Isaac Asimov - Anochecer

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El planeta Kalgash está al borde del caos, pero solo unas pocas personas se han dado cuenta de ello. Kalgash conoce únicamente la luz diurna perpetua, pues durante más de dos milenios la combinación de sus seis soles ha iluminado el cielo. Sin embargo, ahora empieza a reinar la oscuridad. Pronto se pondrán todos los soles, y el terrible esplendor del anochecer desencadenará una locura que marcará el final de la civilización. Anochecer , novela basada en un relato escrito por Asimov en 1941, permite al lector experimentar el cataclismo que sobrevendrá sobre Kalgash a través de los ojos de un periodista, un astrónomo, un arqueólogo, un psicólogo y un fanático religioso.

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Pero entonces se produjo el discurso de Mondior 71 el 13 de umilithar, en el cual el Sumo Apóstol declaró orgullosamente que el más grande científico del mundo había dado su apoyo a la palabra del Libro de las Revelaciones.

—La voz de la ciencia es ahora una con la voz del Cielo —exclamó Mondior—. Os pido encarecidamente a todos: no pongáis más esperanzas en los milagros y en los sueños. Lo que deba venir vendrá. Nada puede salvar al mundo de la ira de los dioses, nada excepto la voluntad de abandonar el pecado, de renunciar al mal, de dedicarnos al camino de la virtud y de la honradez.

La retumbante declaración de Mondior empujó a Theremon fuera de su neutralidad. Por lealtad a la amistad de Beenay se había permitido tomarse la hipótesis del eclipse más o menos en serio durante un tiempo. Pero ahora empezó a verla como una mera estupidez…, un puñado de ansiosos y alucinados científicos engañados en su propio entusiasmo por un montón de pruebas circunstanciales y razonando a partir de la mera coincidencia, dispuestos a engañarse a sí mismos y creer a pies juntillas en las proclamaciones de la más absurda y loca creencia.

Al día siguiente, la columna de Theremon se interrogaba: «¿Se preguntan ustedes cómo han conseguido los Apóstoles de la Llama ganarse a Athor 77 como converso? De entre todo el mundo, el gran viejo astrónomo parece el menos capaz de alinearse con esos encapuchados proveedores de frases rimbombantes y abracadabras y prestarles su apoyo. ¿Consiguió el encanto de algún Apóstol de lengua de plata hacer perder el buen sentido al gran científico? ¿O se trata simplemente, como he oído susurrar detrás de las paredes cubiertas de hiedra de la Universidad de Saro, de que la edad obligatoria para el retiro de todos los miembros de la facultad ha pasado para él hace ya unos cuantos años?»

Y eso fue sólo el principio.

Theremon veía qué papel tenía que representar ahora. Si la gente empezaba a tomarse en serio eso del eclipse, se producirían crisis mentales por todas partes incluso sin la llegada de la Oscuridad general para desencadenarlas.

Si se dejaba que todo el mundo creyera realmente que la condenación llegaría con la tarde del 19 de theptar, el pánico se iniciaría en las calles mucho antes que eso, una histeria universal, el colapso de la ley y el orden, un prolongado período de inestabilidad general y aprensión y trastornos…, todo ello seguido por sólo los dioses sabían qué tipo de trastornos emocionales cuando el temido día llegara y se fuera sin producir daño alguno. Su misión tenía que ser deshinchar el miedo al Anochecer, a la Oscuridad, al Día del Juicio, atravesándolo con la afilada lanza de la risa.

Así, cuando Mondior retumbó ferozmente que la venganza de los dioses estaba en camino, Theremon 762 respondió con despreocupadas viñetas de cómo sería el mundo si los Apóstoles conseguían «reformar» la sociedad tal como ellos deseaban…, gente yendo a la playa con trajes de baño hasta los tobillos, largas sesiones de plegarias entre cada asomo de acción en los acontecimientos deportivos, todos los grandes libros y obras clásicas y dramas reescritos para eliminar el más ligero asomo de impiedad.

Y cuando Athor y su grupo dieron a la luz pública diagramas que mostraban los movimientos del nunca visto y al parecer no visible Kalgash Dos a través del cielo en dirección a su sombría cita con la pálida luz roja de Dovim, Theremon hizo condescendientes observaciones sobre dragones, gigantes invisibles y otros monstruos mitológicos cabrioleando en el cielo.

Cuando Mondior agitó la autoridad científica de Athor 77 en torno a él como un argumento que demostraba el apoyo secular de las enseñanzas de los Apóstoles, Theremon respondió preguntando lo en serio que uno podía tomarse la autoridad científica de Athor 77 ahora que a todas luces estaba tan trastornado como el propio Mondior.

Cuando Athor pidió un programa de emergencia de almacenamiento de comida, información científica y técnica y todo lo demás que pudiera ser necesario para la Humanidad después de que estallara la locura general, Theremon sugirió que en algunas partes la locura general ya había estallado, y proporcionó su propia lista de artículos esenciales para que todo el mundo guardara en su sótano («abrelatas, tachuelas, copias de la tabla de multiplicar, cartas de juego… No olviden escribir su nombre en una tarjeta y atarla alrededor de su muñeca derecha, en caso de que no lo recuerden después de la llegada de la Oscuridad…, y aten una tarjeta a su muñeca izquierda que diga: Para averiguar su nombre, vea su otra muñeca…»).

Cuando Theremon hubo terminado de machacar con su columna, resultó difícil a sus lectores decidir qué grupo era más absurdo: si los apocalípticos fenómenos de los Apóstoles de la Llama o los patéticos y crédulos observadores del cielo del observatorio de la Universidad de Saro. Pero una cosa era segura: gracias a Theremon, casi ningún miembro del público en general creía que nada extraordinario fuera a ocurrir en la tarde del 19 de theptar.

20

Athor adelantó un beligerante labio inferior y miró furioso al hombre del Crónica. Sólo con un supremo esfuerzo consiguió dominarse.

—¿Usted aquí? ¿Pese a todo lo que dije? ¡De todas las audacias…!

La mano de Theremon estaba extendida en un saludo como si realmente hubiera esperado que Athor la aceptara. Pero al cabo de un momento la bajó y se quedó allí de pie, contemplando al director del observatorio con una sorprendente despreocupación.

Con la voz temblando con una apenas controlada emoción, Athor dijo:

—Exhibe usted una maldita osadía, señor, viniendo aquí esta tarde. Me sorprende que se atreva a mostrarse entre nosotros.

En un rincón de la habitación, Beenay se pasó nervioso la lengua por los labios e intervino con voz trémula:

—Bueno, señor, después de todo…

—¿Tú le invitaste a entrar? ¿Cuándo sabías que había prohibido expresamente…?

—Señor, yo…

—Fue la doctora Siferra —dijo Theremon—. Ella me pidió encarecidamente que viniera. Estoy aquí invitado por ella.

—¿Siferra? ¿Siferra? Dudo mucho eso. Ella me dijo hace tan sólo unas semanas que cree que es usted un loco irresponsable. Habló de usted del modo más duro posible. —Athor miró a su alrededor—. Por cierto, ¿dónde está? Se suponía que debía estar aquí, ¿no? —No hubo ninguna respuesta. Athor se volvió a Beenay y dijo—: Tú eres el que ha dejado entrar a este periodista, Beenay. Me siento absolutamente asombrado de que hayas hecho algo así. Éste no es el momento para insubordinaciones. El observatorio está cerrado a los periodistas esta tarde. Y está cerrado indefinidamente para este periodista en particular. Sácalo de aquí de inmediato.

—Director Athor —dijo Theremon—, si me permite tan sólo explicar que mis razones para…

—No creo, joven, que nada de lo que usted pueda decir ahora haga mucho por contrarrestar sus insufribles columnas diarias de estos últimos dos meses. Ha lanzado usted una enorme campaña periodística contra los esfuerzos de mis colegas y de mí mismo de organizar el mundo contra la amenaza que está a punto de abrumarnos. Ha hecho usted todo lo posible con sus ataques personales para conseguir que el personal de este observatorio se convierta en un objeto de ridículo.

Alzó el ejemplar del Crónica de Ciudad de Saro de encima de la mesa y lo agitó furioso hacia Theremon.

—Incluso una persona de su bien conocido atrevimiento hubiera debido vacilar antes de acudir a mí con la petición de que se le permitiera cubrir los acontecimientos de hoy para su periódico. De entre todos los periodistas…, ¡usted!

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