… Leie también tiene un trabajo, haciendo demostraciones con esa increíble pared de simulación que encontraste. Ninguno de nosotros puede sustituirte, pero nos ayudamos mutuamente, y ansiamos hablar contigo en cuanto estés bien.
Supongo que ya te habrán informado, y escribo apresuradamente antes de que las Gentilleschi se te lleven. Desde mi punto de vista, esto es lo que pasó.
Cuando no regresaste una hora antes del amanecer, tiré del cable, como me hiciste prometer. Odié hacerlo, pero entonces algo me hizo cambiar de opinión. Poco después de que saliera el sol, estalló una batalla a bordo de los dos barcos. Me enteré más tarde de que fueron las vars a las que tú ayudaste a escapar…
Maia parpadeó. ¿Que yo qué? Lo único que había hecho fue prometer a Thalla algo que nunca pudo cumplir. A menos que la gran var hubiera conseguido emplear las tijeras de algún modo. ¿Como ganzúa, tal vez? ¿Para soltar sus cadenas y luego engañar a las guardianas?
O tal vez Baltha y Togay se las quitaron cuando pareció inminente la batalla con los hombres.
… La revuelta salió bien, al principio. Pero entonces las saqueadoras contraatacaron antes de que las rads pudieran zarpar. Hubo disparos. Algunas rads huyeron en un pequeño bote antes de prender fuego a ambos barcos.
No me pareció un buen momento para bajar. Caminé de un lado a otro como un loco, preocupado por ti, hasta que llegué al extremo oriental del diente, de cara al mar.
Entonces vi la flotilla de Halsey que se acercaba. ¡No sólo el viejo Audaz , que estaba de servicio la última vez que estuve allí, sino la Morsa y el León Marino también! Supongo que la cofradía decidió por fin que ya estaba harta de sus antiguas clientas, y venía a saldar cuentas.
Corrí al ascensor, bajé al cuarto de baño y rompí un espejo. Cogí un trozo y volví a subir. Que el sol estuviera en el este me facilitó hacer señales a los barcos. Para darles una idea de lo que podían esperar. Hubo disparos cuando intentaron entrar en la laguna, y entonces el León Marino penetró en ella justo cuando llegaba todo el mundo.
Un par de hermosos barcos aparecieron por el extremo sur de Jellicoe, haciendo ondear los estandartes del templo. Y por el norte vi aparecer varios cruceros rápidos. ¡Más tarde supe que eran del Departamento de Policía Comercial de Ursulaborg! Un poco fuera de su jurisdicción, ¿pero a quién le importa? Parece que Naroin las había convocado como milicia. Policías locales y honradas sin conexión con el Consejo.
¡Justo cuando aquella multitud llegaba a la laguna, y empezaba a salir humo del viejo santuario, apareció un enorme zep’lin! No me gustó el aspecto de las clones que se asomaban a la góndola. (¡Estaban enfadadas de veras!) Así que me conecté al torno y bajé. Llegué a tiempo de ayudar a mi cofradía a convencer a las monjas del templo y a la partida de Naroin de que todos estábamos del mismo bando.
Llevó un rato vencer a la retaguardia de las saqueadoras (son unas luchadoras magníficas), y luego corrimos tras ellas mientras os perseguían…
Los ojos de Maia se nublaron. Aunque el sencillo relato de Brod era apasionante, sus fuerzas eran limitadas y sentía la mente llena hasta reventar. Sin querer apresurar las cosas, esperó a que su visión se aclarara antes de continuar.
Estaba todo hecho un desastre, sobre todo ante el auditorium, donde la gente del Manitú había combatido a las saqueadoras. Por fortuna, había médicos para cuidar de los heridos.
Esa pared de luces nos detuvo en seco un momento, y me asusté cuando vi a Leie, gimiendo en el suelo; pensé que eras tú. Está bien, por cierto, pero eso ya te lo he dicho. Leie quería perseguir a las que te perseguían. Pero me dijeron que ayudara a sacarla donde el aire era más limpio, mientras que las profesionales de Naroin dirigían la persecución desde allí.
Salimos justo a tiempo de ser derribados por lo que pareció un trueno. Alzamos la cabeza y vimos la lanzadera espacial lanzar su vaina al cielo… y lo que sucedió después.
Lo siento, Maia. Sé que debe de ser horrible, como cuando sacamos tu pobre cuerpo y pensé que te estabas muriendo. Yo me sentí como debiste sentirte tú al ver volar en pedazos a tu amigo alienígena.
Una vez más, a Maia se le partió el corazón. Sin embargo, esta vez pudo sonreír amargamente. El bueno de Brod , pensó. Era la cosa más romántica que jamás le había dicho nadie.
Leie y yo esperamos fuera mientras las monjas—médico te operaban (ése es el grupo que aún no comprendo de dónde salió, ni por qué. ¿Las llamaste tú?). Mientras tanto, hubo muchas preguntas. Mucha gente insistía en oír lo que todo el mundo sabía, aunque eso significaba repetirlo una y otra vez. La historia siguió desvelándose, poco a poco, mientras que continuamente llegaban más barcos y zeps.
¡Oh, demonios! Me llaman otra vez, así que esto tendrá que ser todo por ahora. Te escribiré más adelante. Mejora pronto, Maia. ¡Te necesitamos, como de costumbre, para descubrir qué tenemos que hacer!
Con calor invernal, tu amigo y compañero,
BROD
Había una posdata con otra letra: unos garabatos zurdos que Maia reconoció al instante.
Hola, hermanita:
Ya me conoces. Escribo fatal. Recuerda que somos un equipo. Te alcanzaré, dondequiera que te lleven. Cuenta con ello. Con amor,
L.
Maia releyó los últimos párrafos, y luego dobló la carta y la guardó bajo la almohada. Se dio la vuelta, para apartarse de la suave luz, y se quedó dormida. Esta vez sus sueños, aunque dolorosos, fueron menos desconsolados y solitarios.
Cuando al día siguiente la subieron a cubierta en silla de ruedas para que tomara un poco el sol, Maia descubrió que no era la única pasajera convaleciente a bordo. Media docena de mujeres vendadas yacían en diversos estados de mejoría, bajo la vigilancia de un par de milicianas. La joven clon de Naroin (se llamaba Hullin) le dijo que otras descansaban abajo, demasiado enfermas para poder ser trasladadas.
Los hombres heridos viajaban por separado, naturalmente, a bordo del León Marino , que podía verse siguiendo un rumbo paralelo, tan esbelto y poderoso que casi mantenía el ritmo de esta veloz fragata. Hullin no pudo darle ninguna información sobre qué miembros de la tripulación del Manitú habían sobrevivido al combate en el Santuario Jellicoe, aunque prometió averiguarlo. Sabía que no eran muchos. Las doctoras, inexpertas en el tratamiento de las heridas de bala, habían perdido a varios en la mesa de operaciones.
Esa noticia hizo que Maia se quedara contemplando el agua azul, deprimida, hasta que una presencia se situó a su lado.
—Hola, virgie… Me alegro de verte.
La voz era una sombra de su melifluo y persuasivo tono de antes. La piel casi negra de la líder rad tenía ahora un aspecto manchado, casi pálido por la enfermedad y la anemia.
—Ése no es mi nombre —le contestó Maia a Kiel—. Y el resto no es de tu incumbencia. Nunca lo fue.
Kiel asintió, aceptando la reprimenda.
—Hola pues, Maia.
—Hola. —Haciendo una pausa, Maia lamentó su dura respuesta—. Me alegra ver que lo conseguiste.
—Mm. Lo mismo digo. Dicen que la supervivencia es la única lisonja de la Naturaleza. Supongo que es cierto, incluso para prisioneras como nosotras.
Maia no estaba de humor para filosofías amargas, y demostró lo que sentía guardando silencio.
Con un pesado suspiro, Kiel se alejó unos pasos, dejándola contemplar en paz el océano. Sabía que había preguntas que sin duda tendría que hacer. Tal vez lo hiciera dentro de poco. Pero en aquel preciso momento su mente permaneció rígida, como su cuerpo, demasiado inflexible para rápidos cambios de inercia.
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