Se dirigieron hacia un barranco profundo y estrecho que, aparentemente, no tenía salida. Wili miró hacia adelante y vio tres figuras que se dirigían hacia ellos y que salían de un túnel brillantemente iluminado. Saltó a un lado, pero Jeremy le cogió por la chaqueta y señaló en silencio hacia las extrañas figuras. Ahora una de ellas sujetaba a otra y estaba señalando con el dedo. Reflexiones. Esto era lo que estaban viendo. Frente a ellos y al fondo del barranco, un gigantesco espejo curvo mostraba las imágenes de Jeremy, de Naismith y de él mismo que aparecían silueteadas frente al cielo del anochecer.
Con el máximo silencio posible, se deslizaron por la maleza hasta llegar a la base del espejo y, desde allí, empezaron a subir las laderas del barranco. Wili no se pudo aguantar. Allí por fin, tenía una burbuja. Era mucho menor que Vandenberg pero, de todas maneras, era una burbuja. Se detuvo, alargó una mano y tocó la superficie plateada, pero se apartó rápidamente muy sorprendido. Incluso en el aire frío de la tarde, la superficie del espejo estaba caliente como si fuera sangre. Se acercó para inspeccionarla más de cerca y vio que la imagen de su cabeza se hinchaba delante de él. No había la menor mella, la menor irregularidad en aquella superficie. Vista de tan cerca era tan perfecta como Vandenberg se veía desde lejos. Era trascendentalmente perfecta, como las mismas matemáticas. Entonces, la mano de Jeremy le volvió a coger por la chaqueta y le empujó hacía arriba, siguiendo la esfera.
El bosque llegó al mismo nivel que la parte alta de la esfera. Un árbol muy alto había crecido al mismo borde del bosque y sus raíces parecían tentáculos que quisieran tocar la cima de la esfera. Wili se escondió entre las raíces y miró hacia el barranco. Naismith observaba una pequeña pantalla, mientras Jeremy se adelantaba un poco y vigilaba los accesos a través del visor de su rifle. Desde su espléndido puesto de observación, Wili vio que el barranco era un cráter alargado, del que la burbuja, que media unos treinta metros de diámetro, formaba el lado sur. La historia parecía evidente. No sabía cómo, pero aquella burbuja había caído del cielo, haciendo una cortadura profunda en las colinas, hasta que por fin se detuvo. Los árboles que estaban encima del corte habían crecido durante las décadas transcurridas desde la Guerra. Cuando hubiera transcurrido un siglo, la esfera estaría enterrada del todo.
Durante un momento se quedaron sentados y sin aliento. El zumbido de una cigarra sonaba tan fuerte que no sabían si podrían oír a sus perseguidores.
—No van a dejarse engañar por esto —Naismith habló casi para sí mismo—. Jeremy, quiero que las repartas, por detrás de nosotros tan lejos como puedas, tienes cinco minutos.
Entregó algo al muchacho, que probablemente eran cámaras diminutas como las que tenía alrededor de su mansión. Jeremy dudó y Naismith le dijo:
—No te preocupes. Durante este tiempo no vamos a necesitar tu rifle. Si intentan venir por detrás, nos conviene saberlo.
La vaga sombra que era Jeremy Kaladze asintió y se metió a rastras en la oscuridad. Naismith se volvió hacia Wili y le puso en las manos un transmisor coherente.
—Procura poner esto lo más lejos que puedas —y le señaló la conífera entre cuyas raíces estaba acurrucado.
Wili se movió más silenciosamente que el otro muchacho. Ésta había sido una de las especialidades de Wili, aunque en la zona de Los Ángeles había más ruinas que bosques. El musgo del suelo del bosque pronto humedeció sus pantalones y sus mangas, pero se mantuvo pegado al suelo. Cuando se acercaba a la base del tronco su rodilla golpeó contra algo duro y artificial. Se detuvo y palpó el obstáculo. Era una antigua cruz de piedra. En realidad era una cruz de un cementerio cristiano. Algo blando y oloroso estaba al lado del brazo mayor. ¿Serían flores?
Después, trepó diestramente por el árbol. Las ramas estaban tan regularmente espaciadas que muy bien se las habría podido considerar como escalones. Pronto se quedó sin aliento. No estaba todavía en perfecta forma. Por lo menos confiaba que ésta fuera la explicación.
El tronco del árbol se iba haciendo más estrecho y empezó a oscilar de acuerdo con sus movimientos. Estaba por encima de los árboles vecinos, que eran unas formas puntiagudas y oscuras a su alrededor. En realidad no estaba a demasiada altura; casi todos los árboles de aquel bosque eran jóvenes.
Júpiter y Venus relucían como linternas, y no se veían las estrellas. Sólo podía distinguirse un débil resplandor amarillo que aparecía hacia el oeste, en el horizonte, sobre Vandenberg. Su vista alcanzaba hasta la base de la Cúpula. O sea que ya estaba lo bastante arriba. Wili aseguró el emisor de manera que tuviera una línea visual directa hacia el oeste. Luego descansó un momento, dejando que la brisa nocturna hiciera pasar el frescor de sus pantalones y mangas hasta su piel. No se veía ninguna luz. La posible ayuda estaba muy lejos.
Tendrían que confiar en los dispositivos de Naismith, y en la escasa experiencia como tirador de Jeremy.
Se deslizó hacia abajo, por el tronco, y llegó junto a Naismith en un momento. El anciano pareció no darse casi cuenta de su regreso, tan interesado estaba por su pantalla.
—¿Y Jeremy? —susurró Wili.
—Está bien. Todavía está colocando cámaras.
Paul miraba alternativamente a cada uno de los dos diminutos aparatos. Las imágenes eran muy débiles, pero se podían reconocer. Wili se preguntaba lo que durarían las baterías.
—Lo cierto es que nuestros amigos se acercan por el mismo camino que nosotros abrimos.
En la pantalla, evidentemente desde alguna cámara de las que Paul había ido dejando caer en el camino, Wili podía ver de vez en cuando un pie calzado con una bota.
—¿Cuánto tardarán?
—Cinco o diez minutos. Jeremy todavía tiene mucho tiempo para regresar antes de que ellos lleguen.
Naismith sacó algo de dentro de su zurrón: el mando del transmisor que Wili había colocado en el árbol. Afinó el orientador de fase y habló quedamente, tratando de ponerse en contacto con la granja Strela. Después de unos segundos, que se les hicieron muy largos, una voz que parecía salir de un insecto, contestó por el aparato y el anciano explicó su situación.
—He de cerrar. Poca batería —terminó.
Detrás de él, Jeremy se deslizó hasta su sitio y descolgó el fusil.
—La gente de tu abuelo viene hacia aquí, pero tardarán horas. Todos estaban en la casa.
Esperaron. Jeremy miró por encima del hombro de Naismith, y por fin preguntó:
—¿Son hijos de los primitivos? No andan como los hombres viejos.
—Ya lo sé —dijo Naismith.
Jeremy se arrastró hasta el borde del cráter. Se puso en posición boca abajo e hizo descansar su rifle sobre una gran raíz. Inspeccionaba todo el terreno a través del visor.
Los minutos pasaban y la curiosidad de Wili se iba incrementando poco a poco. ¿Qué era lo que planeaba el anciano? ¿Qué había en aquella burbuja que pudiera ser una amenaza para alguien? No es que no se sintiera impresionado. Si vivían hasta el día siguiente, podría verlo a la luz del día y éste sería uno de los primeros placeres de la supervivencia. Había algo casi vivo en el calor que había percibido en su superficie, a pesar de que ahora le parecía que no era más que el calor reflejado de su propio cuerpo. Recordó lo que en cierta ocasión le había contado Naismith: las burbujas lo reflejaban todo, nada podía atravesarlas en ninguna dirección. Lo que estaba dentro era como si estuviera en un pequeño universo distinto. En alguna parte, allí dentro, estaban los restos de un accidente de avión o proyectil, envueltos en la burbuja por la Autoridad de la Paz cuando acabó con todos los ejércitos del mundo. Suponiendo que algún miembro de la tripulación de la nave hubiera podido sobrevivir, se habría asfixiado al cabo de poco tiempo. Había peores maneras de morir. Wili había deseado siempre un lugar para esconderse y estar definitivamente a salvo. En lo más hondo de su corazón creía que podía hallarlo dentro de las burbujas.
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