—Lamento que tus tablillas han desaparecido, Siferra —dijo Beenay—. Pero quizá todavía haya una posibilidad de que los Apóstoles no las hayan robado. Que aparezcan en alguna parte.
—No cuento con eso —dijo Siferra. Y sonrió pesarosa, y se volvió para contemplar el cada vez más oscuro cielo.
Lo mejor que podía hacer para consolarse era adoptar el punto de vista de Athor: que el mundo terminaría dentro de poco de todos modos, y nada importaba ya mucho. Pero era un triste consuelo. Luchó interiormente contra ese abogado de la desesperación. Lo importante era seguir pensando en el día de pasado mañana…, en la supervivencia, la reconstrucción, la lucha y la realización. No servía de nada hundirse en el desaliento como Athor, aceptar la caída de la humanidad, encogerse de hombros y abandonar toda esperanza.
Una aguda voz de tenor interrumpió bruscamente sus sombrías meditaciones.
—¡Hola, todo el mundo! ¡Hola, hola, hola!
—¡Sheerin! —exclamó Beenay—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Las regordetas mejillas del recién llegado se expandieron en una sonrisa complacida.
—¿Qué es esta atmósfera propia de depósito de cadáveres aquí dentro? Supongo que nadie habrá perdido el valor todavía.
Athor se sobresaltó, consternado, y dijo irritadamente:
—Sí, ¿qué hace usted aquí, Sheerin? Pensé que iba a quedarse en el Refugio.
Sheerin se echó a reír y dejó caer su rechoncha figura en una silla.
—¡Maldito sea el Refugio! El lugar me aburría. Quería estar aquí, donde las cosas están calientes. ¿Acaso no creen que también siento mi cuota de curiosidad? Después de todo, hice el trayecto del Túnel del Misterio. Puedo sobrevivir a otra dosis de Oscuridad. Y quiero ver esas Estrellas de las que los Apóstoles no han dejado de hablar. —Se frotó las manos y añadió, en un tono más sobrio—: Está helando fuera. Los vientos son suficientes como para que te cuelguen carámbanos de la nariz. Dovim no parece proporcionar ningún calor en absoluto, a la distancia a la que se halla esta tarde.
El director de pelo blanco rechinó los dientes en repentina exasperación.
—¿Por qué se ha salido de su camino para hacer una locura como ésta, Sheerin? ¿Qué tipo de bien puede hacer aquí?
—¿Qué tipo de bien puedo hacer en ninguna otra parte? —Sheerin abrió las manos en un gesto de cómica resignación—. Un psicólogo no vale una maldita mierda en el Santuario. No ahora. No hay nada que pueda hacer por ellos. Están todos cómodos y seguros, encerrados bajo tierra, sin nada de lo que preocuparse.
—¿Y si una multitud lo asalta durante la Oscuridad?
Sheerin se echó a reír.
—Dudo mucho que nadie que no sepa dónde está la entrada sea capaz de hallar el Santuario ni a plena luz del día, y no digamos cuando los soles hayan desaparecido. Pero si lo consiguen, bueno, lo que necesitarán entonces serán hombres de acción para defenderles. ¿Yo? Soy cincuenta kilos demasiado pesado para eso. Así que, ¿por qué debería agazaparme ahí abajo con ellos? Prefiero estar aquí.
Siferra sintió que su espíritu se elevaba al oír las palabras de Sheerin. Ella también había decidido pasar la tarde de Oscuridad en el observatorio antes que en el Refugio. Quizá fuese mera jactancia, tal vez estúpido exceso de confianza, pero estaba segura de que podría resistir las horas del eclipse e incluso la llegada de las Estrellas, si había algo de verdad en esa parte del mito y conservar su cordura. Y, así, había decidido no perderse la experiencia.
Ahora parecía que Sheerin, que no era ningún modelo de valentía, había adoptado el mismo enfoque. Lo cual podía significar que había decidido que el impacto de la Oscuridad no sería tan abrumador después de todo, pese a las hoscas predicciones que había estado haciendo durante meses. Había oído sus historias sobre el Túnel del Misterio y los estragos que había provocado, incluso en el propio Sheerin. Sin embargo, ahí estaba. Debía de haber llegado a la conclusión de que la gente, alguna al menos, demostraría ser en definitiva mucho más resistente de lo que había esperado antes.
O tal vez sólo se estaba volviendo temerario. Quizá prefería perder la razón en un rápido estallido aquella tarde, pensó Siferra, que seguir cuerdo y tener que enfrentarse con los innumerables y quizás insuperables problemas de los difíciles tiempos que se avecinaban…
No. No. Estaba cayendo de nuevo en un morboso pesimismo. Apartó el pensamiento de su cabeza.
—¡Sheerin! —Era Theremon, que cruzaba la habitación para saludar al psicólogo—. ¿Me recuerda? ¿Theremon 762?
—Por supuesto que le recuerdo, Theremon —dijo Sheerin. Le tendió la mano—. Dios, amigo mío, se ha mostrado usted un tanto rudo con nosotros últimamente, ¿no cree? Pero esta tarde lo pasado, pasado está.
—Desearía que él hubiera pasado —murmuró Siferra casi para sí misma. Frunció disgustada el ceño y se apartó unos pasos.
Theremon estrechó la mano de Sheerin.
—¿Qué es ese Refugio en el que se supone que tenía que estar usted? He oído hablar algo sobre él aquí esta tarde, pero no tengo una idea exacta de qué es.
—Bueno —dijo Sheerin—, hemos conseguido convencer al menos a unas cuantas personas de la validez de nuestra profecía sobre, hum…, la condenación de la Humanidad, para ser espectaculares al respecto, y esas pocas personas han tomado algunas medidas. Son principalmente familiares directos del personal del observatorio, algunos miembros de las facultades de la Universidad de Saro, y unos pocos de fuera. Mi compañera Liliath 221 está allí en este momento, de hecho, y supongo que yo debería estar también, si no fuera por mi infernal curiosidad. Contándolos todos, hay allí como unas trescientas personas.
—Entiendo. Se supone que permanecerán ocultos allí donde la Oscuridad y las, esto, las Estrellas, no puedan alcanzarles, y resistirán mientras el resto del mundo hace puf.
—Exacto. Los Apóstoles tienen también algún tipo de escondite propio, ¿sabe? No estamos seguros de cuánta gente hay en él…, sólo unos cuantos, si tenemos suerte, pero lo más probable es que tengan a miles de personas apiñadas allí. Que luego saldrán y heredarán el mundo después de la Oscuridad.
—¿Así que se supone que el grupo de la universidad está calculado para contrarrestar eso?
Sheerin asintió.
—Si es posible. No va a resultar fácil. Con casi toda la Humanidad loca, con las grandes ciudades en llamas, con quizás una gran horda de Apóstoles imponiendo su tipo de orden sobre lo que quede del mundo…, no, va a resultarles difícil sobrevivir. Pero al menos tienen comida, agua, refugio, armas…
—Tienen mucho más —dijo Athor—. Tienen todos nuestros registros, excepto los que recojamos hoy. Esos registros serán de importancia capital para el próximo ciclo, y eso es lo que debe sobrevivir. El resto puede irse al diablo.
Theremon dejó escapar un largo y bajo silbido.
—¡Entonces, están ustedes completamente seguros de que todo lo que han predicho va a producirse precisamente tal como dicen!
—¿Qué otra posición podemos tomar? —preguntó roncamente Siferra—. Una vez vimos que el desastre llegaría de forma inevitable…
—Sí —dijo el periodista—. Tuvieron que hacer preparativos. Porque se hallaban en posesión de la Verdad. Del mismo modo que los Apóstoles de la Llama se hallan en posesión de la Verdad. Desearía poder estar la mitad de seguro de algo de lo que lo están ustedes, poseedores de la Verdad, esta tarde.
Ella le miró con ojos llameantes.
—¡Desearía que usted pudiera estar ahí fuera esta tarde, vagando por las calles en llamas! Pero no…, ¡no, usted estará seguro aquí dentro! ¡Es más de lo que se merece!
Читать дальше