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Robert Silverberg: Tiempo de mutantes

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Robert Silverberg Tiempo de mutantes

Tiempo de mutantes: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando llega el invierno, los mutantes se reúnen… Siempre han vivido en la sombra, pero cerca de la sociedad normal. Ignorados, marginados, han sobrevivido recluidos en clanes invisibles, usando sus extraordinarias facultades psíquicas para escudarse contra la intolerancia, en fanatismo y el aborrecimiento que inspira a los normales, hasta ahora… El primer líder mutante, que ha emergido a la luz para reclamar iguales derechos que el resto de los mortales, es asesinado. Encontrar al asesino es la difícil misión de un grupo de mutantes. Entre ellos están Michael, confuso entre la lealtad al clan y su amor por una persona normal; Melanie, sola entre los mutantes y rechazada por los normales; y Jean, que usa su poder psíquico y su sexualidad de mutante para obtener todo aquello que más desea. Como sociedad deben luchar contra su entorno, ocultando sus miedos hasta encontrar un medio que proteja sus intimidades, sus amores y sus vidas.

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El acorde de tres notas sonó otra vez. Michael abrió y se quedó perplejo. El senador Jeffers y Andrea Greenberg estaban al otro lado de la puerta, ataviados con discretos trajes de calle. Unos copos de nieve bailaban en torno a sus cabezas.

—Aquí tenemos al novio —dijo Jeffers con una sonrisa—. Felicidades, Michael. Me alegro de volver a verle.

Desconcertado, Michael estrechó la mano que le tendía.

—¡Senador Jeffers! Andie. Esto…, pasen.

—Michael, tiene un aspecto estupendo —dijo Andie—. ¿Dónde está la novia?

—Arriba, terminando de vestirse.

—Esto es lo que tanto esperaba, ¿verdad? Me alegro muchísimo por usted.

—Gracias.

La voz de Michael era ronca. Andie lo miró con extrañeza. Jeffers le pasó un brazo por la cintura.

—Vamos —dijo—. Dejémosle en sus últimos momentos de libertad y vayamos a saludar al clan.

Cuando se alejaron, Michael se quedó a solas en el pasillo y se encaminó al bar en busca de chupigoza.

Un canturreo en tonos graves se elevó hasta él por el hueco de la escalera. «¡Maldita sea! —exclamó—. ¿Ya empiezan los cánticos?»

Dio media vuelta, llenó los pulmones de aire y se abalanzó escalera abajo. Su padre, vestido con ropas doradas, salió a su encuentro en el umbral. Avanzaron juntos hasta el altar improvisado junto a la chimenea, donde Halden aguardaba en pie. Grandes ramos de flores amarillas adornaban las paredes.

La sala estaba llena. Michael vio a Zenora acechando desde su asiento cerca del centro, a la izquierda. A su derecha quedaban Chávez y Tela. Estaba presente todo el clan. Incluso una representación de los mutantes de la Costa Oeste, aquellos de extraña piel verdosa, estaba sentada en la parte de atrás. En la primera fila, la madre del novio asentía a los cánticos mientras observaba acercarse a Michael. Una corona de claveles rojos ceñía su oscura melena. El senador Jeffers también estaba sentado en primera fila, con Andie. Esta guiñó el ojo a Michael cuando el novio ocupó su lugar junto a Halden.

Con un gesto de asentimiento, el padre de Michael se sentó. Los cantos cambiaron de tonalidad y las voces de soprano tomaron protagonismo sobre los barítonos y bajos.

Jena hizo su entrada en la sala del brazo de su madre. Avanzó por el pasillo luciendo un vestido largo de sedosos pétalos de marfil, entre los que brillaban tenuemente unos delicados hilillos metálicos. Llevaba el cabello recogido a la espalda en una intrincada espiral, entretejida de orquídeas de espliego y cintas plateadas. Tenía la expresión radiante y un intenso brillo en sus ojos dorados. Toda su atención estaba concentrada en Michael, quien pudo percibir su alegría.

«¡Qué encantadora está —pensó—. ¡Qué feliz se la ve!»

Como si estuviera viviendo un sueño, le ofreció el brazo; a continuación, ambos se volvieron hacia Halden.

—Nos hemos reunido hoy para alegrarnos juntos y para dar gracias —entonó el hombretón—. A medida que aumenta nuestro número, se incrementa nuestra fuerza.

Halden colocó una mano en la cabeza de Michael y la otra en la de Jena. Los pliegues de su manto los cubrieron como alas oscuras.

—Uníos conmigo y compartid vuestras mentes como haréis cada día, durante el resto de vuestra vida.

A Michael empezó a palpitarle la cabeza. Una sensación extraña le recorrió con una fuerza eléctrica, casi erótica. A su lado, Jena emitió un jadeo.

Halden les dirigió una sonrisa serena. Sus ojos miraron alternativamente a los contrayentes y, por último, bajó las manos.

—Está consumado. Michael James Ryton, toma la mano de tu esposa, Jena Thornton Ryton.

Michael sintió una vibración en la columna vertebral cuando se volvió hacia la mujer dorada que aguardaba a su lado.

¿Michael? ¿Lo notas? ¿Puedes oírme?

Sí.

¿No es maravilloso? ¿Durará? ¡Ah, te quiero tanto…!

Chist. Halden no ha terminado todavía.

El diálogo mental era fluido. Michael se sintió demasiado aturdido para hacer otra cosa que admirarse de ello.

—¿Los anillos? —preguntó Halden, arqueando una ceja.

Michael se registró los bolsillos. Vacíos. ¡Pero si había guardado allí el estuche hacía menos de una hora!

Se volvió y miró hacia su madre. Sue Li cerró los ojos. En un arranque desesperado, su hermano pequeño, Jimmy, saltó del asiento que ocupaba junto a ella y, sonrojado, sacó del bolsillo de la chaqueta la cajita de terciopelo gris desaparecida.

—Aquí está. ¡Oh, mamá, lo siento! ¡Lo siento!

Michael disimuló una sonrisa y tomó el estuche de manos de su hermano. Jimmy volvió apresuradamente a su asiento, acompañado de las risillas de los presentes.

Halden asintió. Michael abrió la caja y deslizó el anillo más pequeño en el anular de Jena. Ella tomó la pareja y la colocó en el dedo del novio. Unos fuegos opalescentes bailaban sobre la superficie de oro de los anillos.

Jena sonrió a Michael, con su mente abierta a él.

Michael, te quiero. Te haré feliz, ya lo verás.

Él la besó levemente mientras Halden dirigía el cántico ritual. La ceremonia concluyó y Michael se volvió con su esposa hacia el mar de rostros.

Andie siguió la ceremonia con fascinación y perplejidad. A Michael se le veía lánguido, casi hipnotizado. La novia estaba realmente bella, y miraba a Michael con evidente adoración. Pero cuando la pareja se volvió de cara a la multitud, Andie advirtió que Jena tenía los ojos dorados. ¡Una mutante! ¿Qué había sido de los planes de Michael de casarse con su enamorada normal? No era extraño que el novio la hubiera mirado desconcertado cuando le había felicitado por la boda.

Se agarró del brazo de Jeffers y siguió a la comitiva de invitados al luminoso comedor. Las sillas flanqueaban por completo las paredes, y la gran mesa central estaba cubierta de bandejas de bocados delicados y flores exóticas. Zenora, la mujerona de púrpura, se había encargado de preparar el convite. Andie recordó que Zenora, la esposa de Halden, había protestado airadamente por su presencia en aquella otra reunión del clan, tras la muerte de Jacobsen. ¡A ver qué decía ahora, cuando se enterara de que también había asistido a la boda!

Cohibida, se estiró la chaqueta del traje de calle oscuro. Los mutantes iban ataviados con túnicas coloristas y brillantes. En los tocados de las mujeres, adornados con flores, parpadeaban pequeñas crioluces. Andie se sintió como un patito feo entre una bandada de exóticas aves tropicales.

Jeffers le había explicado que una boda mutante era un acontecimiento muy celebrado. Tradicionalmente, la continuidad del clan y su esperada ampliación gracias a los frutos de la unión, se consideraban motivo para la alegría y la fiesta. Y Andie era una extraña en el banquete. Se quedó junto a Jeffers mientras éste felicitaba a los recién casados, saludaba a viejos amigos y deambulaba por la sala. Halden se acercó a ellos pesadamente, en mangas de camisa y pantalones. Se había despojado de sus ropajes oficiales tras la ceremonia.

—Bien, senador, supongo que ya estará proyectando la reelección en noviembre, ¿no?

—Por supuesto. Y con su ayuda, Halden, creo que lo conseguiré.

La manaza del Guardián del Libro apretó con fuerza, el hombro de Jeffers.

—Usted nos ha dado una nueva esperanza, Stephen. Nos ha proporcionado un bálsamo en tiempos de dolor.

—Me alegro.

—Senador Jeffers, estamos orgullosos de usted —intervino Zenora, sumándose al grupito—. ¿Qué es eso que he oído acerca de que tiene intención de proponer la abolición de la doctrina del Juego Limpio?

—Decididamente, iremos a por ello cuando hayan pasado las elecciones. —Jeffers, sonriente, se volvió hacia Andie y la ciñó por la cintura—. Ésta es Andrea Greenberg. Recordarán que trabajaba para Eleanor.

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