campus, después de anochecer…

Detalles insignificantes que retrasaban la palabra que sabía que tendría que decir. Bajó la mirada hacia el suelo metálico cubierto de barro. —Me violaron.

Hak pitó: la Acompañante tuvo el buen sentido de hacerlo a gran volumen para que el sonido se oyera por encima del ruido del ascensor. Mary lo intentó de nuevo.

—Me atacaron. Me atacaron sexualmente.

Oyó a Ponter sorber aire; incluso por encima del estrépito del ascensor, lo oyó jadear. Mary alzó la cabeza y buscó sus ojos dorados en la semipenumbra. Su mirada buscó adelante y atrás, a izquierda y derecha, de uno de sus ojos al otro, buscando su reacción, tratando de calibrar sus pensamientos.

—Lo siento mucho —dijo Ponter, amablemente.

Mary supuso que él (o Hak) lo decía por compasión, pero dijo, porque fue lo único que se le ocurrió decir:

—No fue culpa tuya.

—No —dijo Ponter. Ahora le tocó a él el turno de la falta de palabras. Finalmente, añadió—: ¿Fuiste herida… físicamente, quiero decir?

—Un poco vapuleada. Nada importante. Pero…

—Sí —dijo Ponter—. Pero… —Hizo una pausa—. ¿Sabes quién lo hizo?

Mary negó con la cabeza.

—Seguro que las autoridades han revisado tu archivo de coartadas y… —Apartó la mirada, de vuelta a la pared de roca que pasaba de largo. —Lo siento. —Hizo otra pausa—. Entonces… ¿entonces se escapará?

Ponter hablaba fuerte, a pesar de la delicadeza del tema, para que Hak detectara su voz por encima del traqueteo que los rodeaba. Mary percibía la furia, la cólera en sus palabras.

Resopló y asintió lenta, tristemente.

—Probablemente. —Se detuvo—. Yo… no hablamos sobre esto, tú y yo. Tal vez estoy presuponiendo demasiado. En este mundo, la violación se considera un crimen horrible, un crimen terrible. No sé…

—Es lo mismo en mi mundo —dijo Ponter—. Unos cuantos animales lo hacen… los orangutanes, por ejemplo… Naturalmente, con los archivos de coartadas, pocos son lo bastante idiotas para intentar una acción así, pero cuando se hace, se trata con dureza.

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