Vernor Vinge - La guerra de la paz

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La guerra de la paz: краткое содержание, описание и аннотация

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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—Sé que varios de ustedes han estudiado la literatura no reservada que trata de los confinamientos, y también sé que usted, Schelling, ha malgastado muchas miles de horas—hombre en las ruinas de Sandia, intentando repetir el efecto pero será oportuno que hagamos un resumen.

»Las esferas de confinamiento, las burbujas, no son sólo campos de fuerza, sino que, además, son separaciones de lo que está fuera y de lo que está dentro de su superficie, colocándolos en universos distintos. Únicamente puede penetrar la gravedad. La burbuja de Tucson se generó alrededor de un proyectil ICBM cuando cruzaba sobre el ártico. Cayó al suelo cerca de su objetivo, los campos de misiles de Tucson. La bomba infernal que transportaba explosionó sin causar daños, porque lo hizo en el otro universo, el del interior de la burbuja.

»Como todos ustedes saben, es necesario un consumo enorme de energía del generador que la Autoridad tiene en Livermore para crear la menor de las esferas de confinamiento. De hecho, éste es el motivo por el cual la Autoridad ha prohibido todas las actividades que requieran gran cantidad de energía y guarda el secreto sobre la forma que utilizamos para mantener la Paz. Pero, una vez establecida, una burbuja no requiere ya ningún consumo de energía para mantenerse estable.

—Y dura para siempre —añadió el viejo Schelling; y no era una pregunta.

—Esto es lo que todos nosotros creíamos, señor. Pero no hay nada que dure para siempre. Hasta los agujeros negros sufren una degradación cuántica. Incluso a la materia normal le puede suceder esto finalmente, aunque en una escala temporal que escapa a la imaginación. Hasta ahora no se había hecho un estudio y un análisis sobre la posible degeneración de las esferas de confinamiento.

Hizo una seña a un ayudante para que pusiera tres pesados manuscritos al alcance de los funcionarios de Nuevo México. Schelling apenas si pudo ocultar su impaciencia por hacer saltar el sello de los secretos de la Autoridad de la Paz (la más alta clasificación que un funcionario de un gobierno había podido ver jamás) y empezó a leer.

—Así pues, caballeros, parece ser que, al igual que todas las demás cosas, las burbujas decaen. La constante de tiempo depende del radio de la esfera y de la masa que engloban. La explosión de Tucson ha sido un trágico accidente debido al azar.

—¿Y está usted diciéndonos que cada vez que alguna de estas condenadas cosas se suelte, va a haber una explosión tan terrible como las bombas de las que se supone nos están protegiendo?

Avery se permitió mirar ferozmente al general.

—No. Yo no he dicho esto. Pensaba que mi descripción del accidente de Tucson había sido lo suficiente clara. Allí había un arma nuclear, que ya había explotado, encerrada dentro de la esfera de confinamiento.

—Cincuenta años atrás, señor Avery, cincuenta años atrás.

Hamilton abandonó el podio.

—Señor Halberstamm, ¿puede usted imaginarse lo que es el interior de una burbuja de diez metros de diámetro? Nada entra ni nada sale. Si usted hace explotar una cabeza nuclear en un sitio como aquél, no se puede enfriar. En cuestión de milisegundos se alcanza el equilibrio termodinámico, pero a una temperatura de algunos millones de grados. La burbuja aparentemente inofensiva, enterrada en Tucson durante todas estas décadas, contenía el corazón de una gran bola de fuego. Cuando la burbuja degeneró, quedó liberada la explosión.

Hubo unos movimientos de incomodidad entre los miembros del Comité de Estudios Estratégicos, mientras aquellos caballeros consideraban los miles de burbujas que polucionaban Norteamérica. Gerardo Álvarez, un hombre de confianza del presidente, con tanto poder que nunca tomaba una posición declarada, levantó una mano y preguntó tímidamente:

—¿Y con qué frecuencia cree la Autoridad que esto va a suceder?

—El doctor Schelling podrá explicarle con detalle las estadísticas pero, en principio, la degeneración es exactamente igual que la de los otros procesos cuánticos. Sólo podemos hablar de lo que sucederá en un conjunto muy grande de objetos. Puede transcurrir un siglo o dos sin que ocurra el menor accidente. Por otra parte, es perfectamente concebible que tres o cuatro puedan producirse en un solo año. Pero, incluso para las burbujas de menor tamaño, creemos que la constante temporal de degradación debe ser mayor que diez millones de años.

—¿O sea, que se desvanecerán como átomos, con una determinada vida media, en lugar de surgir a la vida simultáneamente como hacen los polluelos dentro de su cascarón?

—Exactamente, señor. Ésta es una buena analogía. Y mirándolo bien puedo ser más específico y animoso. Hay muchas burbujas que no contienen explosiones nucleares; y otras burbujas grandes, incluso si contienen explosiones «fósiles», pueden ser inofensivas. Por ejemplo, estimamos que la temperatura de equilibrio producida por una cabeza nuclear dentro de las burbujas de Vandenberg o de Langley, será inferior a los cien grados. Podría ocasionar algunos daños materiales cerca de su perímetro, pero nada que se pareciera a lo de Tucson.

—Y ahora, caballeros, voy a ceder mi puesto a los oficiales de enlace Rankin y Nakamura —dirigió una inclinación de cabeza a su gente de tercer nivel—. En particular, deben decidir con ellos el grado de atención pública que vamos a dar a este incidente ¡Y es mejor que no sea mucha! Debo volar a Los Ángeles. Aztlán ha detectado la explosión, y ellos también merecen una explicación.

Hizo una seña a su hombre principal en Alburquerque, que era el representante habitual de la Autoridad de la Paz en la República, para que le acompañara. Salieron, haciendo caso omiso de los labios apretados y de las caras enrojecidas que estaban al otro lado de la mesa. Era necesario poner a aquella gente en su sitio, y una de las mejores maneras de hacerlo era recalcar el hecho de que Nuevo México no era más que un pez, entre otros muchos de la pecera.

Unos minutos después estaban fuera del edificio y en la calle. Afortunadamente no había periodistas. La prensa de Nuevo México estaba bien controlada; además, la existencia del Comité de Estudios Estratégicos era un secreto.

Junto con Brent, el oficial de enlace principal, subió a un coche, y los caballos les condujeron por entre el tránsito de la tarde. Puesto que la visita de Avery no era oficial, usaba vehículos locales y no llevaba escolta. Tenía una visualidad muy buena. La distribución de la ciudad era parecida a la del Capitolio de los antiguos Estados Unidos, siempre que no se hiciera caso de las montañas peladas que se destacaban irregularmente. Pudo ver al menos una docena de vehículos en el amplio paseo. Alburquerque era casi tan cosmopolita y dinámica como un Enclave de la Autoridad. Pero una cosa era cierta: la República de Nuevo México era una de las más pobladas y poderosas de la Tierra.

Miró a Brent:

—¿Estamos limpios?

Durante unos momentos, el hombre joven se quedó intrigado, luego dijo:

—Sí, señor. Hemos revisado el coche con todos esos nuevos procedimientos.

—Muy bien. Quiero llevarme los informes detallados, pero hágame un resumen, ¿Schelling, Álvarez y compañía estaban tan inocentemente sorprendidos como aseguraban?

—Apostaría mi empleo en la Paz a que sí.

Por la expresión de la cara de Brent se podía ver que acababa de darse cuenta de cuánta verdad podía haber en sus propias palabras.

—No tienen nada que se parezca al equipo del que usted nos había puesto en guardia. Usted siempre ha tenido aquí un departamento muy eficaz de contrainteligencia. No le hemos dejado en la estacada. Nos habríamos dado cuenta, aunque fuera de lejos, si representaban una amenaza.

—Humm.

Aquella afirmación estaba de acuerdo con la intuición de Avery. El gobierno de la República haría todo aquello que pudiera hacer impunemente. Por este motivo los tenía sujetos a vigilancia especial desde hacía tantos años. Sabía que no tenían suficiente poder técnico para hallarse detrás de lo que estaba sucediendo.

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