Vernor Vinge - La guerra de la paz

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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Naismith suspiró. Su conciencia se lo iba a reprochar, pero se trataba de defender a sus clientes:

—Estás equivocado, Mike. Tengo negocios con muchas clases de personas. Y tengo una buena idea de lo que muchos de ellos hacen.

La cabeza de Rosas se alzó de golpe:

—¿Sugiere que hay laboratorios biológicos en nuestro tiempo?

—Sí. Por lo menos hay tres, quizá sean diez. No puedo estar seguro porque, desde luego, ellos nunca lo admiten. Y sólo sé con certeza dónde está instalado uno de ellos.

—¡Jesús! Paul, ¿cómo es posible que usted trate con gente de tan ruin calaña?

Naismith se encogió de hombros.

—La Autoridad de la Paz es el enemigo real. A pesar de lo que digas, es sólo su palabra la que afirma que los biocientíficos provocaron las plagas, cuando los gobiernos trataron de reconquistar lo que todos los ejércitos no habían podido defender. Yo sé lo que es la Paz.

Se detuvo un momento, recordando la traición que había sido un secreto personal durante cincuenta años.

—He tratado de convenceros, a vosotros, los técnicos. La Autoridad no os puede tolerar. Obedecéis sus leyes: no construís fuentes de potencia de alta densidad, no construís vehículos ni hacéis experimentos nucleónicos o biológicos. Pero ¡si la Autoridad supiera lo que se está llevando a cabo siguiendo sus reglas! Debes haber oído hablar de la NCC. He podido comprobar que la Autoridad está empezando a comprender lo lejos que hemos llegado sin grandes fuentes de potencia, sin universidades y sin una industria al viejo estilo. Empiezan a ver que nuestra electrónica es muy superior a la mejor que ellos pueden conseguir. Cuando estén convencidos del todo y vean claro lo que somos, se interpondrán en nuestro camino del mismo modo que hacen con cualquiera que se les oponga, y entonces tendremos que luchar.

—Usted, Paul, dice siempre lo mismo desde que yo recuerdo, pero…

—Pero, en secreto, vosotros los Quincalleros no sois tan infelices con esta situación. Habéis leído sobre las contiendas de antes de la Guerra, y tenéis miedo de lo que pudiera suceder si, de repente, la Autoridad perdiera el poder. Aunque engañéis a la Autoridad, en el fondo estáis contentos de que esté ahí. Pues bien, permíteme que te diga una cosa, Mike —las palabras brotaban con un incontenible vigor—: Conocí a la chusma que llamáis Autoridad de la Paz cuando no era más que unos burócratas y unos pequeños estafadores. Estaban en el sitio oportuno y en el momento conveniente para realizar la mayor estafa y expoliación de todos los tiempos. No tienen el menor interés por la humanidad o por el progreso. Por esta razón jamás han podido inventar nada.

Se interrumpió, asombrado de su vehemencia. Pero, a juzgar por lo que veía en la cara de Rosas, su explicación no había sido comprendida. El anciano se volvió a sentar e intentó relajarse.

—Lo siento, estaba divagando. Lo que ahora importa es que mucha gente, desde Beijing a Norcross, me debe dinero. Si tuviéramos un sistema de patentes y de royalties sería una cantidad enorme. Quiero presentar estas facturas. Quiero que mis amigos lleven a Wili a la biociencia clandestina.

»Y si el pasado no es suficiente, piensa en que tengo setenta y ocho años. Si no es Wili, no podrá serlo otro. Nunca he sido modesto. Sé que soy el mejor matemático que tienen los Quincalleros. Wili no es solamente mi sustituto. Ya es mejor que yo, o llegará a serlo con algunos años más de experiencia. ¿Sabes el problema que acaba de resolver? Hacía más de tres años que los Quincalleros de la California Central me atosigaban con él: querían captar en secreto las comunicaciones de los satélites de observación de la Autoridad.

Los ojos de Rosas se abrieron ligeramente.

—Si, éste era el problema. Ya sabes lo que representa. Wili ha encontrado un método que creo satisfacerá a tus amigos, y que además tiene un riesgo muy pequeño de ser descubierto. Wili lo ha conseguido en sólo seis semanas, contando solamente con la base técnica que pudo aprender de mí el pasado otoño. Su técnica es radical, y creo que puede ser el punto de apoyo para resolver muchos otros problemas. Vais a necesitar a alguien como él, durante los próximos diez años.

—Hum. —Rosas jugueteaba con su chapa de sheriff de color oro y azul—. ¿Dónde está ese laboratorio?

—Exactamente al norte de San Diego.

—¿Tan cerca? ¡Caray! —desvió la vista—. O sea que el problema está en llevarle hasta allí. La nobleza Aztlán resulta terriblemente desagradable cuando se trata de negros que regresan desde el norte, al menos en circunstancias normales.

—¿Circunstancias normales?

—Sí, los campeonatos de la Federación Norteamericana de Ajedrez se harán en La Jolla, este abril. Esto significa que los mejores técnicos superiores estarán allí… legítimamente. La Autoridad ha llegado a ofrecer sus medios de transporte a los participantes de la Costa Este, y es muy difícil que manchen sus aviones con nosotros, la gente ordinaria. Si yo fuera tan paranoico como usted, estaría receloso, pero la Paz parece que lo hace sólo por lo que pueda resultar a efectos de propaganda. El ajedrez es incluso más popular en Europa que aquí; supongo que la Autoridad está preparando el terreno para patrocinar los campeonatos mundiales de Berna, del próximo año.

—En cualquier caso, esto puede significar una justificación y una perfecta protección frente a los Aztlanes; ya sea negro o Anglo. Nunca han tocado a nadie que estuviera bajo la protección de la Autoridad de la Paz.

Naismith se dio cuenta de que estaba sonriendo. Esto era un poco de buena suerte, después de todo lo malo. Otra vez tenía los ojos humedecidos por las lágrimas, pero ahora el motivo era muy distinto.

—Gracias, Mike. Necesitaba esto, mucho más que cualquier cosa que te hubiera pedido antes.

Rosas le sonrió brevemente para corresponderle.

Flashforward

Allison no sabía gran cosa sobre identificación de especies vegetales (a menos de cien kilómetros de distancia, desde luego), pero encontraba algo raro en aquel bosque. En algunos sitios la vegetación había crecido desmesuradamente; en otros lugares había muchos claros. Por todas partes, una densa techumbre de hojas y enredaderas no dejaba ver más que vistas parciales del cielo. Le recordaba en cierta manera los bosques escuálidos, de segundo crecimiento, de la California del Norte, excepto que aquél era un revoltillo de especies distintas: coníferas, eucaliptos, incluso algo que parecía ser una especie de manzanita enferma. El aire era muy tibio y olía a moho. Allison se subió las mangas de su traje de vuelo.

El fuego apenas se podía oír. El bosque estaba tan húmedo que no le permitía que se extendiera. Exceptuando el dolor que sentía en la pierna, Allison podía figurarse que estaba en algún parque, de excursión. En realidad era posible que fuesen rescatados por verdaderos excursionistas antes de que llegasen las Fuerzas Aéreas.

Oyó que Quiller regresaba, mucho antes de que pudiera verle. Cuando por fin le vio, la expresión de Quiller era sombría. Volvió a preguntarle por su herida.

—Creo que está bien. Le puse unos puntos para que se quedara cerrada y volví a pulverizar el protector —se detuvo y le miró devolviéndole una mirada también sombría—. Sólo que…

—¿Sólo qué?

—Sólo… Para ser sincera, Angus, cuando nos estrellamos algo le pasó a mi memoria. No recuerdo nada del intervalo que va desde la reentrada hasta que nos encontramos en el suelo. ¿Qué sucedió? ¿Dónde fuimos a parar?

La cara de Quiller parecía helada. Por fin dijo:

—Allison, creo que a tu memoria no le pasa nada, está bien, tan bien como la mía, desde luego. Verás, yo tampoco puedo recordar nada después de sobrevolar algún lugar de la California Norte hasta que el casco empezó a desgarrarse sobre el suelo. Y la verdad es que no creo que hubiera nada que recordar.

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