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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— Tendrás que ayudarme con la lista de invitados — dijo Gesalla entrando silenciosamente en el estudio artesonado —. No puedo hacer ningún plan definitivo si ni siquiera sé cuánta gente vamos a tener.

Las elucubraciones de Lain se desvanecieron de golpe, dejándolo con una sensación de pérdida que desapareció cuando levantó la mirada hacia la mujer de pelo oscuro, su esposa única. Los trastornos de su embarazo prematuro habían afinado el óvalo de su cara, haciendo resaltar sus negros ojos en la palidez de su rostro, lo cual, de alguna forma, enfatizaba su inteligencia y la fuerza de su carácter. A Lain nunca le había parecido tan hermosa, pero, aun así, seguía deseando que ella no hubiese insistido en concebir al niño. Aquel cuerpo delgado, de estrechas caderas, no le parecía destinado a la maternidad y, en su interior, temía por el parto.

— Oh, lo siento, Lain — dijo ella reflejando desconcierto en su cara —. ¿He interrumpido algo importante?

Él sonrió y negó con la cabeza, impresionado una vez más por la facultad de su esposa para adivinar los pensamientos de los demás.

— ¿No es un poco pronto para hacer planes para Fin de Año?

— Sí — dijo dirigiéndole una mirada fría, su manera habitual de desafiarle a encontrar algún error en su comportamiento eficiente —. Entonces, sobre los invitados…

— Te prometo escribir una lista antes de que acabe el día. Supongo que serán en su mayoría los de siempre, aunque no estoy seguro de que Toller venga.

— Espero que no lo haga — añadió Gesalla, arrugando la nariz —. No lo quiero. Sería tan agradable tener una fiesta sin discusiones ni peleas…

— Es mi hermano — protestó Lain afablemente.

— Medio hermano, diría yo.

El buen humor de Lain empezaba a tambalearse.

— Me alegro de que mi madre no esté viva para oír ese comentario.

Gesalla se acercó a él de inmediato, se sentó sobre su regazo y lo besó en la boca, apretándole las mejillas con ambas manos para forzarlo a corresponderle. Seguidamente se sentó erguida y le dirigió una mirada solemne.

— No era mi intención faltar el respeto a tu madre — dijo —. Quería decir que Toller parece más un soldado que un miembro de esta familia.

— A veces se producen desviaciones genéticas.

— Y por eso no puede ni siquiera leer.

— Ya hemos hablado de eso — dijo Lain con paciencia —. Cuando conozcas mejor a Toller, te darás cuenta de que es tan inteligente como cualquier otro miembro de la familia. Puede leer, pero no tiene fluidez por algún problema en la percepción de las palabras impresas. De todas formas, la mayoría de los militares leen y escriben, por tanto tu observación está fuera de lugar.

— Bueno… — Gesalla parecía descontenta —. Bueno, pero ¿por qué tiene que causar problemas allí donde va?

— Mucha gente tiene ese vicio, incluso alguien que ahora me está haciendo cosquillas en la palma de la mano.

— No intentes cambiar de tema, y menos a estas horas.

— Muy bien, pero ¿por qué te molesta tanto Toller? En Monteverde estamos rodeados de personas individualistas y casi excéntricas.

— ¿Preferirías que fuese una de esas mujeres sin personalidad que no tienen opinión sobre nada? — Gesalla se levantó de un salto, y en su rostro apareció una expresión de disgusto al mirar hacia el recinto amurallado que había frente a la casa —. ¿Esperas al gran Glo?

— No.

— Mala suerte. Ahí lo tienes. — Gesalla se precipitó hacia la puerta del estudio —. Prefiero desaparecer antes de que llegue. No soporto perder la mitad del día escuchando sus susurros interminables y menos aún sus insinuaciones obscenas.

Recogiéndose la falda que le llegaba hasta los tobillos, silenciosamente salió corriendo hacia las escaleras posteriores.

Lain se quitó las gafas que usaba para leer y la siguió con la vista, deseando que dejase de pensar sobre los progenitores de su hermano. Aytha Maraquine, su madre, había muerto al dar a luz a Toller, de modo que si tuvo alguna relación adúltera, había pagado de sobra por ello. ¿Por qué no podía Gesalla dejar el asunto tal como estaba? Lain se había sentido atraído hacia ella por su independencia intelectual, además de la gracia y belleza de su físico, pero nunca imaginó que llegara a producirse aquel antagonismo entre ella y su hermano. Esperaba que eso no se convirtiese en un tema de fricciones domésticas durante años.

El sonido de la puerta de un carruaje al cerrarse en el recinto, atrajo su atención hacia el exterior. El gran Glo acababa de bajar de su antiguo aunque resplandeciente faetón que siempre utilizaba para sus cortos desplazamientos hasta la ciudad. Su conductor, reteniendo a los dos cuernoazules, asentía impaciente a la larga serie de instrucciones que Glo le daba. Lain imaginó que el gran Filósofo estaría explicándose con cien palabras, cuando diez hubieran bastado, y anheló que la visita no se convirtiese en una prueba de resistencia. Fue hasta el aparador, sirvió dos vasos de vino tinto y esperó junto a la puerta de su estudio a que apareciese Glo.

— Muy amable — dijo Glo, tomando el vaso al entrar y yendo directamente a la silla más próxima.

Aun cuando ya había cumplido los cincuenta años, parecía mucho más viejo debido a su gruesa figura y a que sus dientes se habían quedado reducidos a unas cuantas piezas oscuras repartidas tras su labio inferior. Respiraba ruidosamente a consecuencia de haber subido las escaleras, su estómago se dilataba y se hundía bajo la informal túnica gris y blanca.

— Siempre es un placer verle, señor — dijo Lain, preguntándose si habría alguna razón especial para aquella visita y sabiendo que no serviría de nada intentar averiguarlo en aquel momento.

Glo bebió la mitad de su vino de un trago.

— Igualmente, muchacho. ¡Ah!, he conseguido algo… hummm…, al menos, creo que he conseguido algo para enseñarte. Te va a gustar.

Dejó a un lado el vaso, buscó a tientas entre los repliegues de sus ropas, y sacó una hoja de papel que entregó a Lain. Estaba un poco pegajoso y era de color pardo, excepto por un parche circular jaspeado en el centro.

— Farland — dijo Lain, reconociendo el círculo como el otro planeta importante del sistema, orbitando alrededor del sol al doble de distancia del par Land — Overland —. Las imágenes son mejores.

— Sí, pero todavía podemos hacer que sean permanentes. Ésta se ha borrado… hummm… apreciablemente desde anoche. Apenas se pueden ver los cascos polares, pero ayer se distinguían claramente. Una pena. Una verdadera pena.

Glo tomó de nuevo la lámina y la estudió de cerca, moviendo continuamente la cabeza y pasando la lengua por sus dientes.

— Los cascos polares estaban claros como la luz del día. Claros como la luz del día, te lo aseguro. El joven Enteth consiguió una buena confirmación del ángulo de… eh… inclinación. Lain, ¿has intentado alguna vez imaginar lo que podría vivir en un planeta cuyo eje está inclinado? Habría un período caliente en el año, con días largos y noches cortas, y un período… hummm… frío, con días largos… quiero decir, días cortos… y noches largas… según en qué lugar de la órbita estuviese el planeta. Los cambios de color de Farland demuestran que toda la vegetación se ajusta a un ciclo impuesto.

Lain disimulaba su impaciencia y aburrimiento, mientras Glo se embarcaba en uno de sus temas habituales. Era una ironía cruel que el gran Filósofo se estuviese volviendo prematuramente senil, y Lain, que tenía un auténtico respeto por las personas mayores, sentía que era su deber apoyarle al máximo, personal y profesionalmente. Volvió a llenar el vaso de su visitante e hizo los comentarios apropiados a las divagaciones de Glo que pasaban de la astronomía elemental a la botánica o a las diferencias entre la ecología de un planeta inclinado y Land.

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