Ursula Le Guin - La mano izquierda de la oscuridad

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La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición.
En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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En la sala blanca de recepción del comensal Slose, alta, ardientemente iluminada, había veinte o treinta invitados, tres de ellos comensales y todos notables de una u otra especie; algo más que un grupo de orgotas empujados por la curiosidad de ver al «extraño». Yo no era aquí una rareza, como lo había sido todo un año en Karhide, ni un monstruo, ni un misterio. Yo era ahora, parecía, una llave.

¿Qué puerta podía abrirles? Algunos de ellos tenían una cierta idea, esos políticos y oficiales que me daban la bienvenida tan efusivamente, pero no yo.

No lo descubriría durante la cena. En todo Invierno, aun en las tierras heladas y bárbaras de Perunter, se piensa que hablar de negocios en las comidas es de una vulgaridad execrable. Sirvieron en seguida la sopa, y posponiendo mis preguntas presté atención a la famosa sopa de pescado y a los otros huéspedes. Slose era un hombre frágil, aniñado, de ojos muy claros y brillantes, y una voz apagada e intensa: parecía un idealista, un alma dedicada. Me gustó de algún modo, pero me pregunté a qué estaría dedicado en verdad. A mi izquierda se sentaba otro comensal, un hombre carigordo llamado Obsle. Era tosco, cordial, e inquisitivo. Al tercer sorbo de sopa ya estaba preguntándome qué demonios era eso de que yo había nacido en otro mundo; cómo era allí, más caluroso que en Gueden, todos decían, caluroso hasta qué punto.

—Bueno, en la Tierra, en esta misma latitud nunca nieva.

—Nunca nieva. ¿Nunca nieva? —Obsle rió de veras como ríe un niño ante una buena mentira, animando a próximos combates.

—Lo más parecido en la Tierra a las zonas habitables de ustedes son las regiones subárticas. Estamos más distanciados que ustedes de la última edad glacial, pero no completamente fuera. En lo fundamental Terra y Gueden son mundos muy parecidos; como todos los mundos habitables. El hombre se desarrolló sólo en un estrecho espectro de ambientes. Gueden es uno de los extremos…

—¿Entonces hay mundos más calurosos que el nuestro?

—La mayoría. Algunos son calientes; Gde, por ejemplo. Es principalmente un desierto de arena y piedra. Era un mundo templado al principio, y una civilización exploradora arruinó el equilibrio natural hace cincuenta o sesenta mil años, quemando bosques como leña, por así decir. Todavía hay gente allí, pero se parece, si he entendido el texto, a la idea yomesh del sitio destinado a los ladrones después de la muerte.

Esto arrancó una mueca de aprobación a Obsle, una sonrisa que me hizo revisar de pronto mi estimación de este hombre.

—Algunos subcultistas opinan que esas circunstancias de más allá de la vida son reales, y están físicamente situadas en otros mundos, otros planetas del universo. ¿Se ha encontrado usted alguna vez con una idea semejante, señor Ai?

—No. Han hablado de mí de muchos modos, pero nunca como un fantasma. —Mientras hablaba miré casualmente a mi derecha, y cuando dije «fantasma» vi uno. Oscuro, con ropas oscuras, estaba sentado junto a mi, el espectro de la fiesta.

La atención de Obsle se había vuelto a su otro vecino, y la mayoría escuchaba ahora a Slose, a la cabecera de la mesa. Dije en voz baja:

—No esperaba verlo aquí, Señor Estraven.

—Lo inesperado es lo que hace posible la vida —dijo Estraven.

—Me encomendaron algo para usted.

Estraven me miró, esperando.

—Se trata de dinero, dinero para usted. Fored rem ir Osbod lo manda. Lo tengo conmigo en la casa de Shusgis. Veré de enviárselo.

—Muy amable de su parte, señor Ai.

Estraven me pareció tranquilo, sumiso, reducido: un exiliado que se consume en tierra extraña. No mostró ningún deseo de hablar conmigo, y a mí me alegró no hablarle. No obstante, de cuando en cuando, durante aquella cena ruidosa, pesada, y larga, aunque toda mi atención estaba vuelta a los orgotas, poderosos y complicados, que pretendían favorecerme o utilizarme, tuve siempre conciencia de la proximidad de Estraven, de su silencio, de su rostro oscuro y apartado. Y se me ocurrió, aunque rechacé esta idea como infundada, que yo había venido a Mishnori a comer pez negro junto con los comensales por mi propia voluntad, y que tampoco ellos me habían traído aquí. Me había traído Estraven.

9. Estraven el traidor

Un cuento oriental karhidi, tal como fue contado por Tobord Chorhava en Gorinherin y registrado por G. A. La historia es bien conocida en varias versiones, y una pieza de teatro «habben» con el mismo tema es parte del repertorio de los actores trashumantes al este del Kargav.

Hace tiempo, antes de los días del rey Argaven I que hizo de Karhide un reino, hubo un conflicto de sangre entre el dominio de Stok y el dominio de Estre en las tierras de Kerm. El conflicto había sido una sucesión de saqueos y emboscadas durante tres generaciones, y no había arreglo posible, pues se disputaban la posesión de unas tierras. Las tierras fértiles son escasas en Kerm, y el orgullo de un dominio es la extensión de las fronteras, y los señores de las tierras de Kerm son hombres orgullosos y hombres tenebrosos, de sombras negras.

Ocurrió entonces que el heredero en la carne del Señor de Estre, un hombre joven, mientras esquiaba en el lago Paso de Hielo, en el mes de irrem, cazando pesdris, pisó hielo quebradizo y cayó al lago. Aunque apoyando un esquí como palanca en un borde de hielo más firme consiguió al fin salir del agua, se encontró fuera del lago en una situación casi tan mala como dentro, pues estaba empapado, el aire era kurem, y caía la noche. No le pareció posible llegar a Estre a doce kilómetros montaña arriba, de modo que echó a andar hacia la aldea de Ebos a la orilla norte del lago. Junto con la noche, la niebla descendió por el glaciar y se extendió sobre el lago de modo que el joven no podía ver el camino, ni dónde ponía los esquíes. Iba lentamente, tanteando el hielo, y sin embargo con prisa, pues el frío le había calado los huesos, y no faltaba mucho para que no pudiera moverse. Al fin vio una luz allá adelante, en la noche y la niebla. Se quitó los esquíes, pues la costa era abrupta y sin nieve en algunos sitios. Las piernas apenas lo sostenían, y fue arrastrándose hacia la luz. Estaba muy lejos del camino a Ebos. Esta era una de esas casitas que se encuentran en los bosques de toras, los únicos árboles en las tierras de Kerm; los toras crecían aquí alrededor de la casa y no más arriba del techo. Estraven golpeó la puerta con las manos y llamó a gritos, y alguien abrió y lo llevó a la luz del fuego.

No había ninguna otra persona allí. El hombre le sacó a Estraven las ropas, tan heladas que eran como ropas de hierro, y lo envolvió en pieles, y lo calentó con el calor del cuerpo hasta quitarle la escarcha de los pies y las manos y la cara, y le dio a beber un licor caliente. Al fin el joven se recobró, y miró a aquel que lo había cuidado.

Era un extraño, joven también. Se miraron un rato. Los dos eran fuertes de cuerpo y de facciones delicadas, erguidos y oscuros. Estraven vio en la cara del otro el fuego del kémmer.

Dijo: —Soy Arek de Estre.

El otro dijo: —Soy Derem de Stok.

Entonces Estraven rió, pues estaba todavía débil, y dijo: —¿Me calentaste devolviéndome a la vida para matarme luego, Stokven?

El otro dijo: —No.

Extendió la mano y tocó la mano de Estraven, como cerciorándose de que ya no había escarcha. Estraven, aunque estaba aún a un día o dos del kémmer, sintió que este contacto lo encendía de algún modo. Así que durante un rato los dos se quedaron quietos, tocándose las manos.

—Son iguales —dijo Stokven, y apoyando la palma en la de Estraven, mostró que así era: manos idénticas, en largo y forma, dedo por dedo, y que se correspondían como las dos manos de un hombre puestas palma contra palma.

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