Bob Shaw - Los mundos fugitivos

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Al inicio de
, Toller Maraquine II, nieto del protagonista de
y
, lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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Y sin embargo, bajo la luz aséptica y mortecina se estaban reuniendo unos cuantos enemigos, quizás incautamente, quizás haciéndose vulnerables a un decidido ataque. Las posibilidades de éxito de los kolkorroneses eran mínimas; pero la mera existencia de posibilidades —por muy infinitesimales que fuesen— era el único acicate que necesitaba Toller.

Atravesó el espacio abierto hasta donde estaban Steenameert y dos de las mujeres —Mistekka y Arvand—, sentados con las piernas cruzadas y enzarzados en una conversación. Ellas levantaron la vista hacia él sin moverse, pero Baten se incorporó en el acto al ver la expresión de Toller.

—Vamos, Baten —dijo Toller en voz baja—. Ocupa tu mente en cualquier cosa, pero sígueme. Ésta será nuestra única oportunidad… —miró a las mujeres—. Id en seguida a decir a Vantara y a Jerene que se preparen; puede que tengamos que marcharnos en seguida.

Acompañado de Steenameert, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, tras la que se reunían ya unos diez dussarranos.

—Iremos por el lado derecho de la caja… —comenzó a hablar en voz alta—. Sí, las uvas negras de Kail producen el vino más apreciado; pero para mi gusto, es demasiado ácido… —bajó la voz —. Creo que podremos golpear con más fuerza por la derecha…

Bloqueando en su mente todo pensamiento estructurado, entregándose a una furia desatada, Toller arrancó en una rápida carrera. El lateral de la caja se amplió en su visión, y vio que las caras grises de ojos perforados se volvían hacia él. Ahora se desplazaba a una gran velocidad, y oía a Steenameert resoplando para alcanzarle. La estructura de metal y vidrio llenaba todo su campo visual, y la voz del instinto le gritaba que se detuviese o sufriría un daño terrible.

Gruñendo como un animal, Toller chocó con el hombro contra la caja, y sintió que el lateral se desprendía de la pared de la cúpula. Steenameert se empotró contra ella casi al mismo tiempo, habiendo decidido lanzarse de pies contra un panel inferior. El lateral de la caja se plegó y se hundió hacia dentro, atrapando a los dussarranos en un estrecho ángulo entre éste y la pared frontal. Una enorme lámina de vidrio cayó sobre Steenameert cuando éste trataba de levantarse, helando a Toller con imágenes de frágiles y cortantes dagas; pero la lámina permaneció intacta y rebotó inofensivamente contra el suelo.

Algunos de los dussarranos emitían débiles aullidos —los primeros sonidos que Toller escuchaba a los alienígenas producir con la boca—, al tiempo que retrocedían con evidente pánico.

—No tengáis tanta prisa en salir —gritó Toller, presionando con el hombro el panel de metal, manteniendo atrapados a los dussarranos—. Tenemos aquí a tres de los vuestros y puede que requieran atención médica.

Examinó a los rehenes casualmente capturados. Dos de ellos estaban aún en pie, y permanecían inmovilizados por la fuerza compresora que él ejercía, con sus rostros lívidos contemplándole a pocos centímetros de distancia. El tercer alienígena estaba encogido en el suelo dentro de un sandwich de metal, posiblemente inconsciente o muerto. Cuando Toller miró ferozmente al par que estaba de pie, no hizo ningún esfuerzo por disimular la repulsión que le inspiraron sus rostros sin nariz y sus bocas de negros labios. Mantuvieron un silencio pétreo, pero la cabeza de Toller estaba llena de un parloteo telepático. Era la destilación mental del puro terror, un recuerdo estimulante de que los dussarranos no eran una raza de guerreros; y en consecuencia Toller lo vio como un augurio favorable respecto de las esperanzas de sus compatriotas.

—Ve a ver si las mujeres están listas para marcharse —gritó a Steenameert—. Mientras tanto, convenceré a estos espantapájaros de que sean razonables y nos dejen salir.

Steenameert asintió con la cabeza y salió disparado hacia el pie de la escalera, donde las mujeres astronautas se habían reunido. Toller volvió su atención a la escena que se producía en la caja. Los alienígenas, todos ellos idénticos dentro de sus desaliñados y oscuros atuendos, estaban detenidos cerca de la puerta. Su fuerte olor corporal saturaba el reducido espacio.

—¿Cuál de vosotros es el jefe? —preguntó Toller—. ¿Cuál de vosotros, monstruos, puede hablar en nombre de los demás?

Los alienígenas no respondieron. Transcurrieron unos segundos sin que hicieran otra cosa excepto contemplar a Toller, con esos ojos de porcelana blanca con agujeros negros. Aunque en su mente no podía oír ninguna voz telepática, no tenía dudas de que estarían transmitiendo alarmas silenciosas. Esto le impulsó a reforzar sus palabras con la acción.

—Veo que os hace falta un poco de firmeza —dijo, dirigiendo a los alienígenas la sonrisa pacífica con la que solía preceder un acto de violencia.

Era un rasgo que había heredado de su abuelo, según le habían dicho, y desde joven lo había cultivado de forma semiinconsciente. Sin más aviso cambió de postura, y bruscamente incrementó la fuerza que estaba ejerciendo contra el panel. Los alienígenas retenidos contra la pared dejaron escapar un sonoro jadeo, contorsionando sus rostros cenicientos con muecas de dolor. Toller estaba casi seguro de haber oído la fractura de un frágil hueso.

—¡Basta, salvaje! —un miembro del grupo que estaba junto a la salida dio un paso al frente—. ¡No puede haber excusa para tal barbarie!

—Quizás no —replicó Toller, haciendo una ligera reverencia—, pero si tú y tu repugnante parentela no hubiérais secuestrado a mis amigos ni los hubieseis encerrado como animales, lo que constituye vuestro tipo de barbarie, nunca os hubierais visto expuestos a mi tipo de barbarie. ¿Comprendéis de qué os estoy hablando? ¿O el concepto de la justicia natural solamente lo aprecian los Primitivos ignorantes?

—Primitivo es la palabra adecuada para ti, Toller Maraquine — replicó la voz del alienígena—. ¿No entiendes que es imposible que abandonéis este planeta?

—¿Y no podéis vosotros entender que abandonaré este planeta de un modo u otro? Y si resulta que la muerte es mi única escapatoria, me llevaré a algunos de vosotros por el mismo camino… —Toller miró a su izquierda y vio que el resto de los humanos había alcanzado la puerta. Para su sorpresa, Vantara estaba al final del grupo y le miraba con ojos inseguros e inquietos.

—Ya estamos aquí, Toller —anunció Steenameert.

—¡Estupendo! —Toller volvió su atención al portavoz de los alienígenas—. Ya que has sido elegido como portavoz, daré por supuesto que posees cierto grado de importancia. Tendrás por tanto el honor de ser mi rehén principal. ¡Acércate!

—¿Qué ocurrirá si me niego?

—Apenas he empezado a estrujar a estos delicados especímenes de la raza dussarrana, y ya han comenzado a crujir sus débiles huesos.

Los dos prisioneros que estaban de pie movieron sus cabezas ansiosamente cuando Toller retiró su cuerpo.

—Si matas a mis ayudantes, perderás la poca ventaja que tienes en este momento.

—Eso sólo sería el comienzo de la matanza —dijo Toller, deseando poder contar con la presencia tranquilizadora de su espada.

Se había formado la opinión de que los dussarranos carecían de valor físico, pero para aumentar su inquietud este alienígena estaba resultando ser inesperadamente terco. En apariencia no se diferenciaba de sus compañeros —el atuendo de múltiples retales oscuros parecía ser universal entre los alienígenas—; sin embargo, este individuo daba la impresión de ser mucho más decidido que Divivvidiv.

Quizás… Una idea increíble comenzó a agitarse en el fondo de la conciencia de Toller. ¿Podría ser que la fortuna haya puesto en mis manos el mejor rehén de todos? ¿Sería posible que esta nada sobresaliente y desagradable figura fuese el rey de los dussarranos? ¿Cuál era el título que Divivvidiv le había dado? ¡El Director! ¿Y su nombre? ¡Zunnunun!

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