Isaac Asimov - Anochecer

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Anochecer: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Kalgash está al borde del caos, pero solo unas pocas personas se han dado cuenta de ello. Kalgash conoce únicamente la luz diurna perpetua, pues durante más de dos milenios la combinación de sus seis soles ha iluminado el cielo. Sin embargo, ahora empieza a reinar la oscuridad. Pronto se pondrán todos los soles, y el terrible esplendor del anochecer desencadenará una locura que marcará el final de la civilización. Anochecer , novela basada en un relato escrito por Asimov en 1941, permite al lector experimentar el cataclismo que sobrevendrá sobre Kalgash a través de los ojos de un periodista, un astrónomo, un arqueólogo, un psicólogo y un fanático religioso.

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Ella le miró llanamente.

—Hay pruebas arqueológicas de eso también. Del extenso deterioro mental, quiero decir.

—¿De veras?

—Los textos de las tablillas. Que hemos terminado de descifrar esta misma mañana de acuerdo con los datos filológicos proporcionados por los Apóstoles de la Llama…

Theremon se echó a reír a carcajadas.

—¡Los Apóstoles de la Llama! ¡Maravilloso! ¡Así que usted es un Apóstol también! Qué vergüenza, Siferra. Una mujer con una figura como la suya, y a partir de ahora tendrá que ocultarse dentro de uno de esos horribles hábitos informes…

—¡Oh! —exclamó ella, refrenando un enrojecido estallido de furia y odio—. ¿No sabe hacer usted ninguna otra cosa excepto burlarse? ¿Tan convencido está de su propia rectitud que incluso cuando está mirando directamente la verdad todo lo que puede hacer es dejar escapar alguna lamentable broma de mal gusto? Oh…, usted…, es imposible…

Giró en redondo y se encaminó rápidamente hacia el otro extremo de la habitación.

—Siferra… Siferra, espere…

Ella le ignoró. Su corazón latía con furia. Se daba cuenta ahora de que había sido un terrible error haber invitado a alguien como Theremon a estar allí la tarde del eclipse. Un error, de hecho, haber tenido incluso nada que ver con él. Era culpa de Beenay, pensó. Todo era culpa de Beenay.

Al fin y al cabo, era Beenay quien le había presentado a Theremon, aquel día en el club de la facultad, hacía varios meses. Al parecer el periodista y el joven astrónomo se conocían desde hacía tiempo, y Theremon consultaba regularmente a Beenay sobre asuntos científicos que eran noticia.

Lo que era noticia justo entonces era la predicción de Mondior 71 de que el mundo terminaría el 19 de theptar…, que por aquel entonces estaba aproximadamente a un año en el futuro. Por supuesto, nadie en la universidad tenía a Mondior y a sus Apóstoles en ningún tipo de consideración, pero fue aproximadamente en el mismo momento cuando vino Beenay con sus observaciones de las aparentes irregularidades en la órbita de Kalgash, y Siferra informó de sus hallazgos de incendios a intervalos de 2.000 años en la Colina de Thombo. Ambos descubrimientos, por supuesto, tenían la desalentadora cualidad de reforzar la plausibilidad de las creencias de los Apóstoles.

Theremon había parecido saberlo todo acerca del trabajo de Siferra en Thombo. Cuando el periodista entró en el club de la facultad — Siferra y Beenay estaban ya allí, aunque no a causa de ninguna cita preestablecida—, Beenay simplemente tuvo que decir:

—Theremon, ésta es mi amiga la doctora Siferra, del Departamento de Arqueología.

Y Theremon respondió al instante:

—Oh, sí. Los poblados quemados uno encima del otro en esa antigua colina.

Siferra sonrió fríamente.

—¿Ha oído hablar de eso?

—Beenay me ha contado algo, sí. Por supuesto, me dijo que no podía publicar nada al respecto. ¡Fascinante! ¡Absolutamente fascinante! ¿Cuál es la edad del inferior, diría usted? ¿Cincuenta mil años?

—Más bien doce o catorce —rectificó Siferra—. Lo cual es inmensamente viejo, cuando uno considera que Beklimot…, ¿conoce Beklimot, ¿verdad?…, que Beklimot tiene tan sólo veinte siglos de antigüedad, y hasta ahora se ha pensado que era el asentamiento más antiguo en Kalgash. Tiene intención de escribir algo acerca de mis hallazgos, ¿verdad?

—En realidad, no era ésa mi intención. Le repito, le di a Beenay mi palabra. Además, parecía un poco abstracto para los lectores del Crónica, un poco remoto para sus preocupaciones cotidianas. Pero ahora creo que hay una auténtica historia ahí. Si estuviera dispuesta usted a fijar una cita conmigo y proporcionarme los detalles…

—Prefiero que no — dijo Siferra con rapidez.

—¿El qué? ¿Fijar una cita? ¿O proporcionarme los detalles?

Su rápida y descarada respuesta le dio a toda la conversación una nueva luz para ella. Vio, con ligera irritación y leve sorpresa, que el periodista se mostraba de hecho atraído por ella. Entonces se dio cuenta, pensando en los últimos minutos, que Theremon debía de haberse estado preguntando todo el tiempo si había algo romántico entre ella y Beenay, puesto que los había encontrado a los dos sentados juntos en el club. Y al fin había decidido que no había nada, y de este modo se había decidido a ofrecer ese primer avance, ligeramente como un flirteo.

Bueno, ése era su problema, pensó Siferra.

Ella dijo, en un tono deliberadamente neutral:

—Todavía no he publicado mi trabajo en Thombo en las revistas científicas. Sería mejor que no apareciera nada en la Prensa general hasta que haya salido en la especializada.

—Entiendo. Pero, si le prometo que retendré el material hasta que usted lo haya hecho público, ¿estará dispuesta a proporcionarme su material con la anticipación suficiente?

—Bueno, yo…

Miró a Beenay. ¿Qué valía la promesa de un periodista después de todo?

Beenay dijo:

—Puedes confiar en Theremon. Ya te lo he dicho: es tan honorable como el que más, en lo que a su trabajo se refiere.

—Lo cual no es decir mucho —señaló Theremon, y se echó a reír—. Pero soy lo bastante consciente como para no quebrantar mi palabra en un asunto de prioridad científica de publicación. Si yo lanzara las campanas al vuelo sobre su historia, Beenay se ocuparía inmediatamente de que mi nombre se convirtiera en lodo en toda la universidad. Y dependo de mis contactos en la universidad para algunas de mis más interesantes columnas. Así que, ¿puedo contar con una entrevista con usted? ¿Digamos, pasado mañana?

Así fue como empezó.

Theremon fue muy persuasivo. Finalmente ella aceptó comer con él, y lentamente, arteramente, él le fue sacando todos los detalles de la excavación de Thombo. Después lo lamentó: esperó ver una estúpida y sensacional columna en el Crónica al día siguiente…, pero Theremon mantuvo su palabra y no publicó nada acerca de ella. Sin embargo, le pidió ver su laboratorio. De nuevo cedió ella, y él inspeccionó los mapas, las fotografías, las muestras de cenizas. Hizo algunas preguntas inteligentes.

—Ahora va a escribir sobre todo, ¿verdad? —preguntó nerviosamente ella—. Ahora que ya lo ha visto todo.

—Le prometí que no lo haría. Y hablaba en serio. Aunque, en el momento en que usted me diga que ha arreglado las cosas para publicar sus hallazgos en uno de los periódicos científicos, me consideraré libre de contarlo todo apenas aparezcan. ¿Qué diría usted de cenar juntos en el Club de los Seis Soles mañana por la tarde?

—Bueno, yo…

—¿O pasado mañana?

Siferra raras veces iba a lugares como los Seis Soles. Odiaba proporcionar a alguien la falsa impresión de que estaba interesada en los enredos sociales.

Pero no resultaba fácil decirle no a Theremon. Gentilmente, alegremente, hábilmente, él maniobró hasta situarla en una posición en la que no pudo eludir una cita…, para dentro de diez días. Bueno, ¿y qué?, se dijo. Era un hombre atractivo. Podía aprovechar un cambio de ritmo del intenso agobio de su trabajo. Se reunió con él en los Seis Soles, donde todo el mundo parecía conocerle. Tomaron unas copas, cenaron, un espléndido vino de la provincia Thamiana. Él llevó la conversación hacia este lado y aquel otro, muy hábilmente: un poco acerca de la vida de ella, su fascinación por la arqueología, sus excavaciones en Beklimot. Descubrió que ella no se había casado nunca y nunca se había interesado en hacerlo. Hablaron de los Apóstoles, de sus locas profecías, de la sorprendente relación de sus hallazgos en Thombo con las afirmaciones de Mondior. Todo lo que él dijo estuvo lleno de tacto, percepción, interés. Se mostró muy encantador…, y también muy manipulador, pensó.

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