Isaac Asimov - Un guijarro en el cielo

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Un guijarro en el cielo: краткое содержание, описание и аннотация

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Joseph Schwartz paseaba ensimismado por las calles de Chicago. Levantó un pie en el siglo XX y se encontró con que lo había plantado en el año 827 de la Era Galáctica. Todavía estaba en la Tierra, pero en una época en que la Humanidad había colonizado la Galaxia y en la que los terrestres eran considerados parias condenados a la superficie de un mundo radiactivo. Joseph descubre los planes de los extremistas que amenazan la supervivencia de todo el Imperio Galáctico, y sólo él puede prevenir el desastre.

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—Y usted quiere que el sinapsificador mejore su coeficiente intelectual, ¿no?

—Si fuese un poquito más listo podría realizar una parte del trabajo que mi mujer no puede hacer, ¿lo comprende, doctor? —dijo Arbin.

—Podría morir. ¿Es consciente de ese riesgo?

Arbin contempló a Shekt con expresión de desamparo y se tiró furiosamente de los dedos.

—Necesitaré su consentimiento —añadió Shekt.

—No lo entenderá —insistió el granjero meneando la cabeza en un lento y tozudo vaivén —. Oiga, señor, estoy seguro de que usted me entiende… —se apresuró a añadir, en un tono de voz tan bajo que resultaba casi inaudible—. Usted tiene aspecto de saber lo dura que puede llegar a ser la vida. Ese hombre está envejeciendo… No es un problema de los Sesenta, ¿pero qué ocurrirá si cuando hagan el próximo Censo piensan que es idiota y…, y se lo llevan? No nos gustaría perderle, y por eso le he traído aquí. El motivo por el que quiero mantener en secreto todo esto es que quizá…, quizá… —Arbin volvió involuntariamente la mirada hacia las paredes, como si quisiese atravesarlas con un esfuerzo de pura voluntad y descubrir los ojos y oídos indiscretos que podían estar al acecho detrás de ellas—. Bueno, puede que a los Ancianos no les gustara mucho lo que estoy haciendo. Puede que tratar de salvar a un hombre enfermo sea considerado contrario a las Costumbres, pero la vida es muy dura, señor… Y a usted le sería útil. Ha solicitado voluntarios, ¿no?

—Sí, ya sé que lo he hecho. Bien, ¿dónde está ese pariente suyo?

Arbin decidió arriesgarse.

—Fuera, esperando en mi vehículo…, si es que nadie le ha encontrado, claro. No puede bastarse a sí mismo, ¿entiende? Si alguien le hubiese…

—Bueno, espero que se encuentre bien. Usted y yo saldremos ahora mismo y llevaremos el vehículo hasta nuestro garaje subterráneo. Me aseguraré de que excepto nosotros y mis ayudantes nadie llegue a enterarse de su presencia aquí, y le garantizo que no tendrá ninguna clase de problemas con la Hermandad.

Puso afablemente una mano sobre el hombro de Arbin, y los labios del granjero se curvaron en una temblorosa sonrisa. Arbin se sintió tan aliviado como si hubiese estado llevando una soga al cuello y se la hubieran quitado de repente.

Shekt contempló al hombre regordete y casi calvo que estaba acostado en la camilla. El paciente se encontraba sin conocimiento, pero su respiración era profunda y muy regular. Había emitido sonidos ininteligibles, y Shekt no había entendido nada de lo que dijo; pero no había detectado ninguna manifestación física de retraso mental durante el examen al que le había sometido. Los reflejos estaban muy bien para tratarse de un viejo.

¡Un viejo! Hmmm…

Se volvió hacia Arbin, quien lo estaba observando todo con gran atención.

—¿Quiere que le hagamos un análisis óseo?

—¡No! —exclamó Arbin—. No quiero que le hagan nada que pueda servir para que sea identificado —añadió en un tono de voz menos estridente.

—Eso nos ayudaría bastante. Si supiéramos qué edad tiene sería menos arriesgado, ¿entiende? —dijo Shekt.

—Tiene cincuenta años —replicó secamente Arbin.

El físico se encogió de hombros. Bueno, daba igual. Volvió a mirar al hombre dormido. Cuando fueron al vehículo el sujeto estaba apático y casi distante, o al menos eso le había parecido. Ni tan siquiera las hipnotabletas le habían inspirado desconfianza. Se las habían ofrecido, y el hombre las había engullido con una sonrisa temblorosa.

El técnico ya estaba entrando en la habitación las últimas unidades de aspecto bastante antiestético cuyo conjunto formaba el sinapsificador. Una presión sobre un botón hizo que el vidrio polarizado de las ventanas de la sala de operaciones sufriera un reordenamiento molecular que lo opacó. Ahora la única luz era la que emitía su resplandor blanco y frío sobre el paciente suspendido en el campo diamagnético de varios cientos de kilovatios, que le mantenía flotando a cinco centímetros de la mesa de operaciones a la cual había sido trasladado.

Arbin seguía sentado en la oscuridad. No entendía nada, pero estaba tozudamente decidido a que su presencia impidiera de alguna manera cualquier clase de posibles manipulaciones hechas con fines malignos, aun sabiendo que era demasiado ignorante para detectarlas y detenerlas.

Los físicos no le prestaban ninguna atención. Los electrodos fueron ajustados al cráneo del paciente. Era una tarea muy lenta, y primero hubo que llevar a cabo un meticuloso estudio de la estructura craneana a través de la técnica Ulster, que revelaba el trazado serpenteante de las fisuras. Shekt sonrió para sus adentros. Las fisuras craneanas no eran una medida cuantitativa de la edad en la que se pudiera confiar ciegamente sin necesidad de hacer más comprobaciones, pero en aquel caso resultaban suficientes. Aquel hombre tenía más de los cincuenta años que le había atribuido el granjero.

La sonrisa del físico se esfumó enseguida, y frunció el ceño. Había algo extraño en aquellas fisuras craneanas. Tenían un aspecto raro, como si…

Por un momento estuvo a punto de jurar que la estructura craneana era tan primitiva que aquel hombre casi podía calificarse como un caso de atavismo, pero pensándolo bien… Estaba ante un subnormal, ¿verdad? Quizá ésa fuera la explicación.

—¡Oh, no me había fijado! —exclamó de repente poniendo cara de asombro—. ¡Este hombre tiene pelo en la cara! —Se volvió hacia Arbin—. ¿Siempre ha tenido barba?

—¿Barba?

—¡Pelo en la cara! ¡Venga aquí! ¿No lo ve?

—Sí, señor —respondió Arbin mientras su cerebro empezaba a funcionar a toda velocidad. Lo había notado aquella mañana, pero luego se le había olvidado—. Nació así —dijo—. Eso creo… —añadió un instante después, a pesar de que con ello debilitaba bastante la credibilidad de su afirmación anterior.

—Bien, vamos a eliminarlo. No querrá que tenga ese aspecto bestial, ¿verdad?

—No, señor.

El pelo desapareció rápidamente después de que el técnico aplicara una crema depilatoria con sus manos enguantadas.

—También tiene pelos en el pecho, doctor Shekt —anunció un instante después.

—¡Gran Galaxia! —exclamó Shekt—. ¡Déjeme ver! ¡Pero si este hombre parece una alfombra! Bien, da igual… Una camisa los tapará, y quiero empezar a trabajar con los electrodos. Vamos a poner cables aquí, aquí y aquí. —Unos pinchazos casi imperceptibles, y los cables capilares de platino quedaron insertados—. Ahora aquí y aquí…

Una docena de conexiones a través de las que se podrían percibir los delicados ecos—sombra de las microcorrientes que circulaban por el cerebro yendo de una célula a otra atravesaron la piel y llegaron a las suturas craneanas.

Los científicos observaron con gran atención cómo las agujas de los amperímetros de alta precisión se agitaban y saltaban a medida que las conexiones eran establecidas e interrumpidas. Los diminutos estiletes de los registros trazaban sus delicadas telarañas sobre el papel milimetrado en forma de picos y depresiones irregulares.

Los gráficos fueron retirados y colocados encima de un panel de vidrio iluminado desde abajo. Shekt y su ayudante se inclinaron sobre él y empezaron a intercambiar susurros.

Arbin oyó algunas palabras inconexas.

—…excepcionalmente regular… Observe la altura del quinto pico… Creo que debería ser analizado… Resulta evidente que…

Y después siguió un tedioso ajuste del sinapsificador que pareció durar mucho rato. Los científicos hicieron girar los diales sin apartar la mirada de los ajustes micrométricos que iban llevando a cabo, y después llegaron las lecturas. Los diversos electrómetros fueron revisados una y otra vez, y en cada caso se hicieron los nuevos ajustes necesarios.

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