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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Los mundos fugitivos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1990, ISBN: 84-7002-434-5, издательство: Acervo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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Considero más prudente ser acusado ante su Majestad de descortesía, que por la traición que supondría el que abandonase mi misión. En consecuencia, le recomiendo que vuelva a sus labores.

—¡Sus labores! —el teniente Feer, que pudo leer el mensaje desde el costado, se rió entre dientes cuando Toller le devolvió el luminógrafo—. No creo que a la dama navegante le agrade eso, señor. Me pregunto cuál será su respuesta.

—Ahí la tienes —dijo Toller, habiendo alzado sus prismáticos justo a tiempo para observar la estela que expulsaron los propulsores de la otra nave—. Se retira ofendida de la escena o bien se dirige directamente a nuestro objetivo. Y si lo que he oído sobre la condesa Vantara es cierto… ¡Sí! ¡Se trata de una carrera!

—¿Desea la velocidad máxima?

—¿Qué otra cosa, si no? —dijo Toller—. Y dile a los hombres que se pongan los paracaídas.

Ante la mención de los paracaídas, la expresión divertida de Feer se desvaneció y se transformó en preocupación.

—Señor, no creerá que ella irá a…

—Cualquier cosa puede ocurrir cuando dos naves se disputan una parte del espacio — le interrumpió Toller con un tono jovial en la voz, castigando sutilmente al teniente por la inconveniencia de su actitud—. Una colisión podría producir fácilmente muertes, y preferiría que eso ocurriese en el bando contrario.

—Sí, señor. Enseguida, señor.

Feer se dio vuelta, haciendo ya una señal hacia el operador de los motores, y un momento después los propulsores principales empezaban a rugir al serles aplicada la máxima potencia continua. La proa de la alargada barquilla se elevó, al tiempo que la fuerza propulsora hacía rotar toda la nave sobre su centro de gravedad, pero el timonel corrigió la posición modificando el ángulo de los motores. Pudo hacerlo con una sola mano gracias a una palanca y un retén, ya que los motores eran de los más modernos y ligeros, formados por tubos de metal unidos.

Hasta hacía relativamente poco, cada propulsor utilizaba todo un tronco de árbol de brakka, y en consecuencia era pesado y difícil de manejar. La fuente de energía seguía siendo una mezcla de cristales de halvell y pikon, que a lo largo de la historia habían sido extraídos del suelo por el sistema radicular de los brakkas. Ahora, sin embargo, los cristales se obtenían directamente de la tierra mediante sofisticados métodos químicos que habían sido desarrollados por el padre de Toller, Cassyll Maraquine.

La industria química y la metalurgia eran la base de la inmensa fortuna y poder de la familia Maraquine, a la vez que la causa de casi todos los problemas personales de Toller con sus padres. Éstos pretendían que Toller se preparase para reemplazar a su padre en las riendas del imperio industrial de la familia, perspectiva que él contemplaba con horror. Su relación con ellos se había hecho aún más tensa desde que entró en el Servicio del Espacio en busca de aventuras y estímulos. Estas dos cosas habían resultado menos satisfactorias de lo que él había esperado, lo cual era una de las razones de su determinación a no ser apartado en este caso concreto…

Volvió su atención al astronauta, que estaba aún a más de un kilómetro de la ondulada superficie de los campos. No tenía ningún sentido correr hacia el lugar estimado de aterrizaje del paracaidista, pero Vantara podría reforzar su posición si afirmaba encontrarse allí antes que él. Toller supuso que ella habría interceptado por casualidad el mensaje del luminógrafo enviado a palacio a primera hora del día, y después habría decidido caprichosamente asumir el mando de esta interesante fase de lo que había sido una tediosa misión.

Estaba considerando la posibilidad de enviar un último mensaje de aviso, cuando advirtió una línea oscura en el oeste del horizonte. Los prismáticos le confirmaron que había una masa de agua bastante grande, y al consultar los mapas descubrió que se trataba del lago Amblaraate. Tenía más de siete kilómetros de ancho, lo que significaba que el astronauta dispondría de muy pocas posibilidades de caer fuera de sus límites; sin embargo, estaba atravesado por una línea de pequeños islotes entre los cuales un paracaidista experimentado podría seleccionar un lugar adecuado para aterrizar.

Toller llamó a Feer para mostrarle el mapa.

—Creo que nos espera un buen entretenimiento —dijo—. Los islotes no parecen demasiado grandes. Si esa semilla voladora logra posarse en uno de ellos, la tarea de elevar de nuevo al astronauta requerirá la habilidad de un experto. Me pregunto si la «dama navegante», como usted la ha llamado, seguirá con ganas de reclamar ese honor.

—Lo importante es que el mensajero y sus despachos sean conducidos a salvo hasta la Reina —replicó Feer—. ¿Tiene alguna importancia quién lo recoja?

Toller le dedicó una amplia sonrisa.

—Oh, sí, teniente: tiene mucha importancia.

Se inclinó sobre la baranda de la barquilla, disfrutando del fresco de la corriente de aire, y observó la otra nave acercarse en su curso convergente. La distancia era aún demasiado grande para que pudiera distinguir con claridad a la tripulación, incluso con los prismáticos; pero sabía por referencia que todas eran mujeres. La misma reina Daseene era quien había insistido en que se permitiese a las mujeres entrar en el Servicio del Espacio. Eso había ocurrido en la situación de emergencia que se había producido veintiséis años atrás, en la época de la amenazadora invasión del Viejo Mundo, pero su existencia se había conservado hasta el presente; sin embargo, por razones prácticas, se había decidido no usar ya tripulaciones mixtas. Toller, que había pasado la mayor parte de su servicio activo en la región más aislada de Overland, no se había encontrado con ninguna de las pocas aeronaves tripuladas por mujeres, y tenía curiosidad por averiguar si el sexo influiría o no en las técnicas de manejo de la nave.

Como había imaginado, las dos embarcaciones llegaron al lago Amblaraate cuando el paracaidista aún estaba bastante alto. Toller calculó cuál de las islas sería el lugar más apropiado para el aterrizaje, ordenó que la nave descendiese unos treinta metros y comenzó a moverse en círculo a velocidad lenta y constante alrededor de una zona triangular de hierba. Para fastidio suyo, Vantara adoptó una táctica similar, situándose en el lado opuesto del círculo. Las dos naves rotaban como unidas a los extremos de una barra invisible, mientras los chorros intermitentes de los propulsores espantaban a las colonias de pájaros que anidaban en la isleta.

—Esto es un estúpido derroche de cristales —gruñó Toller.

—Un derroche escandaloso —asintió Feer, permitiéndose una leve sonrisa al recordar que su comandante era reprimido a menudo por el intendente general porque, debido a su estilo de vuelo impulsivo, gastaba mucho más pikon y halvell que cualquier otro capitán.

—Esa mujer debería aterrizar y…

Toller se interrumpió cuando el paracaidista, habiendo elegido aparentemente el mismo lugar de aterrizaje que los que le esperaban, recogió parte del casquete, incrementando la velocidad de caída y desviando el ángulo de descenso.

—¡Descendamos lo más aprisa posible! —ordenó Toller—. Usad los cuatro cañones de anclaje en el primer contacto; debemos aterrizar en el primer intento.

La sonrisa volvió al rostro de Toller cuando vio que llegaba el momento crucial y su nave se encontraba bien situada al oeste de la isla, de modo que una simple maniobra natural la capacitaría para un aterrizaje con viento en contra. Parecía como si la rueda de la fortuna del aire se hubiera declarado en contra de Vantara… Observó otra vez la nave de la condesa y se sorprendió al ver que ya abandonaba el vuelo e iniciaba un descenso precipitado hacia la isla, obviamente pretendiendo realizar un aterrizaje ilegal a favor del viento.

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