Robert Silverberg - Estación Hawksbill

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En las primeras décadas del siglo XXI se instala en Estados Unidos un gobierno autoritario que secuestra a los disidentes y los mete en la cárcel secreta de mayor seguridad de todos los tiempos: el pasado remoto. Usando una nueva tecnología que permite trasladar objetos y seres vivos por el tiempo, las autoridades crean en el período cámbrico, a mil millones de años de nosotros, la Estación Hawksbill, una penitenciaría sin rejas pero cercada por un paisaje rocoso, inhóspito y monótono, y por mares en los que abundan primitivas formas de vida. En ese mundo gris, lo único que anima a los presos es la llegada de nuevos compañeros con noticias de un futuro cada vez más borroso y lejano.

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—Deja que los nombres vayan saliendo. Tengo aquí una declaración en la que se describe el grado de tus actividades contrarrevolucionarias.

—¿Contrarrevolucionarias?

—Sí. En contra de la obra permanente de los fundadores de La Revolución de 1984.

—Hace mucho tiempo que no oigo que nos llamen contrarrevolucionarios, Jack Jacob.

Jacob.

—Gracias. Leeré la declaración. Puedes corregirla si encuentras algún detalle incorrecto. Después tendrás que firmarla. —Abrió un largo documento y leyó una breve y seca descripción de la carrera de Barrett en el movimiento clandestino, básicamente exacta, desde aquella primera reunión en 1984 hasta el presente. Cuándo terminó, dijo—: ¿Tienes alguna sugerencia o crítica?

—No.

—Entonces fírmalo.

—En este momento mi coordinación muscular es pésima. No puedo sujétar una pluma. Creo que estuve demasiado tiempo en tu tanque.

—Entonces dicta una adhesión verbal a lo que declaras en la confesión. Grabaremos tu voz, que servirá perfectamente de prueba.

—No.

—¿Niegas que esto sea un resumen fiel de tu carrera?

—Invoco la Quinta Enmienda.

—El concepto de la Quinta Enmienda no existe —dijo Bernstein—. ¿Vas a admitir que has trabajado deliberadamente para derrocar al gobierno legalmente constituido de esta nación?

—¿No te da asco oír de tu boca palabras como las que estás diciendo, Jack?

—No lances un ataque personal contra mi integridad —dijo Bernstein sin levantar la voz—. No puedes entender los motivos que me llevaron a transferir mi lealtad del movimiento clandestino al gobierno, y no voy a hablar de eso contigo. Se te está interrogando a ti, no a mí.

—Espero que te toque pronto el turno.

—Dudo que alguna vez me toque.

—Cuando teníamos dieciséis años —dijo Barretthablabas de este gobierno como de lobos que se comían el mundo. Me advertiste que si no despertaba sería un esclavo más en un mundo lleno de esclavos. Y yo dije que prefería ser un esclavo vivo antes que subversivo muerto, ¿recuerdas? Y tú me insultaste por haber dicho eso. Ahora ahí estás, en el equipo de los lobos. Tú eres un esclavo vivo y yo voy a ser un subversivo muerto.

—Este gobierno ha renunciado a la pena capital —dijo Bernstein—. Yo no me considero lobo ni esclavo. Y con tus propias palabras justamente has demostrado la falacia de tratar de defender en la madurez las opiniones de la adolescencia.

—¿Qué quieres de mí, Jack?

—Dos cosas. La aceptación del resumen que acabo de leerte. Y tu cooperación para conseguir información sobre los líderes del Frente Continental de Liberación.

—Te olvidas de algo. También quieres que teIlame Jacob, Jacob.

Bernstein no sonrió.

—Si cooperas, puedo prometerte que este interrogatorio tendrá un final satisfactorio.

—¿Y si no coopero?

—No somos vengativos. Pero hacemos todo lo necesario para garantizar la seguridad de los ciudadanos sacando de su ambiente a los que amenazan la estabilidad nacional.

—Pero no matáis a la gente —dijo Barrett—. Demonios, cómo estarán de llenas a estas alturas vuestras cárceles. A menos que eso del viaje por el tiempo sea cierto.

Por primera vez pareció que hacía mella en la armadura impasible de Bernstein.

—¿Es cierto? —preguntó Barrett—. ¿Construyó Hawksbill una máquina que os permite lanzar prisioneros al pasado? ¿Estáis alimentando a los dinosaurios?

—Te daré otra oportunidad para responder a mis preguntas —dijo Bernstein, irritado—. Dime…

—Jack, me ha pasado algo curioso en este lugar de interrogatorios. Cuando la policía me detuvo aquel día en Boston, la verdad es que no me importó. Había perdido interés en La Revolución. Aquel día estaba tan poco comprometido como cuando tenía dieciséis años y tú me metiste en ese asunto. Había perdido mi fe en el proceso revolucionario. Había dejado de creer que algún día podríamos derrocar al gobierno, y veía que estaba haciendo todo por pura inercia, envejeciendo cada vez más, usando mi vida en un fútil sueño bolchevique, guardando las apariencias para no desalentar a los chicos del movimiento. Acababa de descubrir que mi vida estaba vacía. Por lo tanto ¿qué importaba que se me arrestara? Yo no era nada. Estoy seguro de que si me hubieras interrogado el primer día de prisión te habría contado todo lo que quieres saber, simplemente porque estaba demasiado aburrido para seguir resistiendo. Pero ahora llevo en este centro de interrogatorios seis meses, un año, quién sabe cuánto tiempo, y el efecto ha sido muy interesante. Vuelvo a ser testarudo. Entré aquí con poca voluntad, y tú me la has fortalecido hasta volverla más resistente que nunca. ¿No te parece interesante, Jack? Supongo que no quedas muy bien parado como interrogador, y lo lamento, pero creí que podría interesarte saber cómo me ha afectado este proceso.

—¿Estás pidiendo que te torturen, Jim?

—No pido nada. Sólo te cuento.

Llevaron a Barrett de vuelta al tanque. Como antes, no supo cuánto tiempo lo habían dejado allí, pero le pareció más largo que la primera vez, y al salir se sintió más débil. Durante las primeras tres horas después de salir, no pudieron interrogarlo porque no toleraba el ruido. Bernstein lo intentó, pero se rindió y esperó a que le mejorara el umbral del dolor. Barrett no cooperó. Bernstein estaba preocupado.

La próxima vez aplicaron una tortura física moderada a Barrett, que la soportó.

Bernstein trató de ser amigable. Le ofreció cigarrillos, quitó a Barrett la atadura magnética y le habló de los viejos tiempos. Discutieron las ideologías desde todos los ángulos. Se rieron juntos. Bromearon.

—Ahora ¿me vas a ayudar, Jim? —preguntó Bernstein—. Sólo quiero que respondas a unas pocas preguntas.

—No necesitas la información que yo pueda darte. Está todo en los archivos. Sólo buscas una capitulación simbólica. Bueno, voy a resistir eternamente. Te recomiendo que te rindas y me inicies un proceso.

—Tu proceso no puede empezar hasta que hayas firmado la declaración —dijo Bernstein.

—En ese caso tendrás que seguir interrogándome. Pero al final lo venció el aburrimiento. Estaba cansado de las inmersiones en el tanque, cansado de las luces brillantes, de las sondas electrónicas, de los choques subcutáneos, de las preguntas punzantes, cansado de la cara ojerosa de Bernstein mirando la suya. El proceso parecía la única salida. Barrett firmó el resumen que le presentó Bernstein. Entregó una lista de nombres de líderes del Frente Continental de Liberación. Los nombres eran imaginarios y Bernstein lo sabía; pero estaba satisfecho. Lo que buscaba era una apariencia de capitulación.

—Se te juzgará la semana próxima —dijo Bernstein. —Felicitaciones —dijo Barrett—. Hiciste un trabajo magistral para quebrar mi espíritu. Ahora estoy completamente derrotado. Tengo la voluntad por el suelo. Me he rendido en todos los aspectos. Eres un lujo para tu profesión… Jack.

La mirada que le dirigió Jacob Bernstein estaba cargada de ácido.

El proceso tuvo lugar en la fecha anunciada: Sin jurado, sin defensor, sólo un funcionario del gobierno sentando ante una serie de datos generados por un ordenador. La confesión de Barrett fue incluida en su prontuario. El propio Barrett agregó una declaración verbal. En el transcurso del proceso hubo que poner fecha a todos aquellos informes, y así Barrett se enteró de que estaban en el verano de 2008. Llevaba en el centro de interrogatorios veinte meses.

—El veredicto, como ya esperaba, fue de culpabilidad. James Edward Barrett, lo condenamos a cadena perpetua, que deberá cumplir en la Estación Hawksbill.

—¿Dónde?

No hubo respuesta. Lo sacaron de allí.

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