Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Toller maldijo con impotencia.

— ¡Deprisa, deprisa! Vamos a perderte.

— Ya me han perdido, capitán. — La voz de Flenn era resignada —. Pero quiero que lleven a Tinny a casa.

Realizó un movimiento repentino de barrido con el brazo y salió dando volteretas hacia atrás mientras el carbel volaba hacia la nave. Éste se desplazó demasiado bajo. Toller lo observó pasmado mientras el animal aterrorizado, maullando y arañando el aire, pasó de largo por debajo de la barquilla. Sus ojos amarillos parecieron clavársele. Flenn retrocedió una corta distancia antes de estabilizarse abriendo los brazos y las piernas. Se quedó descansando en la postura de un hombre ahogado, flotando con la cara hacia abajo sobre un océano invisible, su mirada dirigida a Overland, situado a miles de kilómetros, que lo había apresado en sus brazos gravitacionales.

— Estúpido enano — dijo Rillomyner sollozando mientras enviaba de nuevo el martillo, que serpenteó en el aire hacia Flenn. Se detuvo a poca distancia y a un lado de su objetivo. Flenn, con el cuerpo y los miembros rígidos, continuaba hundiéndose con velocidad creciente.

— Estará cayendo un día entero — susurró Zavotle —. Imaginadlo… un día entero… cayendo… Me pregunto si aún estará vivo cuando se golpee contra el suelo.

— Tenemos otras cosas en que pensar — dijo Toller con aspereza, apartándose de la pared de la barquilla, incapaz de observar cómo Flenn se reducía cada vez más.

Tenía instrucciones de abortar el vuelo en caso de perder a un miembro de la tripulación o de sufrir serios daños en la estructura de la nave. Nadie podía haber previsto que ambas circunstancias se producirían como resultado de un accidente aparentemente trivial con la estufa de la cocina, pero no podía dejar de sentirse responsable; y quedaba por ver si los administradores del E.E.E. lo considerarían también responsable.

— Conecta de nuevo los chorros — dijo a Rillomyner —. Volvemos a casa.

PARTE III — LA REGIÓN DE LO INSÓLITO

Capítulo 16

La cueva estaba en el lateral de una colina serrada, en una zona de terreno agreste con numerosos barrancos y salientes rocosos y abundante maleza espinosa que dificultaban el paso a hombres y animales.

Lain Maraquine se complacía en dejar al cuernoazul elegir su camino entre los distintos obstáculos, dándole sólo de vez en cuando un tirón para mantenerlo en la dirección de la bandera naranja que marcaba el lugar de la cueva. Los cuatro soldados montados de su guardia personal, obligatorios para cualquier oficial superior del E.E.E., le seguían detrás a corta distancia, y los murmullos de sus conversaciones se mezclaban con el zumbido penetrante de los insectos. La noche breve no hacía mucho que había pasado y el sol en lo alto caldeaba la tierra, vistiendo al horizonte con un trémulo manto púrpura de aire caliente.

Lain se sentía extrañamente relajado, contento por la oportunidad de salir de la Base de Naves Espaciales y dedicar sus pensamientos a cosas que nada tenían que ver con la crisis mundial o el viaje interplanetario. La vuelta prematura de Toller del vuelo de prueba, diez días antes, había obligado a Lain a una agobiante ronda de reuniones, consultas y estudios extensos sobre los nuevos datos científicos obtenidos. Una parte de la administración de la E.E.E. deseaba un segundo vuelo de prueba con un descenso completo a Overland y mapas detallados del continente central. En circunstancias normales Lain habría estado de acuerdo, pero la situación de Kolkorron, que empeoraba rápidamente, restaba importancia a cualquier otra consideración…

El objetivo de producción de mil naves espaciales se había logrado con creces, gracias a la dureza de los directores y a Chakkell y Leddravohr.

Cincuenta naves estaban reservadas para el transporte de la realeza y la aristocracia del país en pequeños grupos familiares que viajarían con un lujo relativo, aunque esto no significaba que toda la nobleza hubiera decidido tomar parte en la migración. Otras doscientas estaban designadas como embarcaciones de carga que transportarían comida, ganado, semillas, armas, materiales y la maquinaria imprescindible; y otras cien destinadas al personal militar. Eso dejaba seiscientas cincuenta naves que, descontando los dos hombres que tripularían cada una de ellas, tenían capacidad para transportar a casi mil doscientas personas corrientes a Overland.

Al inicio de la gran empresa, el rey Prad decretó la voluntariedad de la migración, que los hombres debían igualar en número a las mujeres, y que tendrían preferencia aquellos hombres que poseían habilidades especiales.

Durante un largo período, los obstinados ciudadanos se negaron a tomar en serio la propuesta, considerándola como un diversión, una locura real sobre la que se bromeaba en las tabernas. Los pocos que se apuntaron eran tratados con sorna, y daba la impresión de que si alguna vez la flota de naves espaciales debía llenarse, sólo sería a punta de espada.

Prad optó por esperar su momento, sabiendo de antemano que fuerzas mayores de las que él nunca podría reunir estaban en marcha La plaga de los pterthas, el hambre y el brusco desmoronamiento del orden social ejercieron una poderosa persuasión; y a pesar de la condena de la Iglesia, el registro de emigrantes voluntarios fue incrementándose. Pero el conservadurismo de los kolkorronianos era tan grande y tan radicales las soluciones a sus problemas que aún debía superarse un cierto grado de reserva, un sentimiento persistente de que cualquier privación o peligro en Land era preferible a la casi inevitable muerte contranatural en la extraña inmensidad azul del cielo.

Después llegó la noticia de que una nave del E.E.E. había recorrido más de la mitad del camino a Overland y retornado intacta.

En pocas horas, todos los puestos que quedaban aún libres del vuelo de migración se cubrieron, y de repente aquellos que poseían las garantías necesarias fueron objeto de envidia y resentimiento. Se produjo una inversión en la opinión pública, súbita e irracional y muchos de los que se habían burlado de la idea del vuelo al mundo hermano empezaron a considerarse víctimas de discriminación.

Incluso la mayoría, que era demasiado apática para preocuparse por los rumores ampliamente difundidos, se disgustó al oír las historias sobre los vagones cargados con las provisiones que escaseaban, desapareciendo tras las verjas la Base de Naves Espaciales…

En ese ambiente, Lain afirmó que el vuelo de prueba había logrado sus principales objetivos al conseguir dar la vuelta y pasar el punto medio. El descenso a la superficie de Overland habría sido una tarea pasiva y predecible, y los esquemas de Zavotle sobre el continente central, visto a través de los prismáticos, eran lo bastante precisos para mostrar que estaba notablemente despejado de montañas y otros accidentes geográficos que hubieran dificultado un aterrizaje sin problemas.

Incluso la pérdida de un miembro de la tripulación había ocurrido de tal forma que proporcionaba una lección valiosa sobre la inconveniencia de cocinar en condiciones de ingravidez. El comandante de la nave debía ser felicitado por haber llevado a cabo una misión singularmente difícil, había concluido Lain, y la migración debería comenzar en un futuro próximo.

Sus argumentos fueron aceptados.

Se determinó que el primer escuadrón de cuarenta naves, que transportaría principalmente soldados y trabajadores de la construcción, partiría el día 80 del año 2630.

Sólo faltaban seis días para la fecha, y mientras su corcel se abría camino montaña arriba hacia la cueva, Lain se dio cuenta de que, contra lo que cabía esperar, se sentía tranquilo ante la perspectiva del vuelo a Overland. Si todo salía de acuerdo con el plan, Gesalla y él estarían en una de las naves del décimo escuadrón que, contando los retrasos causados por las malas condiciones del tiempo o la actividad ptertha, debía abandonar el planeta en que habían nacido, unos veinte días después. ¿Por qué estaba tan poco conmocionado ante la inminencia de lo que sería la mayor aventura personal de su vida, la mejor oportunidad científica que nunca pudo imaginar, la más intrépida empresa en toda la historia de la humanidad?

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