Poul Anderson - La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista...
La nave de un millón de años

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—Humildemente ruego el perdón de Su Eminencia. —El tono no era insolente, pero tampoco indicaba arrepentimiento.

—Bien, continuemos con esto. —Aun lejos de París, las horas eran preciosas; y tal vez el futuro no le reservara muchas. No obstante, Richelieu reflexionó un minuto, acariciándose la barba que realzaba sus rasgos puntiagudos, antes de ordenar—: Cuéntame qué le dijiste al sacerdote para persuadirlo.

La sorpresa hizo titubear a Lacy.

—Su Eminencia lo sabe.

—Compararé las versiones. —Richelieu suspiró—. Y puedes guardarte los tratamientos honoríficos. Estamos a solas.

—Agradezco a Su… Bien. —El marino inhaló—. Lo busqué en la iglesia de St. Nazaire cuando supe que… monsieur agraciaría con su presencia estos parajes, que no están a gran distancia de allí. Le hablé del cofre. Mejor dicho, se lo recordé, pues él sabía algo, aunque lo había olvidado. Desde luego, eso le llamó la atención, pues nadie más lo recordaba. Simplemente, había acumulado polvo en la cripta durante cuatrocientos años.

El gatito dio un brinco a los pies de Lacy. Una sonrisa cruzó los labios del cardenal. Luego clavó en el hombre los ojos enormes y febrilmente luminosos.

—¿Le contaste cómo había llegado allí? —continuó.

—Por supuesto, monsieur. Era una prueba de mi buena fe, pues la historia no formaba parte de las tradiciones.

—Cuéntalo de nuevo.

—Ah… En esa época un mercader bretón llamado Pier, de Ploumanac'h, se instaló en St. Nazaire. Era apenas un villorrio. Claro que en la actualidad no es gran cosa, como bien sabe monsieur. Lo cierto es que por esa razón una casa costaba poco, y el lugar era apropiado para el pequeño navío costero que adquirió. Entonces resultaba más fácil para los hombres cambiar de hogar y de oficio. Pier gozó de cierta prosperidad, se casó y tuvo hijos. Cuando enviudó, declaró que se alistaría en la cruzada que estaba a punto de lanzar el rey San Luis, que resultó ser la última. Para entonces ya era viejo, pero se conservaba bien. Muchos decían que aún parecía joven. Nunca más volvieron a verlo, y la gente supuso que había muerto.

«Antes de partir, ofreció una importante donación a la iglesia parroquial. Eso era común cuando alguien emprendía un largo viaje, mucho más si iba a la guerra. Sin embargo, otorgó este presente con una condición. La iglesia debería guardarle una caja. Mostró al sacerdote que sólo contenía un pergamino enrollado, un documento de cierta importancia y confidencial; luego lo selló. Un día él o un heredero regresarían para reclamarlo, y el pergamino mismo daría validez a esa petición. Bien, estos requerimientos no eran inauditos, y el sacerdote lo consignó en los anales. Pasaron muchas generaciones. Cuando aparecí, pensé que tendría que indicar al actual sacerdote cómo encontrar el documento, pero él es un anticuario y había mirado los libros.

Richelieu alzó el pergamino y lo leyó, quizá por séptima vez, echando repetidas ojeadas a Lacy.

—Sí —murmuró—, esto estipula que el heredero legítimo será igual que Pier de Ploumanac'h, sea cual fuere su nombre, y lo escribe con todo detalle. Una descripción muy bien redactada. —El cardenal se consideraba un letrado, y había escrito y producido varios dramas—. Más aún, hay una serie de versos con sílabas sin sentido, que el aspirante podrá recitar sin mirar el texto.

—¿Desea monsieur que lo haga?

—No es menester… todavía. Los has recitado ante el sacerdote, y luego ante el obispo. Basta como prueba que él haya escrito al obispo de esta diócesis, persuadiéndole de que me convenciera para verte. Pues el documento concluye declarando que el… heredero… traerá noticias de suma importancia. ¿Por qué te negaste a describir a ambos prelados de qué se trataba?

—Son sólo para el hombre más grande de esta tierra.

—Ése es Su Majestad,

El visitante se encogió de hombros.

—¿Qué probabilidades tendría yo de que el rey me recibiera? En cambio, me arrestarían bajo sospecha de cualquier cosa, y me sonsacarían la información bajo tortura. Su Eminencia tiene fama de ser más… flexible. Inquisitivo. Patrocina a hombres cultos y literatos, ha fundado una academia nacional, ha reconstruido la Sorbona, otorgándole una generosa suma, y en cuanto a los logros políticos… —Guardó silencio e hizo un ademán significativo. Obviamente, pensaba en los hugonotes sometidos, pero apaciguados; en la reducción del poder de los nobles, cuyos castillos feudales estaban en su mayoría demolidos; en los rivales cortesanos del cardenal burlados y derrotados, algunos exiliados o ejecutados; en la larga guerra contra los imperialistas, en la cual Francia (junto con la Suecia protestante, el aliado obtenido por Richelieu) estaba venciendo al fin. ¿Quién era el verdadero gobernante de esas tierras?

Richelieu enarcó las cejas.

—Estás muy bien informado para ser un humilde capitán.

—Necesito estarlo, monsieur —replicó Lacy en voz baja.

Richelieu asintió.

—Puedes sentarte.

Lacy hizo una reverencia y buscó una silla más pequeña, que puso a respetuosa distancia, y se sentó. Se reclinó, aparentemente relajado, pero quien lo conociera sabía que estaba alerta. No porque hubiera algún peligro, aunque había guardias apostados frente a la puerta.

—¿Cuáles son esas noticias? —le preguntó Richelieu.

Lacy frunció el ceño.

—No espero que Su Eminencia me crea con sólo oírlas. Apuesto mi vida a la suposición de que tendrá paciencia y despachará hombres de fiar para traer pruebas más sólidas.

El gatito jugó entre sus tobillos.

—Charlot te tiene simpatía —señaló el cardenal, con cierta calidez en la voz. Lacy sonrió.

—Dicen que a monsieur le gustan los gatos.

—Cuando son jóvenes. Continúa. Veamos qué sabes sobre ellos. Me indicará algo sobre ti.

Lacy se inclinó y acarició al cachorro entre las orejas. Él gato estiró las pequeñas garras y se refregó contra sus medias. Lacy se lo puso en el regazo, le tocó la garganta y le acarició el suave pelaje.

—Yo también he tenido gatos —dijo—. En el mar y en tierra. Eran sagrados en el antiguo Egipto. Arrastraban el carruaje de la diosa nórdica del amor. A menudo dicen que son familiares de las brujas, pero eso es un disparate. Los gatos son como son, y no intentan ser otra cosa, como los perros. Supongo que por eso los humanos los consideran misteriosos, y algunos les temen o los odian.

—Mientras que otros parecen simpatizar con ellos más que con sus congéneres, Dios los perdone. —El cardenal se persignó—. Eres un hombre notable, capitán Lacy.

—A mi manera, monsieur, que es muy diferente de la vuestra.

Richelieu lo miró con ojos más intensos.

—Pedí un informe sobre ti, desde luego, cuando supe lo que deseabas —dijo despacio—. Pero háblame de tu vida pasada con tus propias palabras.

—¿Para que monsieur pueda juzgar esas palabras… y a mí? —El marino miró al vacío mientras seguía acariciando al gato con la mano derecha—. Bien, pues, la contaré de manera extraña. Pronto comprenderá la razón para ello, que consiste en que no deseo mentir.

»Seamus Lacy es oriundo del norte de Irlanda. No sabe cuándo nació, pues el registro bautismal está allí, si no lo han destruido; pero calcula que tiene unos cincuenta años. En el año 1611 el rey de Inglaterra desplazó a los irlandeses de las mejores partes del Ulster e instaló a escoceses protestantes. Lacy está entre los que abandonaron el país. Se llevó algún dinero, pues procedía de una familia de marinos más o menos acomodada. En Nantes buscó refugio entre mercaderes irlandeses establecidos desde tiempo atrás, lo cual le ayudó a regularizar su situación. Adoptó la forma francesa de su nombre de pila, se hizo súbdito francés y se casó con una francesa. Siendo marino, realizó largos viajes, llegando hasta el África, las Indias Occidentales y Nueva Francia. A la larga llegó a ser capitán de un buque. Tiene cuatro hijos vivos, cuyas edades van de trece a cinco, pero su esposa murió hace dos años y no se ha vuelto a casar.

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