Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Leddravohr desmontó con un solo movimiento súbito y avanzó a grandes pasos hasta el animal caído, la espada negra en su mano. Se colocó en posición y rápidamente clavó la hoja en el vientre del cuernoazul, inclinando la estocada hacia arriba para penetrar en la cavidad del pecho. El cuernoazul se agitó convulsivamente, emitió un sonido ronco y murió. Lain se llevó una mano a la boca en un intento de controlar el brusco ascenso del contenido de su estómago.

— He aquí otro bocado de conocimiento útil para ti — dijo Leddravohr con calma —. Cuando estés matando a un cuernoazul, nunca vayas directamente al corazón o te llenarás de sangre por todas partes. De esta forma el corazón se descarga en las cavidades corporales y causa pocos problemas. ¿Ves? — Leddravohr retiró su espada, la limpió sobre la crin del animal muerto y abrió sus brazos, invitando a una inspección de sus ropas inmaculadas —. ¿No estás de acuerdo en que es muy… filosófico?

— Yo lo hice caer — murmuró Lain.

— Sólo era un cuernoazul. — Leddravohr enfundó su espada, volvió a montar y se balanceó sobre la montura —. Vamos, Maraquine. ¿A qué esperas?

Lain miró al príncipe, que tenía una mano extendida para ayudarle a subir al cuernoazul, y sintió una fuerte aversión al pensar en el contacto físico con él.

— Gracias, príncipe, pero no sería propio para alguien de mi posición cabalgar con usted.

Leddravohr estalló de risa.

— ¿De qué hablas, imbécil? Ahora estamos fuera del mundo real, del mundo de los soldados, y los pterthas se encuentran a un paso.

La referencia a los pterthas cayó sobre Lain como una daga de hielo. Se adelantó, vacilante.

— No seas tan tímido — dijo Leddravohr, con ojos divertidos y burlones —. Después de todo, no sería la primera vez que compartimos una montura.

Lain se quedó petrificado, invadido por un sudor frío, y se oyó a sí mismo decir:

— Pensándolo mejor, prefiero volver a la base caminando.

— Se me acaba la paciencia contigo, Maraquine. — Leddravohr se protegió los ojos de la luz solar y examinó el cielo por el oeste —. No voy a suplicarte que salves tu propia vida.

— Mi vida es mi responsabilidad, príncipe.

— Eso debe ser algo de la sangre de los Maraquine — dijo Leddravohr, encogiéndose de hombros, como si se dirigiera a una tercera persona invisible.

Volvió la cabeza del cuernoazul hacia el este y azuzó al animal al galope. En pocos segundos desapareció de la vista tras una roca y Lain se quedó solo en un accidentado paisaje, que de repente le pareció tan extraño e implacable como un planeta lejano. Dejó escapar una carcajada temblorosa de incredulidad al apreciar la situación en la que se había colocado a sí mismo por un simple abandono de la razón.

¿Por qué ahora?, se preguntó. ¿Por qué he esperado hasta ahora?

Se produjo un leve sonido de algo que arañaba en las proximidades. Lain se volvió asustado y vio a uno de esos bichos pálidos de múltiples patas que salía culebreando de su madriguera, abriéndose paso ansiosamente entre los guijarros para llegar hasta el cuernoazul muerto. Se apartó con rapidez para no presenciar el espectáculo. Durante un momento pensó en volver a la cueva, después se dio cuenta de que sólo le ofrecería una mínima protección durante el día; y al caer la noche probablemente toda la montaña estaría plagada de burbujas, acechando y escudriñando. Lo mejor sería dirigirse hacia el este, a la Base de Naves Espaciales, lo más aprisa posible e intentar llegar allí antes de que los pterthas llegasen transportados por el viento.

Tomada la decisión, Lain empezó a correr a través del calor susurrante. Cerca del inicio de la colina encontró una ladera abierta que le permitió una visión ilimitada hacia el este. Una lejana estela de polvo marcaba el camino de Leddravohr; y mucho más allá, casi en los borrosos límites de la base, una gran nube mostraba lo lejos que se hallaban ya los cuatro soldados. No había considerado la diferencia entre la velocidad de un hombre caminando y otro cabalgando a galope sobre un cuernoazul. Podría avanzar más cuando llegase al prado llano, pero incluso así era probable que tardara más de una hora en ponerse a salvo.

¡Una hora!

¿Tengo alguna esperanza de sobrevivir todo ese tiempo?

Como para distraerse de su angustia, intentó buscar en sus conocimientos profesionales una respuesta a la pregunta. Las estadísticas, cuando se analizaban desapasionadamente, eran más alentadoras de lo que se podía esperar.

La luz del día y el terreno llano no ofrecían condiciones favorables a los pterthas. No tenían capacidad autónoma para impulsarse en un plano horizontal, dependían de las corrientes de aire que los transportaban por la superficie de la tierra, lo que significaba que un hombre en movimiento tenía poco que temer de un ptertha si atravesaba campo abierto. Teniendo en cuenta que no habían cubierto la zona, cosa que no solía ocurrir durante el día, todo lo que tenía que hacer era observar a las burbujas con cuidado y estar atento a la dirección del viento. Cuando amenazase un ptertha, era simplemente cuestión de esperar hasta que se acercara, después correr en dirección opuesta al viento durante una corta distancia y dejar que la burbuja se alejase impotente.

Lain se detuvo tambaleándose ante un barranco, con la boca llena de la saliva salada del agotamiento, y se apoyó sobre una roca para recobrar la respiración. Era vital que tuviera reservas de fuerza, que se conservara ágil al llegar a la llanura. Al calmarse poco a poco el tumulto de su pecho, se complació en imaginar su próximo encuentro con Leddravohr e, increíblemente, advirtió que su boca entreabierta esbozaba una sonrisa. ¡Aquello era el colmo de la ironía! Mientras el célebre príncipe militar huía apresurado a protegerse de los pterthas, el filósofo de apacibles modales volvía paseando a la ciudad, sin otra armadura que su inteligencia. Allí estaba la prueba de que no era un cobarde, una prueba que todos verían, una prueba que incluso su mujer…

¡Me estoy volviendo loco! El pensamiento le había impulsado a lamentarse en voz alta, despreciándose a sí mismo. ¡Realmente he perdido la cabeza!

He permitido que un salvaje quebrantase mis defensas con toda su brusquedad y malicia, su exaltación de la estupidez y glorificación de la ignorancia Lo he dejado degradarme hasta el punto de poner en peligro la vida en un arrebato de odio y orgullo, ¡qué loables emociones; y ahora me complazco en fantasear una venganza infantil tan gratificarte para mi superioridad que ni siquiera he tomado la precaución de asegurarme de que no hay pterthas cerca.

Lain se enderezó y, consternado por el presentimiento, se volvió para mirar por el barranco.

El ptertha estaba apenas a diez pasos, dentro de su radio mortífero, y la brisa que soplaba por el barranco lo empujaba acercándolo a una velocidad escalofriante.

Se fue haciendo más grande, llenando todo su campo de visión, con su transparencia resplandeciente teñida de púrpura y negro. En parte de su mente, Lain sintió una sombra perversa de gratitud, por la decisión que había tomado el ptertha tan rápida y definitivamente. No tenía ningún sentido intentar correr, ni intentar luchar. Lo vio como nunca antes había visto a ninguno. Vio los lívidos remolinos de polvo tóxico en su interior. ¿Era eso un indicio de estructuración? ¿Un globo dentro de otro? ¿Era una protointeligencia maligna que se sacrificaba a sabiendas para destruirlo?

El ptertha llenaba el universo de Lain.

Estaba en todas partes; y después en ninguna.

Lain respiró profundamente y miró a su alrededor con la expresión plácida y triste del hombre al que sólo queda una decisión que tomar.

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