—Nunca te he visto antes —dijo Stokven —. Somos enemigos a muerte. —Se incorporó, animó el fuego de la chimenea, y volvió a sentarse junto a Estraven.
—Somos enemigos a muerte —dijo Estraven —. Haría voto de kémmer contigo.
—Y yo contigo —dijo el otro. Los dos hicieron entonces voto de kémmer y en las tierras de Kerm entonces como ahora, ese voto de fidelidad no se rompe nunca, y nunca se reemplaza. Aquella noche, y en el día que siguió, lo pasaron en la casita de la floresta, a orillas del lago helado. A la otra mañana una patrulla de hombres de Stok llegó a la casa. Uno de ellos conocía al joven Estraven de vista. No dijo palabra y sin ninguna advertencia sacó el cuchillo y allí, ante los ojos de Stokven, le atravesó a Estraven el pecho y la garganta, y el joven cayó sobre las brasas apagadas, ensangrentado, muerto.
—Era el heredero de Estre —dijo el asesino.
Stokven dijo: —Ponedlo en el trineo y llevado a enterrar a Estre —y poco después volvía a Stok.
Los hombres partieron llevando el cuerpo de Estraven en el trineo, pero luego de alejarse un poco dejaron el cuerpo en un bosque de toras, para que fuera así alimento de las bestias, y aquella misma noche volvieron a Stok. Derem se presentó a su padre en la carne, el señor Harish rem ir Stokven, y les dijo a los hombres: —¿Hicieron lo que se les dijo?
Ellos respondieron: —Si. —Derem replicó: —Mienten, pues nunca hubieran vuelto con vida de Estre. Estos hombres me han desobedecido y mienten para ocultarlo. Pido que se los exilie.
El señor Harish dio su consentimiento y los hombres fueron puestos fuera del hogar y la ley.
Tiempo después este Derem dejó el dominio, diciendo que quería recluirse un tiempo en la fortaleza de Roderer y no regresó a Stok hasta un año después.
Mientras, en el dominio de Estre buscaban a Arek en montañas y llanos, y lo lloraron, más amargo el llanto porque había sido el único hijo en la carne que había tenido el Señor. Pero a fines del mes de dern, cuando el invierno yacía pesadamente sobre las tierras, un hombre subió montaña arriba en esquíes, y le dio al guardián de las puertas de Estre un bulto de pieles, diciendo: —Este es Derem, el hijo del hijo de Estre.
—Y en seguida se precipitó montaña abajo, esquiando, como una piedra que se desliza saltando en el agua, antes que a nadie se le ocurriera detenerlo.
Envuelto en las pieles había un recién nacido, llorando. Llevaron al niño al Señor Sorve y le repitieron las palabras del desconocido, y el anciano, colmado de pena, vio en el niño al hijo perdido, Arek. Ordenó que el niño fuera criado como hijo del hogar interior, y que se llamara Derem, aunque nunca en el clan de Estre se había usado este nombre.
El niño creció, bien parecido, delicado y fuerte; era de naturaleza sombría y silenciosa, y sin embargo todos le encontraban alguna semejanza con el perdido Arek. Cuando llegó a muchacho, el Señor Sorve, con la terca resolución que es propia de la vejez, lo nombró heredero de Estre. Entre los hijos —kémmer de Sorve, todos ya en la plenitud de la vida, y que esperaban desde hacia tiempo heredar el dominio, había, claro está, muchos corazones orgullosos. Cuando el joven Derem salió solo a la caza de pesdris en el mes de irrem, estos hombres le tendieron una emboscada. Pero Derem iba armado, y prevenido. En la densa niebla que cubre el lago Paso de Hielo durante el deshielo, mató a dos de sus hermanos de hogar, y luchó contra un tercero, cuchillo a cuchillo, y lo mató también al fin aunque él mismo recibió profundas heridas en la garganta y el pecho. Luego Derem se quedó de pie junto al cadáver del hermano en la niebla que cubría el hielo, y vio que caía la noche. Se sentía cada vez más enfermo y débil, y la sangre le manaba de las heridas, y pensó en ir hasta la aldea de Ebos en busca de ayuda; pero las sombras se cerraron, y Derem se extravió, y llegó al bosque de toras en la orilla occidental del lago. Luego encontrando una casa abandonada entró en ella y demasiado débil para encender un fuego cayó sobre las piedras frías del hogar, y allí quedó tendido con las heridas abiertas.
Alguien llegó viniendo de la noche, un hombre solo. Se detuvo en el umbral y se quedó quieto, mirando al hombre que yacía en una mancha de sangre, sobre el hogar. Luego entró de prisa, y preparó una cama de pieles que sacó de un viejo armario, y encendió un fuego, y limpió las heridas de Derem y se las vendó. Cuando vio que el joven lo miraba dijo: —Soy Derem de Stok.
—Yo soy Derem de Estre.
Hubo un silencio entre los dos. Luego el joven sonrió y dijo:
—¿Me vendaste las heridas para matarme, Stokven?
—No —dijo el más viejo.
Estraven preguntó: —¿Cómo ha sido que tú, Señor de Stok, estés aquí solo en tierras disputadas?
—Vengo aquí a menudo —replicó Stokven.
Quiso saber si el otro tenía fiebre y le tomó el pulso y la mano, y durante un instante apoyó la palma en la palma de Estraven; y las manos se correspondían dedo a dedo, como las dos manos de un hombre.
—Somos enemigos mortales —dijo Stokven.
Estraven respondió: —Somos enemigos mortales. Sin embargo nunca te había visto.
Stokven volvió la cara. —Te vi una vez, hace mucho tiempo —dijo —. Desearía que hubiese paz entre nuestras casas.
Estraven dijo: —Haré voto de paz contigo.
De modo que hicieron esos votos, y luego no hablaron más, y el hombre herido durmió. A la mañana Stokven había desaparecido, pero un grupo de aldeanos de Ebos llegó a la cabaña y llevó a Estraven de vuelta a Estre. Allí nadie se atrevió a seguir oponiéndose a la voluntad del viejo Señor, cuya rectitud había quedado sellada con la sangre de tres hombres en el lago de hielo, y cuando Sorve murió Derem pasó a ser Señor de Estre. Antes de un año había dado fin al viejo conflicto, cediendo la mitad de las tierras en disputas al dominio de Stok. Por esto, y por la muerte de sus hermanos de hogar, se lo llamó Estraven el traidor. Sin embargo, el nombre de Derem es todavía común entre los niños del dominio.
10. Conversaciones en Mishnori
A la mañana siguiente, mientras yo despachaba un desayuno tardío, que me sirvieron en mi cuarto de la mansión de Shusgis, el teléfono de la casa emitió un balido cortés. Cuando atendí el aparato, una voz me dijo en karhidi: —Aquí Derem Har. ¿Puedo subir a verlo?
—Sí, por favor.
Me alegró enfrentarme con Estraven, y terminar de una vez. Era evidente que entre Estraven y yo no podía haber una relación tolerable. Aunque la desgracia y el exilio de este hombre pudieran atribuírseme, nominalmente al menos, yo no sentía sobre mí ni responsabilidad ni culpa. Estraven nunca me había explicado de veras ni sus actos ni sus motivos, y yo no podía confiar en él. Deseé que no se hubiese mezclado con estos orgotas, que de algún modo me habían adoptado. La presencia de Estraven era a la vez una molestia y una complicación.
Estraven fue introducido en el cuarto por uno de los muchos empleados de la casa. Hice que se sentara en una de las sillas almohadilladas y le ofrecí la cerveza del desayuno. Rehusó. No parecía incómodo —había dejado toda timidez muy atrás, si alguna vez la había tenido —, pero de alguna manera se contenía: parecía estar esperando algo, distante.
—La primera verdadera nevada dijo, y viendo que yo me volvía hacia la ventana de pesadas cortinas —: ¿Todavía no miró afuera?
Así lo hice, y vi densos torbellinos de nieve en un viento que soplaba calle abajo, sobre los techos blanqueados; unos pocos centímetros que habían caído durante la noche. Era odarhad gor, el día decimoséptimo del primer mes de otoño. —Es temprano —dije, perdido unos instantes en el encantamiento de la nieve.
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