Vernor Vinge - La guerra de la paz

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas.

” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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En los años que siguieron al gran colapso, la Autoridad había desposeído al resto del mundo de toda la tecnología de alta energía. Los gobiernos más peligrosos, tales como el de los Estados Unidos, fueron destruidos, y sus territorios quedaron en una situación que iba desde la anarquía de los villorrios de la California Central, hasta el fascismo de Nuevo México, pasando por el medievalismo de Aztlán. Donde existían gobiernos, tenían la fuerza justa para recaudar los impuestos de la Autoridad. Estas pequeñas naciones eran, de alguna manera, soberanas. Llegaban a tener sus propias guerras. Pero les faltaba la gran industria y las armas de alta potencia que hacían de la guerra una amenaza para la raza.

Della dudaba de que, fuera de los Enclaves, pudiera existir la pericia técnica suficiente para reproducir las invenciones antiguas, ni mucho menos efectuar mejoras en ellas. Y si alguien hubiera encontrado el secreto de las burbujas, los satélites de la Autoridad habrían descubierto la construcción de las plantas de energía y de las fábricas necesarias para llevar de nuevo a cabo la invención.

—Lo sé. Puede que parezca paranoico. Pero una cosa que ustedes los jóvenes no saben es cuan técnicamente ignorante es la Autoridad.

La miró, como si esperara que se lo discutiera.

—Tenemos todas las universidades y todos los grandes laboratorios. Controlamos a todas las personas altamente cualificadas de la Tierra. Pero, a pesar de todo, hacemos muy poca investigación. Lo sé porque puedo recordar cómo era el laboratorio de mi padre, antes de la Guerra; y más aún porque desde entonces me he asegurado de que no se iniciasen proyectos que fueran realmente imaginativos.

«Nuestras fábricas pueden producir casi todo lo que existía antes de la Guerra — golpeó con su mano la pared de la cabina—. Ésta es una nave buena y fiable, probablemente ha sido construida en los últimos cinco años. Pero los planos tienen más de sesenta.

Hizo una pausa y su tono de voz se hizo menos casual.

—A lo largo de los últimos seis meses, he llegado a la conclusión de que al actuar así hemos cometido un grave error. Hay gente que trabaja bajo nuestras propias narices y que tiene una tecnología que sustancialmente está por encima de los niveles de antes de la Guerra.

—Supongo que usted no estará pensando en los nacionalistas mongoles, señor. En mis informes intenté dejar muy claro que sus armas nucleares procedían de depósitos antiguos de los soviéticos. Muchas no se podían utilizar. Y sin estas bombas no eran más que…

—No, querida Della, no es esto en lo que estaba pensando.

Puso una caja de plástico sobre la mesa.

—Mire lo que hay dentro.

Sobre el forro de terciopelo había cinco pequeños objetos. Lu levantó uno y lo miró a la luz del sol.

—¿Es una bala?

Parecía un proyectil de 8 milímetros. No podía asegurar si había sido disparada. Había algunas señales, pero no eran del estriado de un cañón. Algo oscuro y pegajoso manchaba su punta.

—Sí, lo es. Pero una bala que tiene un cerebro. Permítame que le cuente cómo obtuvimos esta joya. Puesto que yo tenía sospechas acerca de estos científicos aficionados, de los Quincalleros, he intentado infiltrar a alguien entre ellos. No ha sido fácil. En la mayor parte de Norteamérica no hemos tolerado que existan gobiernos. Aunque la recaudación de impuestos se resienta, el riesgo de los nacionalismos parecía demasiado alto. Ahora me doy cuenta de que era un error. De una manera u otra han ido más lejos que los de las áreas que tienen alguna forma de gobierno, y no tenemos una manera fácil de vigilarles si no es desde una nave orbital.

»No obstante, mandé equipos a las tierras sin gobierno, usando cualquier tapadera que pareciera apropiada. En California Central, por ejemplo, lo más fácil fue pretender que eran descendientes de la antigua fuerza de invasión soviética. Tenían instrucciones para andar por las montañas y tender emboscadas a los que parecieran viajeros. Suponía que poco a poco iríamos acumulando información sin tener que hacer incursiones oficiales. La última semana, un equipo preparó una emboscada a tres hombres locales, en los bosques que hay al este de Vandenberg. La presa sólo tenía un fusil, un Nuevo México de ocho milímetros. Estaba casi oscuro, pero desde una distancia de más de cuarenta metros, el enemigo hirió a cada uno de los diez miembros del equipo, con una sola ráfaga del fusil.

—El Nuevo México de ocho milímetros sólo tiene un cargador de diez tiros. O sea que…

—Una puntuación de campeonato, querida. Y mis hombres juran que el arma fue disparada en posición automática.

Si no hubieran llevado armaduras corporales, o si los tiros hubieran llevado la velocidad normal, ninguno de ellos habría vivido para poder contar la historia. Diez hombres armados, muertos por un hombre con un fusil hecho a mano. Magia. Y usted está sosteniendo un trozo de esta magia. Otras personas se ha ocupado de hacer todos los ensayos y disecciones que eran posibles en los laboratorios de Livermore. ¿Ha oído usted hablar de bombas inteligentes? Claro que sí, sus unidades las usan en Mongolia. Pues bien, señorita Lu, esto son balas inteligentes.

»El proyectil lleva delante un ojo de vídeo, conectado a un procesador tan potente como el que nosotros somos capaces de introducir en una maleta, y nuestra versión «maleta» de este procesador nos costana unas cien mil monedas. Evidentemente, el cañón del fusil no está rayado; el proyectil puede cambiar de trayectoria cuando está en vuelo para ir hasta su objetivo.

Della hizo rodar la bala en la palma de su mano.

—¿Es decir que queda bajo el control del tirador?

—Sólo indirectamente, y sólo en el momento del «lanzamiento». Debe haber un procesador en el fusil que sigue la pista del objetivo y escoge el momento del disparo. El procesador del proyectil es lo bastante potente para dirigirse al blanco previsto. Muy interesante, ¿no es cierto?

Della estuvo de acuerdo. Estaba recordando lo delicado que era el mecanismo de ataque de los A551, y lo caro que costaban. Además, necesitaban un suministro constante de repuestos que les enviaban desde Beijing. Si aquellas cosas se podían hacer tan baratas para desecharlas después de usarlas…

Hamilton Avery sonrió un poco, aparentemente satisfecho de su reacción.

—Y esto no es todo. Eche un vistazo a las otras cosas que hay en la caja.

Della dejó caer la bala en el terciopelo de la cajita y tomó una bola de color pardo. Se adhería ligeramente a sus dedos. No se apreciaban marcas, ni variaciones en su superficie. Alzó sus cejas interrogativamente.

—Es un dispositivo de escucha, Della. Pero no es uno de nuestros sistemas normales de audio, sino que, además, es de vídeo, y suponemos que capta en todas direcciones. Algo que tiene que ver con la Óptica de Fourier, me dicen mis expertos. Puede grabar, o transmitir a una distancia muy corta. Todo esto lo hemos supuesto por las microfotografías de rayos X de su interior. Ni siquiera tenemos equipo que pueda enfrentarse a él.

—¿Está seguro de que ahora mismo no está grabando?

—¡Oh, sí! Destruyeron el interior antes de dármelo. Los microscopistas aseguran que no ha quedado ninguna conexión que pueda funcionar. De todas formas, creo que ahora podrá comprender el motivo de tantas precauciones.

Della asintió lentamente. Las explosiones de las burbujas no eran el verdadero motivo; él esperaba que sus verdaderos enemigos ya supieran todo lo que tenían que saber en relación a ellas. Sí. Avery era muy inteligente, y estaba tan asustado como su fría personalidad le permitía mostrar.

Permanecieron sentados durante unos treinta segundos. El helicóptero dio otra vuelta, y los rayos de sol iluminaron la cara de Della. Estaban volando hacia el este, sobre Long Beach y en dirección a Anaheim, por lo menos éstos eran los nombres que figuraban en los libros de historia. Las huellas de las calles se perdían a lo lejos, en medio de una neblina gris y anaranjada. Daba una falsa impresión de orden. En realidad eran kilómetros y más kilómetros de desierto quemado y abandonado. Era difícil creer que una amenaza como aquélla pudiera originarse en Norteamérica. Pero, después de los hechos, tenía sentido. Si a la gente se le niega la gran industria y la gran investigación, es seguro que buscará otros medios de conseguir lo que necesita.

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