«Dios, Dios, Dios…»
Pudo verse, ver sus ojos azules llenos de absoluto horror, ver su mandíbula abierta y…
Se asomó al espejo, tratando de verse mejor el escroto. Lo recorría una línea vertical y parecía… (¿podía ser?) como si lo hubieran sellado.
Palpó de nuevo, buscando las bolsas sueltas y arrugadas, esperando haberse equivocado.
Pero no lo había hecho.
Por Dios, no se había equivocado.
Ruskin se desplomó contra el lavabo y dejó escapar un largo y penetrante aullido.
Sus testículos habían desaparecido.
Jurad Selgan guardó silencio unos instantes. Naturalmente, lo que Ponter le había dicho era absolutamente confidencial. Las conversaciones entre un paciente y su escultor de personalidad estaban codificadas. Selgan nunca soñaría con revelar nada que le hubiera dicho un paciente suyo, y nadie podría abrir su archivo de coartadas ni el de su paciente para ver qué había pasado en las sesiones de terapia. Sin embargo, lo que Ponter había hecho…
—No nos tomamos la ley por nuestra propia mano.
Ponter asintió.
—Como dije al principio, no estoy orgulloso de lo que hice.
El tono de Selgan era suave.
—También dijo que volvería a hacerla, si tuviera ocasión.
—Lo que él había hecho estaba mal —dijo Ponter—. Mucho peor que lo que yo le hice. —Abrió los brazos, como buscando un modo de justificar su conducta—. Había atacado a mujeres, e iba a seguir atacándolas. Pero yo puse fin a eso. No porque ahora supiera que podía identificado por el olor, sino por el mismo motivo que nosotros esterilizamos siempre a los machos violentos de esa forma concreta. No sólo impedimos que sus genes se transmitan. Después de todo, al eliminar sus testículos el nivel de testosterona desciende de forma drástica y la agresividad desaparece.
—¿Y consideró que si usted no actuaba, no lo haría nadie? —preguntó Selgan.
—¡Exactamente! ¡Se hubiese salido con la suya! Mary Vaughan pensó que había ganado, al principio, que el violador no sabía a qué se enfrentaba al atacar a una genetista. Pero se equivocó. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía cómo asegurarse de que nunca lo castigaran por sus crímenes.
—Igual que usted sabía que nunca sería castigado por castrarlo —dijo Selgan, en voz baja.
Ponter no dijo nada.
—¿Lo sabe Mary? ¿Se lo ha dicho?
Ponter negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? —repitió Ponter, asombrado por la pregunta— ¿Por qué no? Cometí un crimen, un ataque horrible… No quería que ella tuviera nada que ver con eso. No quería que se sintiera culpable.
—¿Eso es todo?
Ponter guardó silencio, y examinó la pared de madera pulida circular.
—¿Es todo? —instó Selgan.
—Naturalmente, no quería que pensara mal de mí.
—Podría haber pensado bien de usted —dijo Selgan—. Después de todo, lo hizo por ella, para protegerla a ella y a otras como ella.
Pero Ponter negó con la cabeza.
—No. No, ella se habría enfadado, la hubiese decepcionado.
—¿Porqué?
—Es cristiana. El filósofo cuyas enseñanzas sigue sostenía que el perdón es la mayor de las virtudes.
Selgan enarcó la ceja gris sobre su frente.
—Algunas cosas son muy difíciles de perdonar.
—¿Cree que no lo sé? — replicó Porter.
—No me refiero a lo que hizo usted. Me refiero a lo que ese varón glikson le hizo a Mary.
Ponter tomó aire tratando de calmarse.
—¿Es ese Ruskin, el único glikson al que ha castrado?
Ponter dirigió su mirada hacia Selgan.
—Naturalmente.
—Ah, es que…
—¿Qué?
Selgan ignoró la pregunta por el momento.
—¿Le ha contado a alguien mas lo que hizo?
—No.
—¿Ni siquiera a Adikor?
—Ni siquiera a Adikor.
— Pero sin duda, confía usted en él.
—Si, pero…
—¿Ve? — dijo Selgan, cuando Preston se quedó sin palabras. —En nuestro mundo, no esterilizamos solamente a quienes cometen un crimen violento, ¿no?
—Bueno, no. Nosotros…
—¿Si?
—Nosotros esterilizamos al criminal y a todos los que compartan al menos el cincuenta por ciento de su material genético.
—¿Y esos serían…?
—Sus hermanos. Sus padres.
—Si. ¿Y?…
—Y… bueno, y los gemelos idénticos. Por eso decimos al menos cincuenta por ciento; los gemelos idénticos tienen en común el ciento por cien de su ADN.
—Sí, sí, pero se deja otro grupo.
—Los hermanos. Las hermanas, la madre del criminal. El padre del criminal.
¿Y?
—No sé a qué se… —Ponter guardó silencio—. Oh —dijo, en voz baja. Miró de nuevo a Selgan, entonces bajó la mirada—. Los descendientes. Los hijos. Mis dos hijas, Jasmel Ket y Mega Bek.
—Y por eso si alguien se enterara de su crimen, y de algún modo se le escapara, o el tribunal ordenara acceder a su archivo de coartadas, sólo usted sería castigado. Sus hijas serían esterilizadas también. ¿No es así? —dijo Selgan.
Ponter habló en voz muy baja.
—Sí.
—Le pregunté antes si había esterilizado a alguien más en el otro mundo y me gritó.
Ponter no dijo nada.
—¿Sabe por qué gritó?
Un suspiro largo y entrecortado escapó de la boca de Ponter.
—Sólo esterilicé al culpable, no a sus parientes. ¿Sabe?, nunca había pensado mucho en la… la justicia de esterilizar a inocentes sólo para mejorar el poso genético. Pero… pero Hak y yo hemos estado revisando la Biblia gliksin. En la primera historia, todos los descendientes de los dos humanos originales fueron maldecidos porque aquellos dos humanos originales cometieron un crimen. Y eso me pareció mal, injusto.
— y por mucho que quisiera que el poso gen ético gliksin fuera purgado del mal de Ruskin, no pudo aplicarlo a sus parientes cercanos. —dijo Selgan—. Porque de haberlo hecho, hubiese estado admitiendo que sus parientes cercanos (sus dos hijas) merecían ser castigadas por el crimen que usted había cometido.
—Ellas son inocentes. No importa el mal que yo haya hecho, no se merecen sufrir por ello.
— Y sin embargo sufrirán si usted se presenta y admite su crimen.
Ponter asintió.
—¿Y qué es lo que pretende hacer?
Ponter encogió sus enormes hombros.
—Llevar conmigo este secreto hasta que muera.
—¿Y entonces?
—Yo… ¿cómo dice?
—Cuando haya muerto, ¿entonces qué?
—Entonces… entonces nada.
—¿Está seguro de eso?
—Por supuesto. Quiero decir, sí, he estado estudiando esa Biblia, y sé que Mary es cuerda, inteligente y no tiene delirios, pero…
—¿No le cabe duda de que se equivoca? ¿Está convencido de que no hay nada después de la muerte? —Bueno…
—¿Sí?
—No. Olvídelo.
Selgan frunció el ceño, decidiendo que todavía no era el momento de insistir en este tema.
—¿Se ha preguntado por qué Mary se siente atraída por usted?
Ponter desvió la mirada.
—Le he oído decir antes que ellos también son humanos. Pero, de todas formas, usted se parece menos a ella que a ningún otro humano que haya conocido.
—Físicamente, tal vez —dijo Ponter—. Pero mental y emocionalmente, tenemos mucho en común.
—De todas formas, puesto que Mary fue agredida por un varón de su propia especie, podría…
—¿Cree que no lo he pensado ya? —replicó Ponter.
—Dígalo en voz alta, Ponter. Dígalo a las claras.
Ponter bufó.
—Puede que se sienta atraída por mí porque, a sus ojos, no soy humano… no soy uno de los que la agredieron.
Selgan permaneció en silencio unos cuantos latidos.
—Es un pensamiento sobre el que merece la pena reflexionar.
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