Bob Shaw - Los mundos fugitivos

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Al inicio de
, Toller Maraquine II, nieto del protagonista de
y
, lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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—¿Dónde están tus hombres?

Toller se frotó sus muñecas liberadas.

—No hay más hombres. Baten es mi único compañero.

Vantara, atónita, abrió la boca al dirigir una mirada de incredulidad a su teniente.

—¿Partiste al mando de un ejército de un solo hombre para luchar contra un invasor?

—En ese momento no tenía ni idea de la existencia de un enemigo —dijo Toller, de forma inesperada—. Mi única preocupación fue tu seguridad. Además, dos hombres o un millar, ¿qué diferencia habría?

—¿Puede ser éste el verdadero Toller Maraquine, aconsejando el derrotismo? ¿O es un impostor creado por esos seres repugnantes que nos niegan la libertad?

Vantara se apartó antes de que Toller pudiera protestar, y se dirigió rápidamente a la escalera que pudo ver más próxima.

«Primero soy demasiado arriesgado; después demasiado tímido», pensó Toller, sintiéndose al mismo tiempo herido y desconcertado. En su confusión observó a las tres jóvenes vestidas de uniforme que atendían a Steenameert: le estaban ayudando a quitarse el engorroso traje y, al mismo tiempo, sin aminorar la buena acogida, le sonreían y acosaban con preguntas. Steenameert parecía embarazado pero agradecido.

—Debe excusar a mi aristocrática comandante —dijo la teniente Pertree, levantando la vista hacia Toller con un destello irónico en los ojos—. Las condiciones de nuestra reclusión no podrían calificarse precisamente de molestas; pero la condesa, al tener sangre real, y por tanto un exquisito grado de sensibilidad, encuentra esta vida mucho más horripilante de lo que un ser vulgar la encontraría.

Toller se sintió casi agradecido por el estremecimiento momentáneo de rabia que de nuevo centró la realidad.

—Ya me acuerdo de ti, teniente, y veo que sigues tan insubordinada y desleal como siempre.

Pertree suspiró.

—Yo también me acuerdo de usted, capitán, y veo que sigue tan colado y alelado como siempre.

—Teniente, no toleraré esa clase de…

Toller dejó esa frase inacabada, recordando de repente que había permitido a Steenameert que le acompañase sólo con la condición de que abandonasen todos los tediosos tratamientos de rango y clase. Sonrió excusándose, y comenzó a sacarse el incómodo traje espacial.

—Lo siento —dijo—. Cuesta deshacerse de las viejas costumbres. He oído alguna vez tu nombre, pero confieso que lo he olvidado.

—Jerene.

Él sonrió.

—El mío es Toller. ¿Podemos ser amigos y unirnos contra el enemigo común?

Esperaba que la robusta teniente se aplacaría un poco con aquel ofrecimiento, y en consecuencia se sorprendió cuando su redondo rostro manifestó una expresión de alarma.

—Debe de ser cierto —suspiró, perdiendo su encorsetada compostura—. Nunca hubieras hablado de esa forma en circunstancias normales. Dime una cosa, Toller, ¿hemos sido transportados a otro planeta? ¿Estamos perdidos para siempre? ¿Es esto una prisión de un extraño planeta a millones de kilómetros de Overland?

—Sí. —Toller vio que las otras tres mujeres habían empezado a escuchar atentamente sus palabras—. ¿Cómo es posible que no sepáis eso?

—La noche cayó sobre nosotras cuando estábamos a dos horas del plano de referencia —dijo Jerene, en voz baja y reflexiva—. Se había decidido que continuaríamos en la oscuridad a velocidad reducida, y llevaríamos a cabo la maniobra de inversión con las pequeñas luces…

Siguió describiendo cómo la tripulación, que se encontraba mayormente durmiendo, se había asustado por un rugido estremecedor procedente del globo, acompañado por el estruendo ocasionado por los cuatro montantes de aceleración al romperse y desgarrar la envoltura. Casi inmediatamente la boca del globo había escupido unas oleadas sofocantes de gas mezcla, cuando se desmoronó la frágil estructura. Por último, para aumentar el terror y la confusión, la barquilla se había hundido en los retorcidos pliegues de la destrozada envoltura, hasta quedar cubierta por ella.

Pasaron unos minutos aterradores hasta que consiguieron abrirse paso entre los restos del naufragio. Había suficiente luz reflejada desde Land como para que pudieran hacer el increíble descubrimiento de que su nave había chocado con una barricada cristalina que se extendía hasta el horizonte como un mar helado. Y unos cuantos cientos de metros más allá, para más extrañeza, sobre ese cosmos plateado se recortaba la silueta exótica y enigmática de un castillo fantástico.

De algún modo lograron rescatar los suficientes propulsores personales como para poder volar hasta el castillo. De algún modo lograron localizar una puerta en su superficie metálica. Entraron y, de algún modo se encontraron —sin ningún paso de tiempo perceptible— prisioneras en una catedral gris y amarilla…

—Es lo que sospechaba —dijo Toller, cuando la teniente hubo terminado—. Algo me decía que ella… que todas vosotras estabais vivas.

—Pero ¿qué nos ha ocurrido?

—Los dussarranos emplean un gas que insensibiliza al que lo respira. Debió haber…

—Eso ya lo hemos deducido nosotras —le interrumpió Jerene—, pero ¿qué ocurrió después? Nos dijeron que fuimos transportadas mágicamente a otro planeta, pero sólo contamos con las palabras de los monstruos. Creemos estar en algún lugar del castillo. Es cierto que tenemos el peso normal, como si no estuviéramos en la zona de ingravidez; pero eso puede ser otra forma de magia.

Toller negó con la cabeza.

—Lo siento, pero lo que os han dicho es cierto. Nuestros captores tienen la capacidad de viajar a través del espacio a la velocidad del pensamiento. Habéis sido transportadas de verdad, en un abrir y cerrar de ojos, al planeta de Dussarra.

Estas palabras provocaron voces de preocupación e incredulidad entre las mujeres que escuchaban. Una rubia alta con la nariz chata, vestida con el uniforme de cabo, se rió y susurró algo a su compañera. Toller pensó que las lecciones de cosmología e historia galáctica que habían recibido él y Steenameert de Divivvidiv habrían desencadenado algún cambio fundamental en ellos, que los diferenciaba del resto de los suyos. Tuvo una ligera aunque desagradable imagen de cómo le habría visto Divivvidiv a él, un total ignorante.

—¿Cómo sabes tú que todas esas patrañas de ser transportadas mágicamente por los cielos son ciertas? —le desafió Jerene—. Sólo cuentas con lo que te han dicho, igual que nosotras.

—Cuento con mucho más —replicó Toller, despojándose del traje—. Cuando Baten y yo entramos en el castillo, como tú lo llamas, hicimos prisionero a su responsable «cara de cadáver» gracias a mi espada. Y lo trajimos aquí como rehén en una astronave kolkorronesa; por tanto, podemos testificar que en este momento nos encontramos a millones de kilómetros de Overland. Estamos en el planeta de los invasores.

Jerene abrió mucho los ojos y miró a Toller, sonrojada.

—Hicisteis todo eso por… —miró hacia la escalera por la que Vantara se había marchado—. Cogisteis una de esas viejas naves del Grupo de Defensa… y emprendisteis viaje hacia otro planeta… sólo porque…

—Nos metimos en las bolsas, y luego abrimos el paracaídas para aterrizar con el prisionero —puntualizó Steenameert, interrumpiendo su largo silencio—. Fue entonces cuando esos malditos espantapájaros anularon nuestros sentidos y nos dejaron ciegos ante las fuerzas que nos habían tendido una emboscada. Si se hubiera tratado de un enfrentamiento justo y honorable, las cosas habrían sido muy diferentes. Habríamos entrado aquí con nuestro rehén, que estaría temblando de miedo por su vida porque tendría una espada apoyada en la garganta; y después lo habríamos canjeado por vuestra libertad.

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