Vernor Vinge - La guerra de la paz

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La guerra de la paz: краткое содержание, описание и аннотация

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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—¿Qué?

—Creo que estábamos a unos cuarenta klicks arriba, y en seguida estuvimos abajo, en una superficie planetaria. Así, tal cual —hizo chasquear los dedos—. Pienso que hemos caído en una condenada fantasía.

Allison no hacía más que mirarle, dándose cuenta de que, muy probablemente, él era el que estaba peor de los dos. Quiller parecía que había interpretado correctamente aquella mirada.

—En realidad, Allison, a menos que aceptemos que los dos tenemos el mismo grado de amnesia, la única explicación es ésta. En un momento determinado estábamos en un vuelo normal de reconocimiento, y al instante siguiente estábamos… estábamos aquí, igual que en muchas películas que vi de pequeño.

—Es más fácil de creer lo de la amnesia paralela, Angus. ¡Si pudiera figurarme, al menos, dónde estamos!

El piloto asintió.

—Sí, pero tú no te has subido a un árbol, como yo, para echar un vistazo alrededor, Allison. Aparte de la clase de plantas, esta área se parece vagamente a la costa de California. Estamos encerrados entre colinas, pero en una dirección pude ver que el bosque llega hasta el mar. Y…

—¿Y qué?

—Hay algo en la costa, Allison. Es una montaña. Una montaña de plata que se eleva en el cielo hasta kilómetros de altura. Nunca ha habido algo igual en la Tierra.

Ahora Allison empezaba a sentir el miedo atávico que iba destrozando a Quiller. Para mucha gente, lo que es inexplicable es peor que la muerte. Allison era de este grupo. El haberse estrellado, incluso la misma muerte de Fred, eran cosas con las que podía bregar. La amnesia había sido una explicación conveniente. Pero ahora ya había transcurrido más de media hora y los aviones, y mucho menos los de rescate, no aparecían por ninguna parte. Allison se dio cuenta de que estaba susurrando, recitando las diferentes y demenciales alternativas.

—¿Estás pensando que nos hallamos en una especie de mundo paralelo, o en un planeta de otra estrella, o en el futuro? ¿Un futuro en que los invasores interplanetarios plantan sus plateados castillos monumentales en la costa de California?

Quiller se encogió de hombros, empezó a hablar, pareció que lo pensaba mejor, y finalmente lo soltó:

—Allison, ¿sabes… aquella cruz que encontré cerca del borde del cráter?

Allison hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Era muy antigua, la inscripción estaba muy borrada por el tiempo y la intemperie, pero pude ver… llevaba tu nombre y… la fecha de hoy.

Precisamente aquella cruz, y precisamente aquel nombre. Durante mucho rato estuvieron callados los dos.

9

Era abril. Los tres viajeros atravesaban el bosque bajo un cielo sereno y claro. El viento agitaba las ramas de los eucaliptos y las enredaderas que estaban sobre sus cabezas, salpicándoles con el agua contenida en sus hojas. Pero, a nivel del sendero embarrado, el aire era tibio y quieto.

Wili caminaba con dificultad, contento porque las fuerzas habían retornado a sus piernas. Durante las últimas semanas se había encontrado bien. En el pasado, siempre se había sentido bien durante un par de meses después de haber estado realmente enfermo, pero este último invierno lo había pasado tan mal que se preguntaba si llegaría a sentirse mejor. Habían salido de Santa Inés tres horas antes, tan pronto como hubo cesado la lluvia matutina, pero no estaba demasiado cansado y rehusaba las sugerencias de sus acompañantes para que se montara en el carro.

Con relativa frecuencia el camino ascendía permitiendo ver, por encima de los árboles circundantes, alguna zona despejada. Todavía había nieve en las montañas del este. Hacia el oeste no se veía nieve, sino bosque con torrenteras. El lago Lompoc aparecía de un color azul celeste en la base de la Cúpula, y todo el paisaje se veía duplicado, en aquel enorme espejo que parecía elevarse hasta alcanzar una gran altura.

Se le hacía raro abandonar su hogar de las montañas. Si Paul no estuviera con él, todavía le habría resultado más desagradable de lo que Wili estaba dispuesto a admitir.

Desde hacía una semana Wili sabía que Paul le llevaría a la costa y luego viajarían hacia el sur, a La Jolla, en busca de una posible cura. La necesidad de saber le hacía ser más impaciente que nunca por volver a estar en forma. Pero hasta que Jeremy Kaladze no se reunió con ellos en Santa Inés, Wili no advirtió cuan inusual iba a ser aquella primera parte del viaje. Wili observaba al otro muchacho disimuladamente. Como acostumbraba hacer, Jeremy hablaba de todo lo que estaba a la vista. De vez en cuando se adelantaba para enseñarles algún peñasco peculiar o un atajo, otras veces se retrasaba poniéndose detrás del carro de Naismith para estudiar algo que casi se le había escapado. Después de estar con él durante casi un día, Wili no podía decidirse sobre la probable edad del muchacho. Solamente los niños muy pequeños de los Ndelante Ali demostraban una clase de entusiasmo tan abierto. Por otra parte, Jeremy medía casi dos metros de altura y jugaba muy bien al ajedrez.

—Sí, señor, doctor Naismith —dijo Jeremy, la única persona que había llamado doctor a Paul en presencia de Wili—, el coronel Kaladze cayó sobre este camino. Fue un salto nocturno, y perdieron un tercio del batallón Flecha Roja, pero supongo que el gobierno ruso pensó que debía ser muy importante. Si fuésemos un kilómetro hacia abajo por estos torrentes, veríamos el mayor montón de vehículos acorazados que se pueda imaginar. Sus paracaídas no se abrieron bien.

Wili miró en la dirección indicada, pero no pudo ver más que mucha maleza verde y quizás una posible senda. En Los Ángeles, las personas muy mayores hablaban siempre del glorioso pasado, pero parecía extraño que en medio de aquella paz profunda estuviera enterrada una guerra, y que aquel muchacho hablase de la historia antigua como lo haría de cosas que hubiesen ocurrido ayer. Su abuelo, el teniente coronel Nikolai Sergeivich Kaladze, había estado al mando de un desembarco aéreo, realizado antes de que se viera claro que la Autoridad de la Paz (que era entonces una innominada organización de burócratas y científicos) había logrado hacer que la guerra fuera obsoleta.

La misión del batallón Flecha Roja era descubrir el secreto del misterioso campo de fuerzas que según parecía habían inventado los americanos. Desde luego, descubrieron que los americanos estaban tan intrigados como todo el mundo por las extrañas burbujas plateadas que surgían de manera tan repentina como misteriosa, algunas veces para evitar la explosión de las bombas, otras veces para eliminar instalaciones peligrosas.

En aquel caos, en que cada uno estaba perdiendo una guerra que nadie había comenzado, las fuerzas de desembarco aéreo de los rusos y lo que quedaba del ejército de los americanos hicieron su propia guerra con armas que ya no tenían servicio de mantenimiento, ni repuestos de proyectiles. El conflicto se fue prolongando durante meses, hasta que, cuando ya ambos lados sólo podían atacarse con armas pequeñas, fue disminuyendo en violencia. Entonces había aparecido milagrosamente la Autoridad y se había proclamado guardiana de la paz y fabricante de las burbujas.

Lo que quedaba de las fuerzas rusas se retiró a las montañas, y se escondió, mientras la nación que habían invadido empezaba a recuperarse. Entonces llegaron los virus de la guerra, distribuidos (como declaraba la Autoridad de la Paz) por los americanos como último recurso para mantener la soberanía nacional. Las guerrillas rusas se refugiaron en las fronteras del mundo y se mantuvieron pendientes de alguna oportunidad para actuar. No hubo ninguna oportunidad. Durante los años posteriores a la Guerra murieron miles de millones de personas y la fertilidad se redujo casi hasta cero. La especie Homo Sapiens estuvo muy cerca de su extinción. Los rusos que estaban en las montañas se hicieron viejos gobernando unas tribus andrajosas.

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