—Adelante —dijo Asra, tratando de descubrir algún sentido —. ¿Qué hacían además de ir por el aire?
—Oh, casi lo mismo que la gente de aquí. Pero están todos en kémmer todo el tiempo.
Asra rió entre dientes. No había por supuesto posibilidad de ocultamientos en esta vida, y mi sobrenombre entre los guardias y prisioneros era «el perverso Pero cuando no hay deseo ni vergüenza», nadie, por más anómalo que sea, es señalado con el dedo; y creo que Asra no relacionó esta idea conmigo mismo y mis peculiaridades. La vio meramente como la variante de un viejo tema, de modo que rió un poco y dijo: —¿En kémmer todo el tiempo, eh? ¿Entonces un lugar de recompensa? ¿O un lugar de castigo?
—No sé, Asra. ¿Qué es este mundo?
—Ni una cosa ni otra, criatura. Esto es solo el mundo; es como es. Naces aquí y… las cosas son como son…
—No nací aquí. Vine aquí. Elegí venir.
El silencio y la sombra pesaban a nuestro alrededor. Lejos, en el silencio de los campos, del otro lado de la barraca, había un minúsculo filo de sonido, un serrucho de mano: nada más.
—Ah bien…, ah bien —murmuró Asra, y suspiró, y se frotó las piernas, gimiendo, y sin darse cuenta de que gemía —. Ninguno elige —dijo.
Una noche o dos después, entró en coma, y murió. Yo no me había enterado de por qué había ido a parar a la granja voluntaria; un crimen, una falta o alguna irregularidad en los papeles de identificación. Sólo sabia que estaba allí en Pulefen desde hacia menos de un año.
El día que siguió a la muerte de Asra me llamaron para mi examen; esta vez tuvieron que llevarme de vuelta en brazos; y no recuerdo lo que pasó luego.
Cuando Obsle y Yegey dejaron los dos la ciudad, y el portero de Siose me cerró el paso, supe que era hora de que me volviese a mis enemigos, pues ya nada bueno podía esperar de mis amigos. Fui a ver al comisionado Shusgis y lo extorsioné. No teniendo bastante dinero como para comprarlo, recurrí a mi reputación. Entre los pérfidos el nombre de traidor tiene su valor propio. Le dije que estaba en Orgoreyn como agente de las facciones nobles de Karhide, y que planeábamos el asesinato de Tibe, y que él había sido designado como mi contacto Sarf; si se rehusaba a darme la información que yo necesitaba les diría a mis amigos de Erhenrang que él era un agente doble, al servicio de la facción de Comercio Libre, y esto, claro está, volvería a Mishnori y al Sarf. El condenado tonto me creyó. Me dijo casi en seguida lo que yo quería saber, y hasta me pidió mi aprobación.
Mis amigos Obsle, Yegey y los otros no eran aún para mi una amenaza inmediata. Habían comprado seguridad sacrificando al Enviado, y confiaban en que yo no me crearía dificultades ni se las crearía a ellos. Hasta que vi a Shusgis nadie en el Sarf sino Gaum me había prestado alguna atención, pero ahora los tendría a todos pisándome los talones. Tengo que llevar a término mis asuntos y perderme de vista.
No teniendo modo de enviar un mensaje directo a Karhide, ya que una carta podía ser leída, y el teléfono y la radio estaban vigilados, fui por vez primera a la Embajada Real. Sardon rem ir Chenevich, a quien yo había conocido bien en la corte, tenía un cargo en la embajada. Estuvo en seguida de acuerdo en enviarle un mensaje a Argaven informándole qué le había ocurrido al Enviado y dónde estaba prisionero. Yo podía confiar en que Chenevich, una persona inteligente y honesta, evitaría que el mensaje fuese interceptado, pero de lo que Argaven haría luego yo no tenía ninguna idea. Yo quería que Argaven tuviese esa información en caso de que la nave de Ai descendiera de pronto saliendo de las nubes, pues en ese entonces esperaba aún que Ai hubiese tenido tiempo de enviar una señal a la nave, antes que el Sarf lo arrestara.
Yo estaba ahora en peligro, y si me habían visto entrar en la embajada en peligro inmediato. Fui directamente de allí al puerto de caravanas del barrio y en las últimas horas de esa mañana, odstred susmi, dejé Mishnori como había entrado, como peón de carga de un camión. Llevaba conmigo todos los viejos permisos, algo alterados de acuerdo con el nuevo empleo. La falsificación de papeles es asunto de riesgo en Orgoreyn, donde los piden e inspeccionan cincuenta y dos veces por día, pero no es raro a pesar de los riesgos, y mis viejos compañeros de la isla del Pez me habían enseñado los ardides adecuados. Llevar un nombre falso me irrita de verás, pero ninguna otra cosa podría salvarme, o llevarme al otro extremo de Orgoreyn, la costa del mar Occidental.
Mis pensamientos estaban puestos en el Oeste cuando la caravana cruzó traqueteando el puente Kunderer y dejó atrás Mishnori. El otoño volvía ahora la cara hacia el invierno, y yo tenía que llegar a destino antes que los caminos se cerraran al transito rápido, y que mi presencia allí fuese del todo inútil. Había visto una Granja Voluntaria en Komsvashom, y había hablado con ex prisioneros de granjas. Lo que había visto y oído pesaba ahora sobre mí. El Enviado, tan vulnerable al frío que llevaba aun un abrigo cuando la temperatura subía a cero grado, no sobrevivirla a un invierno en Pulefen. De modo que la necesidad exigía rapidez, pero la caravana me llevaba a paso lento, zigzagueando entre las ciudades al norte y al sur del camino, cargando y descargando; me llevó medio mes llegar a Edven, en la desembocadura del río Esagel.
En Edven tuve suerte. Hablando con los hombres de la casa de tránsito me enteré del comercio de pieles río arriba, y cómo los hombres de las trampas iban río arriba y río abajo por trineo o barca de hielo cruzando el bosque de Tarrenbed casi hasta el Hielo.
De esa conversación sobre trampas nació mi plan de poner trampas. Hay pesdris de piel blanca en las tierras de Kerm como en el interior del país; les gustan los sitios donde se siente el aliento del glaciar. Yo los había cazado en mi juventud en los bosques de toras de Kerm, ¿por qué no cazarlos ahora en los bosques de toras de Pulefen?
En aquel noreste lejano de Orgoreyn, en las vastas tierras desérticas al este de los Sembensyen, los hombres son libres de ir y venir, pues no hay bastantes inspectores para acosar a toda la población. Algo de la vieja libertad sobrevive allí a la Nueva Epoca. Edven es un puerto gris construido sobre las rocas grises de la bahía de Esagel; un viento lluvioso sopla en las calles, y los habitantes son gente de mar, torva, y de pocas palabras. Tengo buenos recuerdos de Edven, donde mi suerte cambió.
Compré esquíes, calzado para la nieve, trampas y provisiones, y obtuve mi licencia, autorización e identificación de cazador en la oficina comercial, y fui a pie, Esagel arriba, junto con una partida de cazadores conducida por un viejo llamado Mavriva. El río no estaba aún helado, y en los caminos había vehículos de ruedas, pues había más lluvias que nieve en aquellas vertientes de la costa, aun en este último mes del año. La mayoría de los cazadores esperaban al pleno invierno, y en el mes de dern remontaban el Esagel en barca de hielo, pero Mavriva pretendía llegar bien al norte cuanto antes y atrapar al pesdri cuando comenzaba a emigrar a los bosques. Mavriva conocía aquellas tierras, los Sembensyen del Norte y las Tierras del Fuego tan bien como cualquiera, y en aquellos días en que remontamos el río aprendí de él muchas cosas que me fueron útiles más tarde.
En el pueblo que llaman Turuf me separé de la patrulla fingiendo una enfermedad. Ellos siguieron hacia el norte y yo fui solo hacia el noreste internándome en las altas laderas de los Sembensyen. Pasé algunos días explorando los alrededores y luego, ocultando casi todo lo que llevaba en un valle escondido a unos quince kilómetros de Turuf, volví al pueblo, llegando de nuevo desde el sur; esta vez entré en el pueblo y me alojé en la casa de tránsito, y como preparándome para una cacería con trampas compré esquíes, zapatos para la nieve y provisiones, un saco de dormir y ropa de invierno, todo otra vez; también una estufa chabe, una tienda de piel sintética, y un trineo ligero para cargarlo todo. Luego nada que hacer sino esperar a que la lluvia se transformara en nieve y el barro en hielo: no tardaría mucho, pues ya había pasado más de un mes en llegar de Mishnori a Turuf. En arhad dern el invierno había helado los campos, y la nieve que yo esperaba ya estaba cayendo.
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