Toller decidió que posponiendo la inversión hasta después de la noche breve, consumía todo el margen de que podía disponer respecto a este asunto. Durante el ascenso, Overland, aunque oculto a la vista por el globo, había ido incrementando continuamente su tamaño aparente y la noche breve había ido creciendo de acuerdo con ello. La que se avecinaba duraría más de tres horas y, en cuanto hubiese terminado, la nave empezaría a caer hacia el planeta hermano. Toller descubrió que los progresivos cambios en los patrones de la noche y el día le revelaban la magnitud del viaje emprendido. No había ninguna sorpresa en lo que concernía a su inteligencia de hombre adulto, pero el niño que había en él estaba pasmado y admirado ante lo que ocurría. La noche se acortaba a medida que crecía la noche breve, y pronto el orden natural de las cosas estaría invertido. La noche de Land habría menguado hasta convertirse en la noche breve de Overland…
Mientras esperaban a que llegase la oscuridad, Toller y sus compañeros investigaron el milagro de la ingravidez. Había una extraña fascinación en suspender objetos pequeños en el aire y observar cómo se quedaban en el lugar, desafiando las enseñanzas de toda su vida, hasta que una nueva ráfaga del chorro propulsor los hacía bajar lentamente.
Es como si el chorro de alguna forma les devolviese una parte de su peso natural, escribía Zavotle en el diario, pero desde luego esto sería considerar el fenómeno como algo fantástico. La explicación real es que están invisiblemente fijados en el lugar, y que el empuje del chorro permite a la nave alcanzarlos.
La noche breve llegó más repentinamente que nunca, envolviendo la barquilla en una oscuridad engalanada y jaspeada de luces; y durante el tiempo que duró, los cuatro conversaron en voz baja, recreando el ambiente de su primera reunión en el vuelo bajo las estrellas. La conversación abarcaba desde chismorreos de la vida en la base del E.E.E. hasta especulaciones sobre las cosas extrañas que podrían encontrar en Overland, e incluso hubo un intento de prever los problemas de volar hasta Farland, que podía observarse colgado en el oeste como un farol verde. Nadie parecía dispuesto, advirtió Toller, a mencionar el hecho de que estaban suspendidos entre dos mundos en una frágil caja destapada, con miles de kilómetros de vacío envolviéndolos.
También advirtió que ahora la tripulación había dejado de dirigirse a él como a un superior, cosa que no le disgustaba. Sabía que no había ninguna disminución de su necesaria autoridad; era un reconocimiento inconsciente de que cuatro hombres normales se acercaban a lo extraordinario, a la región de lo insólito, y que sus necesidades de recibir ayuda de los demás eran iguales en todos.
Un destello luminoso trajo el día de nuevo al universo.
— ¿Mencionó el coñac, capitán? — dijo Rillomyner —. Justamente se me había ocurrido que un poco de calor interno me fortificaría este maldito estómago tan delicado. Las propiedades medicinales del coñac son conocidas.
— Tomaremos el coñac con la próxima comida. — Toller parpadeó y miró a su alrededor, estableciendo nuevamente contacto con la realidad —. Después de que la nave haya sido volteada.
Antes se había sentido aliviado al descubrir que la inestabilidad predicha en la zona de ingravidez y cerca de ella era fácil de superar con los chorros laterales. Descargas ocasionales de medio segundo habían bastado para mantener el borde de la barquilla en la relación deseada con las estrellas principales. Ahora, sin embargo, la nave, o el universo, tenía que estar al revés. Bombeó el reservorio neumático para conseguir la máxima presión antes de alimentar con cristales el chorro dirigido hacia el este durante unos tres segundos completos. El sonido del minúsculo orificio fue devorado por el infinito.
Durante un momento, pareció que su insignificante potencia no tenía ningún efecto sobre la masa de la nave; después, por primera vez desde el comienzo del ascenso, el gran disco de Overland se deslizó completamente ante la vista por detrás de la curvatura del globo. Estaba iluminado por un fuego creciente en uno de sus bordes, casi tocando el sol.
Al mismo tiempo, Land se alzaba sobre la pared de la barquilla en el lado opuesto, y como la resistencia del aire superaba el impulso del chorro, la nave se mantenía en una posición que permitía a los tripulantes la vista de los dos mundos.
Volviendo la cabeza hacia un lado, Toller podía contemplar Overland, en gran parte sumergido en las tinieblas por su proximidad al sol; y en la otra dirección, la convexidad del mundo conocido, serena, eterna, bañada por la luz solar excepto en su borde oriental, donde una parte menguante se hallaba aún en la noche breve. Observó extasiado cómo la sombra de Overland avanzaba despejando Land, sintiéndose él mismo en el punto de apoyo de una palanca de luz, un motor intangible que tenía el poder de mover los planetas.
— Por lo que más quiera, capitán — gritó Rillomyner con voz ronca —, ponga la nave derecha.
— No corres ningún peligro.
Toller accionó de nuevo el chorro lateral y Land se desplazó majestuosamente hacia arriba ocultándose tras el globo, mientras que Overland se hundía bajo el borde de la barquilla. Los cordajes crujieron varias veces al usar el lateral opuesto para equilibrar la nave en su nueva posición. Toller se permitió esbozar una sonrisa satisfecha por haber sido el primer hombre de la historia que invertía una aeronave. La maniobra había sido llevada a cabo con rapidez y sin percances; y después de aquello, las fuerzas naturales que actuaban sobre la nave harían casi todo el trabajo por él.
— Anota — dijo a Zavotle —. Punto medio superado con éxito. No preveo obstáculos en el descenso a Overland.
Zavotle sacó el lápiz del gancho de sujeción.
— Todavía podemos helarnos, capitán.
— Eso no es un obstáculo importante. Si es necesario quemaremos un poco de verde y púrpura aquí mismo en la cubierta.
Toller, animoso y optimista de repente, se volvió hacia Flenn.
— ¿Cómo te sientes? ¿Puede persistir tu afición por las alturas en nuestras actuales circunstancias?
Flenn sonrió.
— Si lo que desea es comer, capitán, yo soy su hombre. Le aseguro que mi estómago ya tiene telarañas.
— En ese caso, ve a ver qué puedes preparar para comer.
Toller sabía que esa orden sería especialmente bien recibida, porque durante todo un día la tripulación había optado por no comer ni beber para evitarse la vergüenza, incomodidad y desagrado de usar los servicios del aseo en condiciones de ingravidez.
Miró con benevolencia a Flenn cuando éste empujó al carbel a su refugio caliente entre sus ropas y se desató de la silla. Era obvio que el hombrecillo respiraba con dificultad mientras se dirigía tambaleándose hacia la cocina, pero las piedras negras de sus ojos reflejaban buen humor. Reapareció poco después para entregarle a Toller un pequeño frasco de coñac que estaba incluido entre las provisiones del globo; después transcurrió un largo rato en el que se le oía trabajar con el equipo de la cocina, resollando y maldiciendo continuamente. Toller tomó un sorbo de coñac, y le había pasado ya el frasco a Zavotle, cuando se dio cuenta de que Flenn estaría intentando preparar una comida caliente.
— No necesitas calentar nada — gritó —. Un poco de carne fría con pan es suficiente.
— Todo va bien, capitán — fue la respuesta sofocada de Flenn —. El carbón ya está encendido… y sólo es cuestión de… avivarlo con bastante fuerza. Voy a servirle… un auténtico banquete. Un hombre necesita un buen… ¡Demonios!
Coincidiendo con la última palabra hubo un gran ruido de cacharros. Toller se volvió hacia la cocina y vio un trozo de leña ascendiendo de forma vertical hacia el cielo desde detrás del tabique. Girando lánguidamente, envuelto en una pálida llama amarilla, se dirigió hacia arriba rebotando en una banda de la parte inferior del globo. Justo cuando parecía que iba a desviarse inofensivamente en el cielo, fue atrapado por una corriente de aire que lo mandó hacia un estrecho hueco que quedaba entre un montante de aceleración y la envoltura. Se encajó en la unión de ambos, todavía ardiendo.
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