Robert Silverberg - Estación Hawksbill

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - Estación Hawksbill» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2000, ISBN: 2000, Издательство: Plaza y Janés, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Estación Hawksbill: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Estación Hawksbill»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En las primeras décadas del siglo XXI se instala en Estados Unidos un gobierno autoritario que secuestra a los disidentes y los mete en la cárcel secreta de mayor seguridad de todos los tiempos: el pasado remoto. Usando una nueva tecnología que permite trasladar objetos y seres vivos por el tiempo, las autoridades crean en el período cámbrico, a mil millones de años de nosotros, la Estación Hawksbill, una penitenciaría sin rejas pero cercada por un paisaje rocoso, inhóspito y monótono, y por mares en los que abundan primitivas formas de vida. En ese mundo gris, lo único que anima a los presos es la llegada de nuevos compañeros con noticias de un futuro cada vez más borroso y lejano.

Estación Hawksbill — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Estación Hawksbill», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Hahn no estaba. No estaba en ninguna parte. Por supuesto, había suficientes sitios en esos cuartos donde Hahn hubiera podido ocultarse. Quizá estaba sentado en el refrigerador, encima de un montón de trilobites gélidos. Quizá estaba debajo de todas las cosas que guardaban en la sala de juego. Quizá estaba en el armario de los medicamentos.

Pero Barrett dudaba de que Hahn estuviera en el edificio. Lo más probable era que estuviera dando un paseo taciturno por la orilla del mar y no hubiera pisado ese sitio desde anoche. Lo más probable era que todo ese episodio fuera sólo una fantasía febril de Latimer. Sabiendo que Barrett estaba preocupado por el interés de Hahn en el Martillo, Latimer y Altman se habían aliado para imaginar que lo habían visto husmeando por allí, y habían terminado convenciéndose de su propia historia.

Barrett acabó de recorrer el pasillo circular del edificio y se encontró de nuevo en la entrada principal. Latimer seguía montando guardia allí. Lo acompañaba ahora un soñoliento Quesada con la cara magullada e hinchada por la batalla con Valdosto.

Altman, pálido y tembloroso, estaba delante de la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Quesada.

—No lo sé muy bien —dijo Barrett—. Don y Ned tuvieron la impresión de que habían visto a Lew Hahn merodeando cerca del equipo para viajar por el tiempo. He registrado todo el edificio y no parece estar aquí, así que quizá hayan cometido algún error. Te sugiero que lleves a los dos a la enfermería y les inyectes algo para calmarles los nervios mientras yo voy á dormir un rato.

Latimer, con un hilo de voz, dijo:

—Te juro que lo vi…

—¡Calla! —lo interrumpió Altman—. ¡Escucha! ¡Escucha! ¿Qué es ese ruido?

Barrett escuchó. El sonido era ahora claro: el aullido sibilante de la ionización. Era el sonido producido por un Campo de Hawksbill funcionando. De repente se le puso carne de gallina.

—El Campo está encendido —dijo en voz baja—. Quizá nos lleguen algunos suministros.

—¿A está hora? —dijo Latimer.

—No sabemos qué hora será Arriba. Quiero que todos os quedéis aquí. Yo iré a ver qué pasa con el Martillo.

—Quizá debiera acompañarte, Jim —sugirió Que— ` sada con amabilidad.

—¡Quedaos aquí! tronó Barrett. Después calló, avergonzado de esa muestra de cólera explosiva. Nervios. Nervios. Bajando la voz, agregó—: Con que vaya uno de nosotros a ver qué pasa, es suficiente. No os mováis. Vuelvo enseguida.

Sin esperar a oír más opiniones en contra, Barrett dio media vuelta y se alejó cojeando hacia la sala del Martillo. Abrió la puerta con el hombro y se asomó. No necesitaba encender la luz. La incandescencia intensamente roja del Campo de Hawksbill iluminaba todo. —

Se quedó por el lado de dentro de la puerta. Casi sin atreverse a respirar, clavó la mirada en la masa metálica del Martillo, observando el juego de colores contra los ejes y las barras de potencia y los fusibles. El resplandor del Campo se intensificó, y pasó por varios tonos de rosa hacia el carmesí antes de extenderse y envolver el Yunque. Pasó un momento interminable.

Entonces se oyó el trueno implosivo, y Lew Hahn salió de la nada y se quedó un momento acostado en la ancha placa del Yunque, atontado por el choque temporal.

13

Habían arrestado a Barrett en un espléndido día de octubre de 2006, cuando las hojas estaban secas y amarillentas, cuando el aire era claro y fresco, cuando el cielo despejado y azul parecía reflejar toda la gloria del otoño. Ese día estaba en Boston, como el día que, una decena de años antes, habían arrestado a Janet en su apartamento de Nueva York. Iba por la calle Boylston rumbo a una cita cuando dos jóvenes ágiles con traje de calle gris neutro acompasaron su paso al suyo durante unos cinco metros y se acercaron para flanquearlo.

—¿James Edward Barrett? —dijo el de la izquierda. —Sí.

¿Para qué fingir?

—Nos gustaría que nos acompañaras —dijo el de la derecha.

—Por favor, no intentes usar la violencia —dijo su compañero—. Será mejor para todos. Especialmente para ti.

—No crearé ningún problema —dijo Barrett. Tenían un coche estacionado en la esquina. Sin apartarse de él en ningún momento, lo guiaron hasta el coche y lo metieron dentro. Cuando cerraron las puertas, no las trabaron manualmente sino con aparato de radio.

—¿Puedo hacer una llamada telefónica? —preguntó Barrett.

—No. Lo siento.

El agente que iba sentado a su izquierda sacó un desmagnetizador y rápidamente anuló cualquier dispositivo de grabación que pudiera llevar Barrett. El agente de la derecha comprobó si llevaba instrumentos de comunicación y le encontró el teléfono montado sobre la oreja y hábilmente se lo sacó. Bloquearon a Barrett con un campo inhibidor de microondas que le dejaba bastante libertad para bostezar o desperezarse pero no para tocar a los agentes que iban a su lado. El coche se alejó de la acera.

—Parece que al fin me ha tocado —dijo Barrett—. Llevo esperándolo tantos años que ya empezaba a creer que no me ocurriría nunca.

—Tarde o temprano ocurre —dijo el de la izquierda. —A todos los que estáis en esto —dijo el de la derecha—. Sólo es cuestión de tiempo.

Tiempo. Sí. En 1985, 1986, 1987, los primeros años en el movimiento de resistencia, un Jim Barrett adolescente había esperado constantemente el arresto. El arresto o algo peor: un rayo láser que salía de la nada y le perforaba la calavera. En esos años veía el nuevo gobierno como algo omnisciente y amenazador, y se consideraba en peligro constante. Pero los arrestos habían sido pocos, y con el tiempo Barrett se había ido al otro extremo, convencido ya de que la policía secreta no lo tocaría nunca. Hasta se había convencido de que habían tomado la decisión de no molestarlo, que el régimen no lo detenía para mostrar su tolerancia hacia los disidentes. Cuando el canciller Dantell reemplazó al canciller Arnold, Barrett perdió parte de aquella ingenua confianza en la gracia personal. Pero en realidad no había considerado en serio la posibilidad del arresto hasta el día que se llevaron a Janet. Uno no cree que pueda ser golpeado por un rayo hasta que ve cómo mata al que está al lado. Y después de eso espera siempre que los cielos se vuelvan a abrir cada vez que aparece una nube.

Había habido arrestos durante el período duro de mediados de la década de los noventa, pero a él nunca lo habían buscado para interrogarlo. Con el tiempo llegó a pensar de nuevo que era inmune. Después de veinte años conviviendo de manera intermitente con la idea del arresto, Barrett había relegado esa posibilidad a un rincón de la mente y se había desentendido del asunto. Y ahora habían ido finalmente a buscarlo.

Buscó en el alma alguna reacción, y la única que encontró —alivio— lo sorprendió. La incertidumbre había terminado. También el duro trabajo. Ahora podría descansar.

Tenía treinta y ocho años. Era comandante supremo de la División Oriental del Frente Continental de Liberación. Desde la adolescencia había trabajado para provocar el derrocamiento del gobierno, dando un millón de pequeños pasos que no lo habían llevado a ninguna parte. De todos los que habían estado presentes en su primera reunión clandestina, aquel día de 1984, sólo quedaba él. Janet estaba desaparecida y probablemente muerta. Jack Bernstein, su mentor en temas revolucionarios, se había pasado alegremente al enemigo. Hacía pocos años había muerto Hawksbill, hinchado e hipotiroideo, a los cuarenta y tres. Decían que su trabajo sobre los viajes por el tiempo había sido un éxito. Había construido una máquina del tiempo que funcionaba y la había entregado al gobierno. Existía el rumor de que el gobierno hacía experimentos con la máquina, usando como sujetos a los prisioneros políticos. Barrett había oído que el viejo Pleyel había sido una de las personas usadas. Lo habían arrestado en marzo de 2005; y ahora nadie sabía dónde estaba. El arresto de Pleyel había dejado a Barrett al mando del sector, tanto en lo nominal como en la práctica, pero había esperado tener algo más de tiempo antes de que lo detuvieran también a él.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Estación Hawksbill»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Estación Hawksbill» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Robert Silverberg - He aquí el camino
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Rządy terroru
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Poznając smoka
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Old Man
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Nature of the Place
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Reality Trip
Robert Silverberg
Robert Silverberg - The Songs of Summer
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Stacja Hawksbilla
Robert Silverberg
Robert Silverberg - Hawksbill Station
Robert Silverberg
Robert Silverberg - El hombre estocástico
Robert Silverberg
Отзывы о книге «Estación Hawksbill»

Обсуждение, отзывы о книге «Estación Hawksbill» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x