Ursula Le Guin - La mano izquierda de la oscuridad

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La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición.
En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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—Anuncian un invierno duro este año.

Abrí del todo las cortinas, y la luz yerma e inmutable desde afuera cayó sobre el rostro oscuro de Estraven. Parecía más viejo. Había conocido tiempos duros desde que yo lo había visto por última vez en la Esquina Roja del palacio de Erhenrang junto a su propio fuego.

—Tengo aquí lo que me pidieron que le traiga —le dije, y le di el dinero envuelto en una hoja de papel metálico, que yo había puesto en una mesa luego de la llamada. Estraven lo tomó y me agradeció gravemente. Yo no me había sentado. Al cabo de un momento, todavía con el paquete en la mano, Estraven se incorporó.

Tuve entonces algún remordimiento, pero no le presté atención. Yo quería quitarle todo deseo de acercarse a mi. Que esto humillara a Estraven era infortunado.

Estraven me miró de frente. Era más bajo que yo, por supuesto, corto de piernas y macizo, y ni siquiera alcanzaba la estatura de muchas mujeres de mi raza. Sin embargo, no parecía, mientras me observaba, que alzara los ojos. No lo miré a la cara. Examiné la radio que estaba sobre la mesa mostrando un abstraído interés.

—No se puede creer en todo lo que dice aquí la radio —comentó Estraven con tono agradable —. Me parece sin embargo que aquí en Mishnori necesitará usted información, y consejo.

—Hay mucha gente aquí, parece, dispuesta a dar información y consejo.

—Y hay cierta seguridad en el número, ¿no es cierto? Diez merecen más confianza que uno. Perdóneme, no debiera hablar en karhidi, me he olvidado. —Continuó en orgota: —Los exiliados no han de hablar en la lengua nativa; sale más amarga de la boca. Y este lenguaje es más adecuado para un traidor, pienso; le asoma a uno entre los dientes como jarabe azucarado. Señor Ai, tengo derecho a darle las gracias. Hizo usted algo por mí y mi viejo amigo y kemmerante, Ashe Fored, y en su nombre y en el mío reclamo ese derecho. Mis gracias se las daré como un consejo. —Hizo una pausa, no repliqué. Nunca lo había oído hablar con esta especie de dura y elaborada cortesía y no entendía nada. Estraven continuó: —Usted es, en Mishnori, lo que no era en Erhenrang. Allí decían que usted era; aquí dicen que no es. Quieren utilizarlo como instrumento de una facción. Le aconsejo que esté atento, si permite usted que lo manejen. Le aconsejo que descubra cuál es la facción enemiga, y quiénes son, y no permitir nunca que lo manejen, pues no lo manejarían bien.

Calló. Yo iba a pedirle que fuera más preciso, pero Estraven se despidió: —Adiós, señor Ai —dio media vuelta, y se fue. Me quedé allí de pie, aturdido. El hombre era como una descarga eléctrica, inasible, y no podía saberse que lo había golpeado a uno.

Estraven me había estropeado, ciertamente, el pacifico contentamiento con que yo había desayunado. Fui a la estrecha ventana y miré afuera. Había menos nieve ahora. Era hermosa, flotando en racimos blancos como una precipitación de flores de cerezo en las huertas de mi casa, cuando un viento de primavera sopla en las verdes laderas de Borland, donde yo nací, en la Tierra, la templada Tierra, donde en la primavera florecen los árboles. Casi en seguida me sentí deprimido y nostálgico. Dos años había pasado yo en este condenado planeta, y ya había empezado el tercer invierno, antes que terminara el otoño; meses y meses de frío implacable, cellisca, hielo, viento, lluvia, nieve, frío, frío adentro, frío afuera, frío hasta los huesos y la médula de los huesos. Y todo ese tiempo a solas conmigo mismo, extraño y aislado, sin nadie en quien yo pudiera confiar. Pobre Genly, ¿lloraremos? Vi que Estraven salía de la casa a la calle, a mis pies, una figura baja a la vaga luz blanco grisácea de la nieve. Miró alrededor ajustándose el cinturón suelto de la túnica. No llevaba abrigo. Echó a andar calle abajo caminando con una gracia definida y suelta, una prontitud que lo hizo parecer de pronto la única cosa viva en todo Mishnori.

Me volví al cuarto caldeado. Todas aquellas comodidades eran sofocantes y recargadas: la estufa, las sillas almohadilladas, la cama recargada de pieles, las alfombras, las cortinas, las coberturas, las fundas.

Me puse mi abrigo de invierno y salí a dar un paseo, de un humor desagradable, en un mundo desagradable.

Yo iba a almorzar ese día con los comensales Obsle y Yegey y otros a quienes había conocido la noche anterior, y para ser presentado a algunos que no conocía aún. El almuerzo se sirve casi siempre de un aparador y se come de pie, quizá para que la gente no tenga la impresión de haberse pasado todo el día sentado a la mesa. Para estas formales circunstancias, sin embargo, habían puesto fuentes en la mesa, y la provisión de comida era enorme: dieciocho o veinte platos fríos y calientes, sobre todo distintas preparaciones de huevos de sube y pan de manzana. A un costado de la mesa, antes que la conversación fuese considerada tabú, Obsle me señaló mientras se llenaba el plato con pasta de huevos fritos de sube. —El llamado Mersen es un espía de Erhenrang, y ese Gaum es un agente reconocido del Sarf. —Obsle habló en un tono casual, y se rió como si yo le hubiese replicado algo divertido, y se volvió hacia el escabeche de pez negro.

El Sarf no significaba nada para mí.

Mientras la gente iba sentándose, entró un joven, y le habló al anfitrión, Yegey, quien en seguida se volvió hacia nosotros. —Noticias de Karhide —dijo —. El hijo del rey Argaven nació esta mañana y murió antes de la primera hora.

Hubo una pausa, y un murmullo, y luego el hombre bien parecido a quien llamaban Gaum se rió y abrió el frasco de cerveza. —¡Que a todos los reyes de Karhide les sea dada una vida tan larga! —gritó. Algunos lo acompañaron en el brindis, pero no la mayoría. —Nombre de Meshe, reírse de la muerte de un niño —dijo un anciano gordo vestido de púrpura, sentado pesadamente junto a mí, con las polainas abullonadas como faldas en los muslos, la cara apesadumbrada de disgusto.

Se inició una discusión acerca de cuál de los hijos —kémmer de Argaven sería nombrado heredero —pues el rey ya tenía más de cuarenta, y parecía seguro que ya no habría otro hijo en la carne —, y cuánto tiempo viviría Tibe como regente. Algunos opinaban que la regencia terminaría en seguida, otros dudaban. —¿Qué piensa usted, señor Ai? —preguntó el hombre llamado Mersen, a quien Obsle había identificado como agente karhidi, y por lo tanto quizá hombre de Tibe —. Viene usted de Erhenrang, ¿qué dicen allí de esos rumores de que en realidad Argaven ha abdicado sin ningún anuncio, pasándole el trineo al primo?

—Bueno, he oído el rumor, sí.

—¿Cree usted que tiene algún fundamento?

—No tengo idea —dije, y en este punto el anfitrión intervino mencionando el tiempo, pues la gente había empezado a comer.

Luego que los criados hubieron retirado los platos y los montañosos restos de asado y encurtidos del aparador, nos sentamos todos alrededor de la mesa larga; se sirvieron copitas de licor aguardentoso —que llamaban agua de vida —, como ocurre a menudo entre los hombres, y me hicieron preguntas.

Desde el examen a que me habían sometido los médicos y los hombres de ciencia de Erhenrang yo no me había enfrentado con ningún grupo de gente que me pidiera explicaciones. Pocos karhíderos, comprendiendo los pescadores y granjeros con quienes yo había pasado mis primeros meses, habían tratado de satisfacer su curiosidad —que a veces era notable —mediante preguntas. Eran gente intrincada, introvertida, indirecta; no eran aficionados a preguntas y respuestas. Pensé en la fortaleza de Oderhord y en lo que Faxe el tejedor me había dicho de las respuestas. Aun los expertos habían limitado el interrogatorio a temas estrictamente fisiológicos, tales como las funciones glandulares y circulatorias en las que yo difería de la media normal de Gueden. Nunca habían llegado a preguntarme, por ejemplo, cómo la ininterrumpida sexualidad de mi raza influía en las instituciones sociales; cómo manejábamos ese «kémmer permanente». Escuchaban mis explicaciones; los psicólogos, por ejemplo, escucharon cuando yo les hablé del lenguaje de la mente, pero ninguno de ellos se había tomado el trabajo de hacerme preguntas generales en número suficiente para tener una imagen adecuada de la sociedad ecuménica, o la de Terra; excepto, quizá, Estraven.

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