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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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Sus meditaciones fueron interrumpidas cuando Steenameert llamó a la puerta y entró en el cuartito, limpiándose aún algún resto de comida de la barbilla.

—¿Me ha hecho llamar?

—Sí. Nos interrumpieron en un punto interesante de nuestra charla. Cuéntame algo más sobre las ciudades vacías. ¿No viste ningún ser vivo en ninguna parte?

Steenameert sacudió la cabeza.

—Nada, señor. Montones de esqueletos sí, miles; pero por lo que yo he visto, el hombre nuevo ya no existe. Su propia pestilencia parece haberse vuelto contra él, barriéndolo del planeta.

—¿Hasta dónde viajaste?

—No muy lejos, unos trescientos kilómetros como mucho. Como usted sabe, sólo llevábamos tres naves espaciales, y ninguna con propulsores laterales; dependíamos de los vientos para desplazarnos. Pero para mí fue suficiente, señor. Al cabo de un rato tuve una misteriosa sensación sobre aquel lugar, y supe que no había nadie extraño allí.

»Primero descendimos a sólo unos tres kilómetros de Ro-Atabri, la antigua capital. Estábamos en el centro del antiguo Kolkorron. Si hubiera habido algún ser vivo en Land, es allí donde tendríamos que haberlo encontrado. Lo lógico sería que estuviesen allí… —Steenameert hablaba fervientemente, como si tuviera un interés personal en convencer a Toller de que sus ideas eran ciertas.

—Probablemente tienes razón —dijo Toller—. A menos, desde luego, que algo tenga que ver con los pterthas. Por lo que me han contado, los peores fueron los que infestaron Kolkorron, mientras que el otro lado del globo estaba relativamente libre de ellos.

Steenameert se acaloró aún más.

—El segundo gran descubrimiento que hicimos es que los pterthas de Land son incoloros, igual que los de Overland. Parece que ya han vuelto a su estado neutro, señor. Supongo que el veneno que desarrollaron para usarlo contra los humanos ya cumplió su objetivo, y ahora están en un estado de alerta contra cualquier tipo de criatura que amenace los árboles de brakka.

—Esto es muy interesante —dijo Toller.

Pero a pesar de sus palabras, su atención se alejó cuando la imagen del rostro de la condesa comenzó a dar vueltas ante los ojos de su mente. «Me pregunto cómo podré arreglármelas para volver a verla. Y cuánto tardaré…»

—Yo creo —decía Steenameert— que lo lógico sería organizar una expedición. Muchas naves, bien equipadas y que transportasen colonizadores, para volver a asentarse en el Viejo Mundo, tal como predijo el rey Prad…

Toller había percibido de un modo inconsciente que Steenameert hablaba inusualmente bien para el rango que tenía, y ahora se dio cuenta de que también parecía más culto de lo que podía esperarse. Lo examinó con renovado interés.

—Has estado meditando sobre esto, ¿verdad? —dijo—. ¿Te gustaría volver a Land?

—¡Oh, sí, señor! —el barbilampiño rostro de Steenameert se sonrojó—. Si la reina Daseene decide enviar una flota a Land, estaré entre los primeros en ofrecerme voluntario para el viaje. Y si usted también se sintiese atraído, yo consideraría un honor el estar a su servicio.

Toller consideró la idea, y en su mente se representó la imagen lúgubre de una serie de aeronaves recorriendo los paisajes de ruinas cubiertas de malas hierbas donde yacían millones de esqueletos. La imagen le resultó aún menos atractiva por no haber en ella un lugar para Vantara. Si se fuese a Land, él y ella estarían literalmente en mundos diferentes… Le sorprendió descubrir que ya le hubiera adjudicado un lugar tan importante en el esquema de su vida, y sin apenas justificación, lo cual le demostró hasta qué punto aquella mujer había atravesado sus defensas emocionales.

—No puedo evitar que vuelvas al Viejo Mundo —dijo a Steenameert—. Pero creo que yo tengo aún bastante que hacer en Overland.

Capítulo 2

Lord Cassyll Maraquine respiró profunda y placenteramente al bajar los escalones frontales de su casa, que se hallaba situada al norte de la ciudad de Prad. Había estado lloviendo durante la última parte de la noche, y como consecuencia el aire era fresco y tonificante, lo cual le hizo desear no tener que pasar la mañana en las sofocantes dependencias de la residencia real. El palacio se encontraba a poco más de kilómetro y medio de distancia, visible como un destello de mármol rosado tras los frondosos árboles. Le hubiera gustado hacer el recorrido a pie, pero en aquellos días nunca parecía encontrar tiempo para tales placeres. La reina Daseene se había vuelto muy irritable con la edad, y él no quería arriesgarse a molestarla llegando tarde a su cita.

Fue hasta el carruaje que le esperaba, y saludó con la cabeza al conductor cuando subió. El vehículo partió inmediatamente, tirado por cuatro cuernazules, símbolo de la elevada categoría de Cassyll en Kolkorron. Sólo cinco años atrás estaba prohibido tener un carruaje que requiriese más de un cuernazul, pues los animales eran muy necesarios en el desarrollo de la economía del planeta, e incluso ahora los tiros de cuatro eran algo bastante raro.

El carruaje era un obsequio de la Reina y era lo correcto llevarlo cuando iba a visitarla, aunque su mujer y su hijo se burlasen a veces de él por el creciente relajo de sus costumbres. Siempre se tomaba a bien sus críticas, aunque empezaba a sospechar que realmente se estaba volviendo muy aficionado al lujo y a las comodidades. La inquietud y el deseo de aventura que caracterizaron a su padre parecían haberse saltado una generación para manifestarse en el joven Toller. En numerosas ocasiones había discutido con su hijo debido a su imprudencia y su desfasada costumbre de llevar espada; sin embargo, nunca había presionado demasiado sobre el asunto, porque en un rincón de su mente habitaba la idea de que actuaba movido por los celos, debido a la adoración que Toller profesaba hacia su abuelo muerto.

Al pensar en su hijo, Cassyll recordó que el chico dirigía la aeronave que había llegado el postdía anterior con los informes sobre la expedición a Land. En teoría, el contenido de aquellos despachos era secreto, pero su secretario ya había conseguido pasarle la información de que se había encontrado al Viejo Mundo despoblado, y libre de la especie mortífera de pterthas que había obligado a la humanidad a huir a través del vacío interplanetario.

La reina Daseene había convocado rápidamente a una reunión de consejeros escogidos, y el hecho de que hubiera requerido la presencia de Cassyll era un indicio de la dirección que habían tomado sus pensamientos. Él era un experto en el campo de la industria, y en ese contexto, el concepto conducía inexorablemente a las aeronaves; lo que implicaba que Daseene desearía recolonizar el Viejo Mundo para así convertirse en la primera de los gobernantes de la historia que sentara dominio en los dos planetas.

Cassyll sentía un desagrado instintivo por la idea de conquista, reforzada por el hecho de que su padre había muerto en un intento absolutamente inútil de conquistar Farland, el tercer planeta del sistema local; no obstante, en este caso no podía aplicarse ninguna censura filosófica o humanitaria. Land, el planeta hermano de Overland, pertenecía a su pueblo por derecho, y si no había ninguna población indígena que debiera ser sometida o masacrada, no veía ninguna objeción moral a una segunda migración interplanetaria. Por lo que a él concernía, sus únicas preguntas tendrían que ver con la proporción: ¿cuántas aeronaves querría la reina Daseene, y para cuándo las iba a necesitar?

Toller querrá tomar parte en la expedición, pensó Cassyll. La travesía sin duda conllevará riesgos, pero eso sólo servirá para reforzar su decisión de ir.

El carruaje llegó al río en seguida, y giró hacia el oeste en dirección al puente del Gran Glo, que era el principal acceso para ir al palacio. En los pocos minutos que estuvo en la curva de la avenida, Cassyll vio dos carruajes impulsados por vapor. Ninguno de ellos había sido construido en su fábrica y, una vez más, se sorprendió a sí mismo deseando disponer de más tiempo para dedicarlo a la experimentación de esa forma de transporte. Aún quedaban muchas mejoras por conseguir, especialmente respecto a la transmisión de la energía; pero la administración del imperio industrial Maraquine parecía requerirle todo su tiempo.

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