Robert Sawyer - Homínidos

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo.
Homínidos

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Mary asintió, vacilante.

—Eso podría discutirse.

Louise sonrió.

—Bueno, verás el paralelismo entre Ponter y la Virgen María dentro de un segundo. Déjame volver a mi pregunta anterior. He dicho que, si tenía razón, y el universo se divide cada vez que se toma una decisión, ¿cuándo se dividió por primera vez el universo? Y tú has respondido que la primera vez que alguien tomó una decisión. ¿Pero cuándo fue eso? No en la Biblia sino, bueno, en la realidad…

Mary tomó otra patata frita.

—Vaya, no lo sé. ¿La primera vez que un trilobite decidió ir a la izquierda en vez de a la derecha?

Louise depositó su vasito de cartón en una mesa.

—No, no lo creo. Los trilobites no tienen voluntad; ellos, y todas las otras formas primitivas de vida, son sólo máquinas químicas. Stephen Jay Gould no deja de hablar de rebobinar la cinta de la vida en sus libros y en conseguir un resultado distinto, y cuando lo dijo, creía que estaba haciendo una alusión a la teoría del caos. Pero se equivocaba. No importa cuántas veces pongas a un trilobite en la misma encrucijada, siempre tomará por el mismo camino. Un trilobite no piensa; no tiene conciencia. Sólo procesa los impulsos de sus sentidos y hace lo que éstos indican. No hace ninguna elección. Gould tenía razón, más o menos, al decir que si se cambiaran las condiciones iniciales, el resultado podría ser radicalmente diferente, pero rebobinar la cinta de la vida y repetirla de nuevo no produce un resultado más distinto que rebobinar una cinta de Lo que el viento se llevó y que acabe con Rhett y Escarlata juntos. Creo que las decisiones de verdad, decisiones reales, decisiones conscientes, emergieron mucho, mucho más tarde. Creo que nosotros, el Homo sapiens, fuimos los primeros seres conscientes de este planeta.

—Hay innumerables muestras de conducta sofisticada por parte de los primitivos —dijo Mary—. Del Homo ergaster, el Homo erectus, el Homo habilis, incluso los australopitecos y Kenyanthropus.

—Bueno, ya sé que éste es tu campo, profesora Vaughan… ¿De verdad se había pasado todo el tiempo que había durado la cuarentena sin llamarla Mary?—, pero he estado leyendo sobre el tema en la Red. Por lo que sé, esos primeros tipos humanos no tenían una conducta más sofisticada que la de un castor que construye una presa.

—Hicieron herramientas —dijo Mary.

Oui. Pero ¿no eran herramientas copiadas, prácticamente idénticas, creadas a miles a lo largo de siglos? ¿Todas siguiendo el mismo molde mental, el mismo diseño?

Mary asintió.

—Así es.

—Sin duda tenía que haber alguna diferencia natural entre esas herramientas de piedra —dijo Louise—, ya fuese por los accidentes casuales o por las diferencias aleatorias al tallar la piedra. Si había conciencia en funcionamiento, incluso sin elaborar una idea propia mejor, los primeros humanos deberían haber visto que algunas herramientas eran mejores que otras. No se puede decir que se sacaran la rueda del sombrero; primero empezarían con un bloque de cinco lados, luego accidentalmente crearían otro de seis… y advirtieron que rodaba algo mejor. Con el tiempo, hallarían la que fuese perfectamente redonda. Mary asintió.

—Pero si no hay ninguna conciencia en funcionamiento —dijo Louise—, simplemente descartas la versión mejor porque no encaja con el molde mental de lo que se suponía que tenía que ser producido. ¿De acuerdo? Y eso es lo que sucede con las herramientas del arsenal arqueológico: en vez de mostrar un refinamiento gradual a lo largo del tiempo, permanecen iguales. Y la única explicación que se me ocurre es que no había ninguna selección consciente de las mejores variantes: el que hacía las herramientas simplemente no era consciente, no podía ver que una forma concreta de golpear la piedra producía algo mejor. El diseño estaba estancado.

—Interesante punto de vista —dijo Mary, sinceramente impresionada.

—Y cuando vemos la compleja conducta repetitiva de otros animales, por ejemplo al construir una presa, lo llamamos instinto, y eso es lo que era esa forma de crear herramientas. No, hasta el Homo sapiens no hubo ninguna conciencia, y ahí está la clave: durante los primeros sesenta mil años de existencia del Homo sapiens, no hubo conciencia ninguna.

—¿De qué estás hablando?

—¿Cuándo aparecieron los primeros humanos anatómicamente modernos? —preguntó Louise, haciéndose de nuevo con su café.

—Hace cien mil años.

—Es la misma cifra que vi en la Red. Veamos, ¿lo he entendido bien? Hace cien mil años aparecieron unas criaturas que se parecían exactamente a nosotros, y que caminaban exactamente igual que nosotros, ¿no? Criaturas con un cerebro de la misma forma y tamaño que el nuestro, a juzgar por sus cavidades craneanas.

—Así es —dijo Mary. Se había terminado las patatas y sacó unos pañuelos de papel de su bolso para limpiarse el aceite de los dedos.

—Pero —dijo Louise—, según lo que he leído, durante sesenta mil años no tuvieron ningún pensamiento. Durante sesenta mil años, no hicieron nada que no fuera instintivo. Pero luego, hace cuarenta mil años, todo cambió.

Mary abrió mucho los ojos.

—El Gran Salto Adelante.

—¡Exactamente!

Mary sintió que el corazón le latía con fuerza. El Gran Salto Adelante era el término que algunos antropólogos daban al despertar cultural que había tenido lugar hacía cuarenta mil años: otros lo llamaban la Revolución del Paleolítico Superior. Como había dicho Louise, los seres humanos de aspecto moderno llevaban vivos seiscientos siglos a esas alturas, pero no habían creado ningún arte, no adornaban sus cuerpos con joyas y no enterraban a sus muertos con sus pertenencias. Pero de manera simultánea, hacía cuarenta mil años, de repente los humanos empezaron a pintar hermosas imágenes en las paredes de las cuevas, llevaban collares y brazaletes y enterraban a sus seres queridos con comida y herramientas y otros objetos de valor que sólo podían ser útiles en una supuesta otra vida. El arte, la moda y la religión aparecieron simultáneamente; en efecto, un gran salto adelante.

—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que algunos CroMagnons empezaron de pronto hace cuarenta mil años a tomar decisiones y el universo empezó a dividirse?

—No exactamente —contestó Louise. Había terminado su primer café; se levantó y compró un segundo—. Piensa en esto: ¿qué causó el Gran Salto Adelante?

—Eso no lo sabe nadie.

—Para todos los propósitos e intenciones, es un punto de inflexión, en los anales arqueológicos, que muestra el amanecer de la conciencia, ¿no te parece?

—Supongo que sí.

—Pero ese amanecer no va acompañado de ningún cambio físico notable. No es que una nueva forma de ser humano apareciera de pronto y empezara a hacer arte. Los cerebros capaces de conciencia habían existido durante sesenta mil años, pero no eran conscientes. Y entonces, sucedió algo.

—El Gran Salto Adelante, sí. Pero, como decía, nadie sabe qué lo causó.

—¿Has leído a Roger Penrose? ¿La nueva mente del emperador?

Mary negó con la cabeza.

—Penrose es un matemático de Oxford. Sostiene que la mente humana es de naturaleza mecánicocuántica.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que lo que nosotros consideramos inteligencia, conciencia del yo, no surge de una red bioquímica de neuronas, ni de algo así de burdo. Más bien, surge de procesos cuánticos. Específicamente, él y un anestesista llamado Hameroff sostienen que la superposición cuántica de electrones aislados en los microtúbulos de las células del cerebro crean el fenómeno de la conciencia.

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