Ursula Le Guin - Los desposeídos

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Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y “anarquista”, decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el “propietariado”. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.

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Recorriendo el país en automóvil o en tren, vio aldeas, granjas, ciudades, fortalezas de los tiempos feudales; las torres arruinadas de Ae, antigua capital de un imperio de cuatro mil cuatrocientos años. Vio los labrantíos y los lagos y las colinas de la provincia de A van, el corazón de A-Io, y en la línea del horizonte septentrional, blancas, gigantescas, las cumbres de la Cordillera Meitei. La belleza del paisaje y el bienestar de los habitantes eran para Shevek un continuo motivo de asombro. Los guías tenían razón: los urrasti sabían cómo usar el mundo. A Shevek le habían enseñado, de niño, que Urras era un ponzoñoso montón de desigualdad, iniquidades y derroche. Pero todas las personas que conocía, todos los que encontraba, hasta en la más pequeña de las aldeas, estaban bien vestidos, bien alimentados, y al contrario de lo que Shevek había supuesto, eran gente industriosa. No se pasaban las horas mirando el aire y esperando a que alguien les ordenase lo que tenían que hacer. Como los anarresti, estaban siempre activos, trabajando. Shevek no sabía qué pensar. Había imaginado que si a un ser humano se le quitaba el incentivo natural —la iniciativa, la energía creadora espontánea— para sustituirla por una motivación externa y coercitiva, se lo convertiría en un trabajador holgazán y negligente. Pero no eran trabajadores negligentes los que cultivaban aquellos sembrados maravillosos, los que fabricaban los soberbios automóviles, los trenes confortables. La atracción, la compulsión del lucro era evidentemente un eficaz sustituto de la iniciativa natural.

Hubiera querido conversar un rato con algunas de aquellas personas robustas y orgullosos que veía en las ciudades pequeñas, preguntarles por ejemplo si se consideraban pobres; porque si aquellos eran los pobres, tendría que revisar lo que él entendía por pobreza. Pero con tantas cosas como los guías querían que viese, nunca parecía haber tiempo suficiente.

Las otras ciudades de A-Io estaban demasiado lejos, para ir hasta ellas en una sola jornada, pero lo llevaban con frecuencia a Nio Esseia, a cincuenta kilómetros de la Universidad. Allí habían dispuesto toda una serie de recepciones en honor del viajero. Shevek no disfrutaba mucho de esas reuniones; no tenían ninguna relación con lo que para él era una fiesta. Todos se mostraban muy corteses y locuaces, pero nunca hablaban de nada interesante, y sonreían tanto que parecían ansiosos. Las vestimentas, en cambio, eran hermosas, como si los urrasti pusieran en ellas, y en los manjares, y en la diversidad de cosas que bebían, y en el mobiliario y los espléndidos ornamentos de los salones y palacios, la alegría y la jovialidad que ellos mismos no tenían.

Le mostraron vistas panorámicas de Nio Esseia: una ciudad con cinco millones de habitantes: una cuarta parte de la población total de Anarres. Lo llevaron a la Plaza del Capitolio y le mostraron las altas puertas de bronce de la sede del gobierno; le permitieron asistir a un debate del Senado y a una reunión del Comité de Directores. Lo llevaron al Jardín Zoológico, al Museo de Ciencias e Industrias, a visitar una escuela en la que unos niños encantadores con uniformes azules y blancos cantaron para él el himno nacional de A-Io. Lo llevaron a una fábrica de piezas electrónicas, un taller siderúrgico totalmente automatizado, y un laboratorio de fusión nuclear, para que pudiera apreciar con cuánta eficiencia manejaba sus recursos manufactureros y energéticos la economía del propietariado. Lo llevaron a inspeccionar un nuevo edificio de viviendas proyectado por el gobierno, para que viera cómo el Estado velaba por las necesidades de la población. Lo llevaron al mar en barco por el Estuario del Sua, atestado de naves que venían de todas las regiones del planeta. Lo llevaron al Tribunal Supremo de Justicia, y pasó un día entero escuchando las causas civiles y criminales que allí se juzgaban, una experiencia que lo dejó perplejo y espantado; pero ellos insistían en que viera todo cuanto había que ver, y lo llevaban a donde quería ir. Cuando preguntó, no sin timidez, si podía ver el lugar donde estaba enterrada Odo, lo arrastraron hasta el viejo cementerio del distrito de Trans-Sua. Y hasta permitieron que los reporteros de los periódicos de mala fama lo fotografiasen de pie a la sombra de los viejos sauces, mirando la sencilla y bien conservada lápida:

Laia Asieo Odo
698–769
Ser todo es ser una parte;
el verdadero viaje es el retorno.

Lo llevaron a Rodarred, la sede del Consejo de Gobiernos Mundiales, para que hablase en una sesión plenaria. Shevek había esperado conocer allí, o al menos ver, a gentes de otros mundos, los embajadores de Terra o de Hain, pero el apretado programa de actividades no se lo permitió. Había trabajado mucho en la preparación del discurso, un alegato a favor de la comunicación libre y el mutuo reconocimiento entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Fue recibido con una ovación de diez minutos, todo el mundo de pie. Los semanarios respetables lo comentaron elogiosamente, calificándolo de «un gesto moral y desinteresado de fraternidad humana por parte de un científico eminente», pero no transcribieron pasajes del discurso, ni ellos ni la prensa popular. A pesar de los aplausos, Shevek tenía la curiosa impresión de que en realidad nadie lo había escuchado.

Le concedieron numerosos privilegios y podía entrar libremente en los Laboratorios de Investigación de la Luz, en los Archivos Nacionales, en los Laboratorios de Tecnología Nuclear, en la Biblioteca Nacional de Nio, en el Acelerador de Meafed, en la Fundación de Investigaciones del Espacio de Drio. Aunque cuanto más veía en Urras, más deseaba ver, varias semanas de vida turística le parecieron suficientes: todo era tan fascinante, tan asombroso y maravilloso, que a la larga empezó a sentirse abrumado. Deseaba quedarse en la Universidad, ponerse a trabajar, y reflexionar sobre todo lo que había visto. No obstante, en el último día de visitas panorámicas dijo que deseaba conocer la Fundación de Investigaciones del Espacio. Pae pareció encantado con este pedido.

La vetustez de casi todo cuanto había visto recientemente —siglos, hasta milenios de antigüedad— lo había sobrecogido. La Fundación, por el contrario, era reciente, construida en los últimos diez años, en el elegante y suntuoso estilo de la época. La arquitectura tenía algo de dramático. Habían usado el color en grandes masas. Las alturas y las distancias le parecieron descomunales. Los laboratorios eran amplios y aireados; las fábricas y talleres anexos se alzaban detrás de unos espléndidos pórticos y columnas de estilo neosaetano. Los cobertizos eran enormes bóvedas multicolores, translúcidas y fantásticas. En cambio los hombres que trabajaban allí daban una impresión de mesura y solidez. Apartaron a Shevek de las escoltas habituales y le hicieron recorrer toda la Fundación, incluyendo las distintas etapas del sistema experimental de propulsión interastral en que trabajaban entonces, desde las computadoras y los tableros de dibujo hasta una nave en construcción, enorme y suprarreal a la luz violeta y amarilla del vasto cobertizo geodésico.

—Ustedes tienen tanto —le dijo Shevek al ingeniero que lo guiaba y cuidaba, un hombre llamado Oegeo—. Tienen tantos elementos de trabajo, y trabajan tan bien. Esto es maravilloso… la coordinación, la cooperación, la magnitud de la empresa.

—En el lugar de donde viene usted no podrían hacer nada en esta escala ¿eh? —dijo el ingeniero, sonriendo.

—¿Naves del espacio? Nuestra flota es las mismas naves en que los Colonos llegaron de Urras, construidas aquí en Urras, hace casi dos siglos. La construcción de una simple barcaza para transportar el grano por mar requiere todo un año de planificación, un gran esfuerzo para nuestra economía.

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