Un destello de luz en la semioscuridad…
Un sonido como de cuero mojado golpeando el hielo… y el perro aullando de dolor.
Había golpeado a Ponter con suficiente fuerza para disparar el escudo que le había dado Goosa Kusk. El animal, sorprendido, mareado y (Ponter lo olía) sangrando por el hocico, se dio media vuelta y se marchó corriendo tan rápido como había venido. Ponter inspiró profundamente, para calmarse, y luego reemprendió su carrera.
—Muy bien —dijo Hak, al cabo de un rato—. Ahora tenemos que cruzar esa carretera, la Cuatro-cero-siete. Ve hacia la izquierda, cruza ese puente. Ten cuidado, no te vaya a atropellar un coche.
Ponter hizo lo que Hak le pedía, y pronto estuvo al otro lado de la carretera, corriendo hacia el sur. Lejos, muy lejos en la distancia, vio las parpadeantes luces de la Torre CN, junto a la orilla del lago de Toronto. Mary le había dicho lo maravillosa que era la vista desde allí, pero hasta ahora no había visto la estructura más que desde una gran distancia.
Ponter cruzó otra carretera ancha por la que los coches circulaban, incluso a esa hora de la noche, cada pocos latidos. Poco después se encontró en el campus de la Universidad de York, y Hak lo dirigió, dejando atrás edificios y aparcamientos y espacios despejados, hasta el otro lado.
Y, después de varios cientos de brazadas de carrera, Ponter se encontró en una calle pequeña y sucia, cerca del edificio donde vivía Ruskin. Se inclinó y apoyó las manos sobre las rodillas, jadeando hasta recuperar el aliento. «Creo que me estoy haciendo viejo…» pensó. Un viento agradable le soplaba directamente en la cara, refrescándolo.
Mary podría haberse despertado ya y advertido su ausencia, pero en su breve experiencia de compartir una cama con ella Ponter había visto que dormía profundamente, y faltaban aún casi dos diadécimos para que saliera el sol. Ya habría vuelto a casa para entonces, aunque no mucho antes, y…
—Quieto —siseó una voz a su espalda, y Ponter sintió algo duro contra su riñón. De repente advirtió el fallo en el diseño del escudo de Goosa Kusk. Oh, sí, podía rechazar una bala disparada desde cierta distancia, pero era inútil si la disparaban contra alguien con el cañón en contacto directo con el cuerpo.
De todas formas, aquello era Canadá… y Mary había dicho que allí había pocas armas de fuego. Pero la idea de que le estuvieran hurgando el riñón con un cuchillo tampoco lo consoló.
Ponter no sabía que hacer. En ese momento, con la falta de luz, desde atrás, quien lo amenazaba presumiblemente no sabía que Ponter era un neanderthal. Pero si hablaba, incluso en voz baja, en su propia lengua, para que Hak pudiera traducir, revelaría ese hecho y…
—¿Qué quiere? —dijo Hak, en inglés, tomando la iniciativa.
—La cartera —dijo la voz. Masculina, y en absoluto nerviosa.
—No tengo cartera —dijo Hak.
—Lástima —dijo el gliksin—. O me das dinero… o me das sangre.
Ponter no tenía ninguna duda de que podía derrotar a cualquier gliksin desarmado en un combate cuerpo a cuerpo, pero aquél tenía un arma. De hecho, en ese momento, Hak debía de haber advertido que Ponter no podía ver qué arma era.
—Tiene un cuchillo de acero —dijo en los implantes del oído—, con una hoja de sierra de 1,2 palmos de largo, y un mango cuya firma térmica sugiere que es de madera pulida.
Ponter pensó en darse rápidamente la vuelta, esperando que la visión de su rostro barast fuera suficiente para sobresaltar al gliksin, pero lo último que quería era un testigo de que había ido a casa de Ruskin.
—No deja de apoyar el peso en la pierna izquierda primero y luego en la derecha —dijo Hak—. ¿Lo oyes?
Ponter asintió levísimamente.
—Se está apoyando en la izquierda… ahora en la derecha… la izquierda. ¿Captas el ritmo?
Otro leve gesto de asentimiento.
—¿Qué va a ser? —siseó el gliksin.
—Muy bien —le dijo Hak a Ponter—. Cuando yo diga «ahora» echa atrás el codo derecho con todas tus fuerzas. Deberías golpear al hombre en el plexo solar y, como mínimo, retrocederá tambaleándose, lo que quiere decir que el escudo debería protegerte del inminente golpe con el cuchillo.
Hak pasó a su altavoz externo.
—De verdad que no tengo dinero.
Y, mientras lo decía, Ponter advirtió que Hak había cometido un error, porque el sonido «i» de dinero lo suministró una voz gliksin que no casaba con la de Hak.
—¿Qué demo…? —dijo el gliksin, claramente sorprendido por el sonido—— Date la vuelta, pedazo de…
—¡Ahora! —dijo Hak al oído de Ponter.
Ponter echó el codo atrás con todas sus fuerzas, y pudo sentir que conectaba con el estómago del gliksin. El hombre soltó un ¡ooo! mientras el aire escapaba de sus pulmones, y Ponter se dio media vuelta para encararse a él.
—¡Jesús! —dijo el gliksin, al ver la cara peluda y el arco ciliar de Ponter.
El gliksin se abalanzó hacia delante, tan rápido que el escudo de Ponter se alzó con un destello de luz, bloqueando la hoja del cuchillo. Ponter disparó el brazo derecho, y agarró al gliksin por el flaco cuello. La persona parecía tener la mitad de la edad de Ponter. Durante un breve instante, Ponter pensó en cerrar el puño, aplastando la laringe del joven, pero no, no podía hacer eso.
—Suelte el cuchillo —dijo Ponter.
El gliksin miró hacia abajo. Ponter hizo lo mismo y vio que la hoja del cuchillo estaba doblada por el impacto con el escudo. Ponter tensó un poco los dedos. La presa del gliksin se abrió mientras la de Ponter se cerraba, y el cuchillo cayó al suelo con un tintineo.
—Ahora márchese de aquí —dijo Ponter, y Hak tradujo. — Márchese de aquí y no hable con nadie de esto.
Ponter soltó al gliksin, que inmediatamente empezó a jadear en busca de aire. Ponter levantó el brazo.
—¡Váyase!
El gliksin asintió y se marchó corriendo, agarrándose con una mano el vientre, allí donde le había golpeado el codo de Ponter.
Pontcr no perdió más tiempo. Se encaminó acera arriba, hacia la entrada del bloque de apartamentos.
Ponter esperó en silencio en la galería de entrada del edificio, con una puerta de cristal tras él, otra delante. Hicieron falta varios cientos de latidos, pero finalmente alguien se acercó desde los ascensores que Ponter podía ver más allá. Se dio la vuelta, ocultando el rostro, y esperó. El gliksin que se acercaba salió del vestíbulo, y Ponter detuvo rápidamente la puerta de cristal antes de que se cerrara. Cruzó rápidamente el suelo de losa (prácticamente el único sitio donde había visto cuadrados en la arquitectura gliksin era en las losas del suelo) y pulsó el botón para llamar un ascensor. El que acababa de traer al gliksin estaba todavía allí, y Ponter entró.
Los botones de las plantas estaban dispuestos en dos columnas, y en los dos superiores ponía «15» y «16». Ponter pulsó el de la derecha.
El ascensor (el más pequeño y más sucio que había visto en este mundo, aún más sucio que el de la mina de Sudbury) se puso en marcha. Ponter contempló el indicador sobre la cascada puerta de acero, esperando a que coincidiera con el par de símbolos que había seleccionado, cosa que hizo por fin. Salió del ascensor y se internó en un pasillo, cuya sencilla alfombra gris estaba gastada en algunos sitios y manchada en la mayoría de los demás. Las paredes estaban cubiertas con finas hojas de papel pintado, con símbolos redondos verdes y azules; algunas hojas se habían despegado.
Ponter vio cuatro puertas a cada lado del pasillo, a su izquierda, y cuatro más en el pasillo de la derecha: un total de dieciséis apartamentos. Se acercó a la puerta más próxima, apoyó la nariz en la rendija opuesta a los goznes, olisqueó arriba y abajo rápidamente, tratando de aislar los olores que salían del hedor almizcleño de la alfombra del pasillo.
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