Vernor Vinge - La guerra de la paz

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La guerra de la paz: краткое содержание, описание и аннотация

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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El edificio se parecía al que habían visto antes, pero con menos ventanas.

Un antiguo poste de metal emergía del suelo, cerca de la entrada.

Wili lo miró con curiosidad, y Jeremy le dijo:

—Esto no tiene nada que ver con mi proyecto. Cuando yo era pequeño, todavía se podían leer unos números que tenía pintados. Se sacó de una de las alas de un aeroplano de la época anterior a la Autoridad. El coronel opina que debía estar despegado de la Base Vandenberg de la Fuerza Aérea, en el preciso momento en que fue envuelto por una burbuja. La mitad del él cayó aquí, y la otra mitad quedó dentro de la Cúpula.

Siguió a Jeremy hasta dentro del edificio. Estaba mucho más oscuro que dentro de la casa del software. Algo se movió. Algo hizo un ruido de tono muy elevado, semejante a un zumbido. A Wili le costó algunos segundos cerciorarse de que él y Jeremy eran los únicos seres vivos que estaban allí. Jeremy le condujo por una pasarela hasta donde estaba el foco del zumbido. Una pequeña cinta transportadora se perdía entre las sombras. Cinco pequeños brazos que acababan en unas manos mecánicas hacían un… ¿qué?

Aquello tenía unos dos metros de largo y uno de alto. Tenía ruedas, pero eran mucho menores que las de un carro. No había espacio para los pasajeros o para la carga. Detrás de la máquina que se estaba montando, Wili vio al menos cuatro copias acabadas.

—Éste es mi fabricador.

Jeremy tocó uno de los brazos mecánicos. La máquina cesó inmediatamente sus precisos movimientos, como si quisiera expresar su respeto a su dueño.

—No puede hacer el trabajo completo. Sólo el bobinado del motor y el cableado. Pero voy a mejorarla.

Wili estaba más interesado en saber qué era lo que se fabricaba allí.

—¿Qué son estas cosas? —y señaló a los vehículos.

—Tractores de granja, ¡desde luego! No son grandes. No pueden llevar pasajeros. Has de ir andando detrás de ellos. Pero pueden tirar de un arado y pueden sembrar. Pueden tomar energía de las baterías del tejado. Es un primer proyecto peligroso, ya lo sé. Pero quería hacer algo bonito. Los tractores no son en realidad vehículos. No creo que la Autoridad llegue a enterarse, y si se entera, haremos cualquier otra cosa. Mis fabricadores son flexibles.

También van a Prohibir tus fabricadores. No era sorprendente que Wili hubiera asimilado la opinión de Paul sobre la Autoridad de la Paz.

Habían prohibido la investigación que hubiera curado sus propios problemas. Era como todas las demás tiranías, sólo que más poderosa.

Pero Wili no dijo nada de esto en voz alta. Se acercó al más próximo «tractor» ya terminado y puso su mano sobre el motor, esperando que tal vez notaría alguna energía eléctrica. Esta era, después de todo, una máquina que podía moverse por efecto de su propia potencia. Cuántas veces había soñado en que podía conducir un automóvil. Sabía que el más íntimo y ardiente deseo de algunos pequeños aristócratas Jonque era que sus hijos pudieran ser aceptados como conductores de los camiones de la Autoridad.

—¿Sabes, Jeremy? Creo que esto puede llevar un pasajero. Apuesto a que puedo sentarme en la parte trasera y alcanzar los mandos.

Una sonrisa apareció lentamente en la cara de Jeremy.

—¡Caramba! Veo lo que quieres decir. Si yo no abultara tanto, también podría hacerlo. Anda, ¡si vas a ser un automovilista! Ven. Vamos a sacarlo fuera. Hay un terreno llano delante del edificio donde podremos…

Un débil «biiip» llegó desde el teléfono que Jeremy llevaba al cinto.

Se lo puso en el oído.

—De acuerdo, está bien. Lo siento.

—Wili, el coronel y el doctor Naismith quieren vernos. Y quieren que sea ahora mismo. Se suponía que debíamos estar cerca de la casa principal y a su disposición en cualquier momento.

Fue la única vez que Wili oyó que Jeremy decía algo poco respetuoso referido a sus superiores. Se fueron hacia la puerta.

—Volveremos antes de que llueva por la tarde, y probaremos si podemos conducirlo.

Pero había amargura en su voz, y Wili miró otra vez a aquella habitación en penumbra. No sabía por qué, pero no esperaba poder volver pronto por allí.

12

Podría haber sido un consejo de guerra. Ciertamente, el coronel Kaladze estaba muy en su papel. A Wili, en algunos aspectos, Kaladze le recordaba a los jefes de Ndelante Ali. Tenía cerca de los ochenta años, pero se mantenía tan tieso como una baqueta. Su pelo estaba cortado al mismo estilo que lo llevaban los demás, o sea cinco milímetros de largo por todas partes, incluso en la cara. Su barba plateada brillaba sobre el color moreno de su tez. Su ropa de trabajo, de un color gris verdoso, podría decirse que era de tipo corriente, si no fuese por su almidonado y su reluciente limpieza. Sus ojos azules eran capaces de expresar un gran buen humor (Wili lo recordaba de la comida de bienvenida) pero aquella mañana eran penetrantes y duros. A su lado, Miguel Rosas, incluso armado y con su insignia de sheriff, parecía un simple ciudadano.

Paul daba la impresión de ser el de siempre, pero evitaba mirar a los ojos de Wili.

Y ésta era, de todas ellas, la señal más clara de malos presagios.

—Siéntense, caballeros —dijo el anciano ruso a los muchachos. Todos sus hijos estaban presentes, menos el padre de Jeremy que estaba en viaje de negocios por Corvallis—. Wili, Jeremy, vais a salir para San Diego antes de lo que habíamos planeado. La Autoridad quiere patrocinar el Torneo Norteamericano de Ajedrez, igual que patrocinó los Juegos Olímpicos estos últimos años. Van a proporcionar medios de transporte especiales, y han anticipado las semifinales.

Esto era como si a un ladrón su próxima víctima le enviara una invitación, pensó Wili.

Hasta Jeremy parecía algo preocupado por todo ello:

——¿Y. qué va a pasar con el plan de Wili, que pretende buscar alguna ayuda médica, allí abajo? ¿Podrá hacerlo en sus mismas narices?

—Creo que sí. Y Mike piensa igual —miró a Miguel Rosas, que asintió con una breve inclinación de cabeza—. En el peor de los casos, la Autoridad puede sospechar de nosotros, los Quincalleros, como de un grupo. No tienen ninguna razón especial para vigilar a Wili. En cualquier caso, si hemos de participar, nuestro grupo debe estar preparado cuando llegue su convoy de camiones. Pasará por la granja en menos de quince horas.

¡Convoy de camiones! Los muchachos se miraron uno al otro. Por unos instantes, el peligro parecía muy pequeño. ¡La Autoridad iba a permitirles viajar como reyes, por la costa de California, hasta la misma La Jolla!

—Todos los que tengan que ir, deberán salir de la granja dentro de dos o tres horas, para llegar a tiempo a la carretera 101 antes de que pase el convoy —sonrió a Iván, que era su hijo mayor—. Aunque la Autoridad vigile, aunque Wili no necesitase ayuda, los Kaladze irían igualmente. Vosotros, muchachos, no podéis engañarme. Sé que durante mucho tiempo lo habéis deseado. Sé todo el tiempo que habéis desperdiciado en programas que vosotros pensabais que eran invencibles.

Iván Nikolayevich pareció sorprenderse, pero en seguida contestó sonriendo:

—Además, allí hay gente con la que tratamos desde hace años, pero que nunca hemos podido conocer personalmente. Si nos retirásemos ahora, todavía sería más sospechoso.

Wili miró a Paul, a través de la mesa.

—¿Estás de acuerdo, Paul?

De repente, Naismith pareció ser mucho más viejo que el coronel. Bajó la cabeza y habló en voz baja.

—Sí, Wili. Es nuestra mejor oportunidad de conseguir alguna ayuda para ti… pero hemos contratado a Mike para que vaya en mi lugar. Yo no puedo ir. Ya ves…

La voz de Paul siguió hablando, pero Wili ya no la escuchaba. Paul no iba a ir. Era una gran ocasión para encontrar una cura, y Paul no podía ir. Por un momento, que se eternizó dentro de su cabeza, la habitación empezó a dar vueltas y se redujo a un punto giratorio que dio paso a los primeros recuerdos de Wili.

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