Isaac Asimov - Anochecer

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Anochecer: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Kalgash está al borde del caos, pero solo unas pocas personas se han dado cuenta de ello. Kalgash conoce únicamente la luz diurna perpetua, pues durante más de dos milenios la combinación de sus seis soles ha iluminado el cielo. Sin embargo, ahora empieza a reinar la oscuridad. Pronto se pondrán todos los soles, y el terrible esplendor del anochecer desencadenará una locura que marcará el final de la civilización. Anochecer , novela basada en un relato escrito por Asimov en 1941, permite al lector experimentar el cataclismo que sobrevendrá sobre Kalgash a través de los ojos de un periodista, un astrónomo, un arqueólogo, un psicólogo y un fanático religioso.

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Athor miró indiferente al columnista. Los cinco minutos ya casi habían pasado.

—¿Y qué es lo que propone hacer usted para ayudar en esta situación?

—Bueno —dijo Theremon con una sonrisa—, lo que tengo en mente es esto: Empezando mañana, me pondré a su servicio como representante de relaciones públicas extraoficial. Con lo cual quiero decir que puedo intentar apaciguar las iras a las que va a tener que enfrentarse, de la misma forma que he intentado apaciguar la tensión que la nación ha estado experimentando…, a través del humor, a través del ridículo si es necesario. Lo sé, lo sé…, será difícil de soportar, lo admito, porque voy a tener que presentarles a todos como un puñado de farfullantes idiotas. Pero, si puedo conseguir que la gente se ría de ustedes, es posible que simplemente olviden ponerse furiosos. A cambio de eso, todo lo que pido es la exclusiva de cubrir la escena desde el observatorio esta tarde.

Athor guardó silencio. Beenay intervino:

—Señor, vale la pena tomarlo en consideración. Sé que hemos examinado todas las posibilidades, pero siempre hay una probabilidad de un millón a uno, mil millones a uno, de que exista un error en alguna parte en nuestra teoría o en nuestros cálculos. Y, si es así…

Los demás en la habitación estaban murmurando entre sí, y a Athor le sonó como murmullos de asentimiento. Por los dioses, ¿se estaba volviendo contra él todo el departamento? La expresión de Athor se convirtió en la de alguien que de pronto hallaba su boca llena de algo amargo y no sabía cómo librarse de ello.

—¿Permitir que se quede con nosotros a fin de que pueda ridiculizamos mejor mañana? ¿Cree usted que estoy realmente senil, joven?

—Pero ya le he explicado que el hecho de que yo esté aquí no va a significar ninguna diferencia —insistió Theremon—. Si hay un eclipse, si llega la Oscuridad, no esperen otra cosa que el tratamiento más reverente de mi parte, y toda la ayuda que pueda proporcionar en cualquier crisis que se presente. Y si después de todo no ocurre nada fuera de lo habitual, estoy dispuesto a ofrecerles mis servicios con la esperanza de protegerles, doctor Athor, contra la ira de los furiosos ciudadanos que…

—Por favor —dijo una nueva voz—. Deje que se quede, doctor Athor.

Athor miró a su alrededor. Siferra había entrado en la habitación sin que nadie se diera cuenta.

—Lamento llegar tarde. Hemos tenido un pequeño problema de último minuto en la oficina de Arqueología que ha alterado un poco las cosas y… —Él y Theremon intercambiaron sendas miradas. Siguió hablando a Athor—: Por favor, no se ofenda. Sé lo cruelmente que se ha burlado de nosotros. Pero le pedí que viniera aquí esta tarde para que pudiera comprobar de primera mano que realmente teníamos razón. Él…, es mi invitado, doctor.

Athor cerró los ojos un momento. ¡El invitado de Siferra! Eso ya era demasiado. ¿Por qué no invitar a Folimun también? ¿Por qué no a Mondior?

Pero había perdido el deseo de seguir discutiendo. El tiempo era cada vez más corto. Y, evidentemente a ninguno de los otros le importaba tener a Theremon allí durante el eclipse.

¿Por qué debería importarle a él?

¿Por qué debería importar nada, en estos momentos?

—De acuerdo —dijo resignadamente—. Quédese, si eso es lo que quiere. Pero le agradeceré que se contenga de interferir de ninguna manera con nuestro trabajo. ¿Ha entendido? Se mantendrá fuera de nuestro camino tanto como le sea posible. Y recuerde también que yo estoy a cargo de todas las actividades aquí, y que, pese a las opiniones que sobre mí ha expresado en su columna, sigo esperando toda la cooperación y todo el respeto…

21

Siferra cruzó la habitación hasta situarse al lado de Theremon y dijo en voz baja:

—No esperaba seriamente que viniera usted aquí esta tarde.

—¿Por qué no? La invitación era seria, ¿no?

—Por supuesto. Pero fue usted tan salvaje en sus burlas en todas esas columnas que escribió sobre nosotros…, tan cruel…

—Irresponsable es la palabra que utilizó usted —dijo Theremon. Ella enrojeció.

—Eso también. No imaginé que fuera usted capaz de mirar a Athor a los ojos después de todas esas horribles cosas que…

—Haré más que mirarle a los ojos, si resulta que sus macabras predicciones son exactas. Me pondré de rodillas ante él y le pediré humildemente perdón.

—¿Y si resulta que sus predicciones no son exactas?

—Entonces me necesitará —dijo Theremon—. Todos ustedes me necesitarán. Éste es el lugar donde debo estar esta tarde.

Siferra lanzó al periodista una mirada de sorpresa. Él siempre decía lo inesperado. Todavía no había conseguido comprenderle. Le desagradaba, por supuesto…, no hacía falta decir eso. Todo lo referente a él, su profesión, su forma de hablar, las ropas llamativas que usaba normalmente, le chocaban como cosas ostentosas y vulgares. Toda su personalidad era un símbolo, para ella, del crudo, tosco, deprimente, vulgar, repelente mundo más allá de los muros de la universidad que siempre había detestado.

Y sin embargo, y sin embargo, y sin embargo…

Había aspectos en este Theremon que habían conseguido ganar pese a todo su reacia admiración. Por una parte, era duro: absolutamente inmutable en su persecución de lo que fuera tras lo que iba. Podía apreciar eso. Era directo, incluso brusco: qué contraste con los tipos académicos, resbaladizos, manipulativos y perseguidores del poder, que pululaban a su alrededor en el campus. También era inteligente, no había ninguna duda al respecto, aunque había elegido dedicar su particular tipo de vigorosa e inquisitiva inteligencia a un campo trivial y carente de significado como era el periodismo. Y respetaba su robusto vigor físico: era alto y de aspecto recio y con una evidente buena salud. Siferra nunca había sentido demasiada estima hacia los débiles. Había tenido mucho cuidado de no ser ella uno.

En verdad, se dio cuenta —por improbable que fuera, por incómoda que la hiciera sentirse—, en cierto modo la atraía. ¿Una atracción de polos opuestos?, pensó. Sí, sí, ésa era una forma bastante exacta de decirlo. Pero no enteramente. Debajo de las diferencias superficiales, sabía Siferra, tenía más cosas en común con Theremon de las que estaba dispuesta a admitir.

Miró intranquila hacia la ventana.

—Se está haciendo oscuro ahí fuera —dijo—. Más oscuro de lo que nunca había visto antes.

—¿Asustada? — preguntó Theremon.

—¿De la Oscuridad? No, realmente no. Pero estoy asustada de lo que va a ocurrir después de ella. Usted también debería de estarlo.

—Lo que va a ocurrir después —dijo él— es la salida de Onos, y supongo que Trey y Patru brillarán también, y todo volverá a ser como era antes.

—Suena usted muy seguro de ello.

Theremon se echó a reír.

—Onos ha salido cada mañana de mi vida. ¿Por qué no debería estar seguro de que lo hará mañana?

Siferra agitó la cabeza. El hombre empezaba a irritarla de nuevo con su testarudez. Resultaba difícil de creer que hacía unos momentos se había estado diciendo a sí misma que lo hallaba atractivo.

—Onos saldrá mañana —dijo fríamente—. Y contemplará una escena de devastación que una persona de su limitada imaginación es evidentemente incapaz de anticipar.

—¿Todo presa del fuego, quiere decir? ¿Y todo el mundo vagando de un lado para otro, balbuceando y farfullando mientras la ciudad arde?

—Las pruebas arqueológicas indican…

—Fuegos, sí. Holocaustos repetidos. Pero sólo en un pequeño emplazamiento, a miles de kilómetros de aquí y a miles de años de distancia en el pasado. —Los ojos de Theremon llamearon con repentina vitalidad—. ¿Y dónde están sus pruebas arqueológicas de los estallidos de locura masiva? ¿Extrapola usted a partir de todos esos fuegos? ¿Cómo puede estar segura de que ésos no fueron fuegos puramente rituales, encendidos por hombres y mujeres perfectamente cuerdos con la esperanza de que trajeran a los soles de vuelta y desvanecieran la Oscuridad? ¿Fuegos que se les escaparon cada vez de las manos y causaron unos daños mayores de los calculados, cierto, pero que de ninguna forma pueden relacionarse a un deterioro mental por parte de la población?

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