Bob Shaw - Los mundos fugitivos

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Al inicio de
, Toller Maraquine II, nieto del protagonista de
y
, lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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—Debo informar de esto a mi capitana —Jerene estaba algo sofocada, y las pupilas de sus ojos parecían haberse dilatado mientras escudriñaban el rostro de Toller—. Debería sentirse agradecida.

—Ella cree que aún estamos en la zona de ingravidez… —Toller suspiró con alivio, y sonrió al darse cuenta de por qué había cambiado tan rápidamente la actitud de Vantara—. Es natural que esperase verme aparecer al mando de todo un ejército. Es natural que haya sentido una cierta decepción.

—Sí, pero si hubiera sido un poco menos impaciente… —Steenameert interrumpió su comentario y bajó la cabeza.

Toller lo miró.

—¿Qué decías, Baten?

—¡Nada! Nada, nada.

—Señor —la rubia alta se adelantó para dirigirse a Toller—. ¿Podrías decirnos cuánto tiempo llevamos aquí?

—¿Por qué? ¿No pueden contar los días?

—Aquí dentro no hay noches ni días. La luz nunca cambia.

Toller, que había estado intentado hacerse a la idea de permanecer encerrado durante bastante tiempo, encontró extrañamente desalentadora la perspectiva de vivir con una luz uniforme y constante.

—Yo diría que lleváis aquí unos veinticinco días. Pero… ¿y las comidas? ¿No podéis guiaros por ellas para marcar los días?

—¡Comidas! —la rubia esbozó una sarcástica sonrisa—. Cada celda tiene una cesta que los monstruos llenan constantemente con cubos de… Bueno, tenemos diferentes opiniones sobre lo que nos obligan a comer.

—Pies de cuernazul con especias —sugirió con tono ofendido otra mujer alta de ojos marrones, que no tenía ningún rango.

Mierda de cuernazul con especias —añadió la que aún no había hablado, frunciendo el entrecejo exageradamente y provocando las carcajadas de sus compañeras. Llevaba el cabello castaño muy corto, lo cual desentonaba un poco con la convencional belleza de su rostro.

—Éstas son Tradlo, Mistekka y Arvand —dijo Jerene, señalando a cada una de ellas—. Y, como ya habrás advertido, han olvidado cómo comportarse ante un oficial.

—La graduación ya no tiene ninguna importancia para mí —Toller dirigió a las mujeres un saludo informal con la cabeza—. Hablad como queráis, haced lo que queráis.

—En ese caso… —Arvand se acercó a Steenameert, le cogió la mano y le dedicó una afectuosa sonrisa—. Es difícil dormir en una cama solitaria, ¿no estás de acuerdo?

—¡No es justo! —exclamó la rubia Tradlo, desconcertando a Steenameert aún más cuando le tomó el otro brazo—. ¡Todas las raciones deben compartirse por igual!

Toller tenía deseos de salir corriendo en busca de Vantara, pero era evidente por su comportamiento que Jerene estaba ansiosa por seguir hablando con él. Tuvo que conformarse cuando ella le apartó de las demás, creando implícitamente un espacio donde podrían conversar discretamente sobre asuntos de interés.

—Toller, siento haber demostrado esa tendencia a infravalorarte —comenzó a decir de forma vacilante—. Siempre parecías estar alardeando con esa espada… Era tan obvio que tratabas de imitar a tu abuelo que, aunque ahora no resulta tan evidente, todos los que te conocían daban por supuesto que tus ambiciones serían vanas. Pero cualquiera que haya hecho lo que tú has hecho… que haya volado en uno de esos anticuados barriles de madera a través de las negras profundidades del espacio hasta otro planeta… que haya llegado hasta aquí…

»Lo único que puedo decir es que Vantara es la mujer más afortunada de toda la historia, y que nunca mas tendrás que estar a la sombra de tu abuelo. Ya no hay ninguna duda de que tú y él sois iguales.

Toller parpadeó para aliviar un ligero escozor en los ojos.

—Te agradezco lo que has dicho, pero yo sólo…

—Dime una cosa —Jerene adoptó un tono práctico con mayor rapidez de la que Toller hubiera deseado—. ¿Nos han hechizado los monstruos? ¿Cómo es que podemos oír lo que dicen cuando ni siquiera están presentes ni producen ningún sonido? ¿Es magia?

—Nada de magia —le explicó Toller, de nuevo comprendiendo el abismo que se había abierto entre él y los de su especie—. Es la costumbre dussarrana. Han progresado hasta el punto de que ya no necesitan articular las palabras en la boca. Se comunican directamente por las mentes, no importa la distancia que les separe. ¿No os han explicado estas cosas?

—Ni una palabra. Nos tratan como si fuéramos animales en un zoológico.

—Supongo que el espantapájaros con el que me topé me aleccionó a mí porque quería ganar tiempo para conservar la vida —Toller miró con desagrado las galerías de la cúpula que le rodeaban—. ¿Cuándo se comunican con vosotros?

—Hay uno que, por lo que parece, se le conoce como el Director —replicó Jerene—. Éste a veces nos habla durante horas, siempre preguntándonos sobre nuestras vidas en Overland, sobre nuestras familias, nuestras comidas, los sistemas de agricultura y ganadería, las diferencias entre la vestimenta de hombres y mujeres… Nada le parece demasiado trivial.

»Después hay otro, posiblemente una mujer, que nos da órdenes…

—¿Qué clase de órdenes?

Jerene se encogió de hombros.

—Cuándo debemos salir de nuestras celdas, cuándo bajar aquí, al piso principal… ese tipo de cosas. Permanecemos aquí mientras los monstruos abastecen nuestras celdas con más comida y bebida.

—¿Os visita alguna vez en persona ese supuesto Director? ¿Vienen alguna vez a inspeccionaros algunos dussarranos que parezcan ser figuras importantes de su sociedad?

—Es difícil saberlo. A veces vemos grupos de monstruos detrás de esa separación — Jerene señaló una estructura de vidrio con forma de caja que cerraba una de las entradas de la cúpula; después miró reflexivamente a Toller—. Pero… ¿por qué preguntas esas cosas, Toller?

Toller le sonrió ligeramente.

—He perdido un perfecto rehén, y ahora estoy a la caza de otro.

—Pero… después de lo que nos has dicho, es imposible escapar de aquí.

—En eso te equivocas —dijo Toller serenamente, adquiriendo una expresión sombría—. Es posible escapar de cualquier fortaleza… siempre que uno se lo proponga con ahínco, siempre que uno este dispuesto a arriesgarse a hacer la última escapada.

Toller y Steenameert estaban discutiendo sobre los métodos tradicionales y modernos de construir muebles, centrándose especialmente en el diseño de las sillas.

—No olvides que tenemos hierro sólo desde hace unos cincuenta años —dijo Toller—. El diseño de puntales y cuadrales mejorará; el diseño de los tornillos mejorará.

—Eso tiena poca importancia —replicó Steenameert—. Los muebles deben considerarse una forma de arte. Una silla debe ser una escultura además de un artilugio para sostener culos gordos. Cualquier artista te dirá que la madera sólo debería combinarse con madera. Las espigas y la cola de milano son naturales, Toller, y no sólo son más fuertes que los híbridos de madera y metal: tienen una perfección que…

Steenameert continuó hablando, mientras Toller se arrodillaba y examinaba el suelo de la galería con una aguja sacada de su bolsa de emergencia. Toller levantó la vista hacia él y sacudió la cabeza, indicando que la construcción del suelo era demasiado fuerte como para poder romperse por un sorpresivo ataque de alguien que se encontrase debajo.

Estaban en una parte de la galería directamente encima de la separación donde, según la teniente Pertree, a veces se situaban grupos de dussarranos para observarles.

—Sí, pero incluso desde la Migración los ricos han podido emplear los servicios de ebanistas competentes —dijo Toller al incorporarse—. Seguramente para un ciudadano normal y su familia es mejor tener algo donde apoyar el culo (y dudo que muchos de éstos sean gordos), que tener que estar en cuclillas sobre el suelo.

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