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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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—¿A qué viene esa sonrisa? —preguntó Vantara—. ¿No ha oído lo que he dicho?

Sin intentar excusarse, Toller dijo:

—Déjese de tonterías. ¿Necesita ayuda para reparar su nave?

Vantara dirigió una furibunda mirada a la teniente que acababa de llegar, luego desvió la vista hacia el rostro de Toller.

—Señor Maraquine, me parece que no se da cuenta de la gravedad de su situación. Queda arrestado.

Toller suspiró.

—Escúcheme, capitana. Se ha comportado de un modo muy estúpido, pero afortunadamente no se ha producido ningún daño real y no será necesario que hagamos ningún informe oficial. Sigamos cada uno nuestro camino y olvidemos este triste incidente.

—Eso es lo que le gustaría, ¿no?

—Sería mejor que continuar con esta locura suya.

La mano de Vantara se desplazó hasta la culata de la pistola que llevaba en su cinturón.

—Le repito, señor Maraquine, que está arrestado.

Casi sin poder dar crédito a lo que estaba ocurriendo, Toller asió instintivamente la empuñadura de su espada. La sonrisa de Vantara era terrible y perfecta.

—¿Qué se cree que puede hacer con esa ridicula pieza de museo?

—Ya que lo pregunta, se lo diré —dijo Toller, con un tono ligero y ecuánime—. Antes siquiera de que empuñase su pistola, podría separarle la cabeza del cuerpo, y si su teniente cometiera la tontería de intentar amenazarme sufriría el mismo destino. Incluso si le acompañasen otros dos miembros de su tripulación…, e incluso si lograsen disparar y acertarme con sus balas, aún sería capaz de correr hacia ellos y partirles en dos.

»Espero haberme explicado con claridad antes, capitana Dervonai: cumplo órdenes directas de su Majestad, y si alguien, sea quien fuere , tratara de impedirme que ejecute esas órdenes, su intento terminará en una terrible sangría.

Manteniendo una expresión imperturbable, Toller esperó a ver qué efecto producían sus palabras en Vantara.

El físico que había heredado de su abuelo era un recuerdo viviente de los días en que los militares constituían una casta independiente en Kolkorron. Era mucho más alto que la condesa y pesaba el doble que ella; pero sin embargo no estaba seguro de que las cosas resultaran en su favor. Esa mujer no parecía ser una persona acostumbrada a ser intimidada, cualesquiera que fuesen las circunstancias.

Hubo un tenso momento durante el cual Toller fue extremadamente consciente de que todo su futuro pendía de un hilo… y entonces, inesperadamente, Vantara soltó una complacida carcajada.

—¡Míralo , Jerene! —dijo, dando un codazo a su compañera—. Creo que se lo ha tomado en serio.

La teniente pareció desconcertada por un instante, luego logró esbozar una débil sonrisa.

—Este es un asunto muy serio… —comenzó a protestar él.

—¿Dónde está tu sentido del humor, Toller Maraquine? —le cortó Vantara—. Desde luego… Ahora que lo pienso, siempre te has tomado demasiado en serio a ti mismo.

Toller se quedó perplejo.

—¿Quieres decir que nos hemos visto anteriormente?

Vantara se rió otra vez.

—¿No te acuerdas de que tu padre te llevó a palacio cuando eras pequeño, para la recepción del Día de la Migración? Ya entonces llevabas una espada, tratando de imitar a tu famoso abuelo.

Toller estaba seguro de que le estaba tomando el pelo, pero en prevención de que quizá fuera ésa la forma en que la condesa se retiraría de la pelea sin perder su honor, estaba dispuesto a ser condescendiente. Cualquier cosa sería mejor que seguir con aquel enfrentamiento inútil.

—Confieso que no me acuerdo de ti —dijo—, pero sospecho que es porque tu aspecto ha cambiado mucho más que el mío.

Vantara sacudió la cabeza, rechazando el cumplido implícito.

—No, es simplemente que tienes mala memoria. ¿Qué es tan importante con ese paracaidista por cuya custodia, hace sólo unos minutos, estabas dispuesto a arriesgar la seguridad de las dos naves?

Toller se volvió hacia Steenameert, que había estado escuchando el diálogo con interés.

—Sube a la nave, y que el cocinero te prepare algo de comer. Seguiremos nuestra conversación más cómodamente luego.

Steenameert saludó, recogió su paracaídas y se alejó arrastrándolo.

—Supongo que le habrás preguntado por qué la expedición duró mucho más de lo esperado —dijo Vantara en un tono ligero, como si el enfrentamiento nunca hubiera tenido lugar.

—Sí —Toller no sabía muy bien cómo tratar a la condesa, pero decidió llevar la relación de la forma más informal y amistosa posible—. Dijo que Land estaba vacío. Habló de ciudades vacías.

—¡Vacías! Pero… ¿qué ha sido de los supuestos hombres nuevos?

—La explicación, si es que hay alguna, debe estar en el despacho.

—En ese caso, debo visitar a mi abuela… a su Majestad, lo antes posible —dijo Vantara.

La referencia a su parentesco con la familia real era innecesaria, y Toller lo tomó como una señal de que debía mantener la distancia.

—Yo también debo volver a Prad lo más rápido que pueda —dijo, dando viveza a su tono—. ¿Estás segura de que no requieres ayuda para las reparaciones?

—¡Totalmente! Las costuras estarán arregladas antes de la noche breve; después seguiré mi camino.

—Sólo una cosa más —dijo Toller, cuando Vantara ya se daba la vuelta—. Hablando estrictamente, nuestras naves colisionaron; se supone que tendríamos que cumplimentar un informe del incidente. ¿Qué opinas tú?

Ella lo miró directamente a los ojos.

—Todo ese papeleo es bastante aburrido, ¿no?

Muy aburrido —dijo Toller sonriendo, y después saludó—. Adiós, capitana.

Observó a la condesa y a la oficial subalterna alejarse en dirección a la nave, y luego se volvió y desanduvo sus pasos hacia su propia embarcación. El gran disco del planeta hermano llenaba el cielo, y el oscurecimiento de su parte iluminada le indicó que no quedaba mucho más de una hora para el eclipse diario que llamaban noche breve.

Ahora, después de despedirse, era claramente consciente de hasta qué punto se había dejado manipular por Vantara. Si el culpable de tan increíble comportamiento en el aire y semejante arrogancia en la tierra hubiera sido un hombre, le habría dedicado un ataque verbal tan feroz que fácilmente podría haber provocado un duelo, y muy probablemente se le habría acusado en un informe oficial. En cierto modo, había quedado reducido y aturdido por la increíble perfección física de la condesa, y se había comportado como un influenciable adolescente. Era cierto que en definitiva había vencido a Vantara en el asunto principal…, pero considerando las cosas retrospectivamente, casi creía que se había preocupado más por impresionarla a ella que por llevar a cabo su misión.

Cuando llegó a su nave, había ya un hombre junto a cada una de las cuatro anclas, listos para partir. Subió por los peldaños de un costado de la barquilla y trepó por encima de la baranda; luego se detuvo a contemplar la nave de Vantara. Su tripulación estaba ocupada quitando la cámara de gas y extendiéndola sobre la hierba, bajo la supervisión de ella.

El teniente Feer se acercó a él.

—¿Potencia continua hacia Prad, señor?

«Si alguna vez me casara», pensaba Toller, «tendría que ser con esa mujer».

—Señor, le he preguntado si…

—Desde luego, potencia continua hacia Prad —dijo Toller—. Y trae a Steenameert a mi cabina luego de su refrigerio; quiero hablar con él en privado.

Fue a su cabina en la parte posterior de la plataforma principal y esperó a que el cabo apareciese.

La aeronave parecía viva otra vez: sus tablas y cordajes emitían crujidos ocasionales mientras la estructura se adaptaba a las tensiones de volar contra el viento. Toller estaba sentado ante su escritorio y jugaba distraídamente con los instrumentos de navegación, incapaz de apartar sus pensamientos de la condesa Vantara. ¿Cómo podía haber olvidado que la conoció siendo niño? Recordaba haber sido arrastrado en contra de su voluntad a las ceremonias del Día de la Migración, a la edad en que despreciaba la compañía de las mujeres; pero incluso entonces tendría que haberla distinguido entre el grupo de criaturas anodinas que jugaban en los jardines del palacio…

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