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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Railo, Nothnalp y Chravell, los tenientes que habían conducido las otras tres formaciones, se acercaron a Leddravohr. El cuero del escudo circular de Railo estaba bastante destrozado y en su brazo llevaba un vendaje teñido de rojo, pero él parecía estar en forma y de buen humor. Nothnalp y Chravell limpiaban sus espadas con harapos, eliminando cualquier resto de contaminación en las incrustaciones de esmalte de las hojas negras.

— Una exitosa operación, si no me equivoco — dijo Railo, dirigiendo a Leddravohr el saludo informal de campaña.

Leddravohr asintió.

— ¿Cuántas bajas?

— Tres muertos y once heridos. Dos de los heridos fueron alcanzados por el cañón. No verán la noche breve.

— ¿Eligieron la Vía Brillante?

Railo le miró ofendido.

— Desde luego.

— Hablaré con ellos antes de que se vayan — dijo Leddravohr.

Como hombre pragmático, sin ninguna creencia religiosa, sospechó que sus palabras de poco podrían servir a los soldados agonizantes, pero esos gestos eran muy apreciados por sus compañeros. Al igual que su costumbre de permitir incluso al soldado de menor categoría que se dirigiese a él sin las formalidades correspondientes a su rango, esto era una de las cosas que le procuraban el afecto y lealtad de sus tropas. Se reservaba para sí que sus motivos eran meramente prácticos.

— ¿Asaltamos el poblado gethano? — Chravell, el más alto de los tenientes, colocó la espada de nuevo en su vaina —. No está a más de kilómetro y medio hacia el noreste y probablemente habrán oído el disparo del cañón.

Leddravohr consideró la pregunta.

— ¿Cuántos adultos quedan en el poblado?

— Prácticamente ninguno, según los exploradores. Vinieron todos aquí para presenciar el espectáculo.

Chravell dirigió la vista a los grotescos restos de carne y huesos colgando en la punta del árbol del sacrificio.

— Así, el poblado ha dejado de ser una amenaza militar y se ha convertido en una propiedad. Deme un mapa.

Leddravohr tomó el pliego que le ofrecieron y se arrodilló para extenderlo en el suelo. Había sido dibujado poco tiempo antes por un equipo de inspección aérea y resaltaba las características locales de interés para los comandantes kolkorronianos: tamaño y localizaciones de los enclaves de los gethanos, topografía, ríos y, lo más importante desde el punto de vista estratégico, distribución de los brakkas entre los demás tipos de vegetación. Leddravohr lo estudió atentamente, después perfiló su plan.

A unos treinta kilómetros más allá del poblado había una comunidad mucho mayor, cuyo código era G31, con unos trescientos hombres aptos para la lucha. El terreno que se interponía era por lo menos difícil. Estaba densamente poblado de árboles y surcado por escarpados cerros, grietas y rápidos torrentes; todo lo cual conspiraba para crear una pesadilla a los soldados kolkorronianos, que gustaban por naturaleza de las batallas en llanuras.

— Los salvajes vendrán a buscarnos — anunció Leddravohr —. Una marcha forzada por ese terreno agotaría a cualquiera, así que cuanto antes vengan mejor para nosotros. ¿He comprendido bien que éste es un lugar sagrado para ellos?

— Un sanctasanctórum — dijo Railo —. Es muy poco corriente encontrar nueve brakkas tan juntos.

— ¡Bien! Lo primero que haremos será derribar los árboles. Ordene a los centinelas que permitan a algunos habitantes del poblado acercarse lo suficiente para que vean lo que está ocurriendo, y después los dejen marchar. Y justamente antes del comienzo de la noche breve, envíe un destacamento para quemar el poblado; sólo para que el mensaje llegue a su destino. Si tenemos suerte, los salvajes estarán tan exhaustos cuando lleguen aquí, que apenas tendrán fuerzas para oponerse a nuestras espadas.

Leddravohr concluyó con una carcajada su esbozo verbal deliberadamente simplificado, y devolvió el mapa a Chravell. Según su razonamiento, los gethanos G31, incluso atrapados en un ataque por sorpresa, serían adversarios más peligrosos que los habitantes de las tierras bajas. La batalla que iba a producirse, además de proporcionar una valiosa experiencia a los tres jóvenes oficiales, le permitiría a él demostrar una vez más que a sus cuarenta años era mejor soldado que cualquiera con la mitad de su edad. Se alzó, respirando profunda y placenteramente, esperando ansioso a que acabase el resto del día que tan bien había empezado.

A pesar de su relajado estado de ánimo, el hábito arraigado le impulsó a examinar el cielo. No se divisaba ningún ptertha, pero le inquietó la sensación de que algo estaba moviéndose en uno de los recuadros verticales de cielo que se veía a través de los árboles hacia el oeste. Sacó sus gemelos de campaña, enfocó hacia la mancha de luz contigua y, al momento, vislumbró una aeronave que volaba baja.

Era obvio que se dirigía al centro de mando de la zona, situado a unos siete u ocho kilómetros de allí, en la parte occidental de la península. La nave estaba demasiado lejos para que Leddravohr tuviera la certeza, pero le pareció ver el símbolo de la pluma y la espada a un lado de la barquilla. Frunció el ceño intentando imaginar qué circunstancia traería a un mensajero de su padre hasta una región tan apartada.

— Los hombres están preparados para desayunar — dijo Nothnalp, quitándose el casco de penacho naranja, para poder secarse el sudor del cuello —. Un poco de manteca salada de cerdo extra no vendría mal.

Leddravohr asintió.

— Supongo que se lo merecen.

— También les gustaría empezar con las mujeres.

— Hasta que no esté toda la zona controlada no. Asegúrese que está totalmente vigilada y que los peones se presenten inmediatamente; quiero que derriben enseguida esos árboles.

Leddravohr se alejó de los tenientes y empezó a recorrer el claro. Ahora el sonido predominante provenía de las mujeres gethanas que gritaban insultos en su lengua bárbara, pero las hogueras para la comida ya habían empezado a crepitar y pudo oír a Railo dando órdenes a los jefes de las compañías que se disponían a patrullar.

Junto a la tase de un brakka, había una baja plataforma de madera embadurnada de verde y amarillo con los pigmentos mates que usaban los gethanos. El cuerpo desnudo de un hombre de barba blanca yacía atravesado en la plataforma, su torso mostraba varias cuchilladas. Leddravohr supuso que era el sacerdote que había dirigido la ceremonia del sacrificio. Sus suposiciones se confirmaron cuando advirtió que el sargento primera Reeff y un soldado de línea conversaban junto a la estructura primitiva. Sus voces no eran audibles, pero hablaban con el tono característico que los soldados reservan para los temas monetarios, y Leddravohr supo que el pacto estaba siendo cerrado. Se desató la coraza y se sentó sobre un tocón, esperando a ver si Reeff era capaz de alguna sutileza. Poco después, Reeff pasó su brazo sobre los hombros del soldado y se acercó a presentárselo.

— Éste es Soo Eggezo — dijo Reeff —. Un buen soldado. Es el que silenció al sacerdote.

— Excelente trabajo, Eggezo.

Leddravohr miró con afecto al joven soldado, que se había quedado mudo y estaba obviamente intimidado por su presencia, sin saber qué responder. Se produjo un silencio embarazoso.

— Señor, usted generosamente ofreció una recompensa de diez nobles por matar al sacerdote — la voz de Reeff adquirió una sincera gravedad —. Eggezo mantiene a su padre y a su madre en Ro-Atabri. Ese dinero significaría una gran ayuda para ellos.

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