—En cierta forma fue una suerte —dijo Hollus—. Presumiblemente empezaron disparando al expositor que estábamos escaneando precisamente porque estaba abierto. Los escán estaban casi completos, así que al menos algunos de los especimenes se pueden recuperar. Haré que preparen reconstrucciones para vosotros.
Asentí, sabiendo que no importaba cuan realistas o precisas fuesen las reconstrucciones, nunca serían lo mismo que el original.
—Gracias.
—Es una pérdida terrible —dijo Hollus—. En ningún otro mundo he visto fósiles de esa calidad. Eran realmente muy…
Dejó de hablar en mitad de la frase, y el simulacro se quedó congelado, como si la Hollus real, la que se encontraba en órbita sincrónica a bordo de la nave nodriza, se hubiese distraído por algo que pasase al á.
—¿Hollus? —dije, sin preocuparme de verdad; probablemente uno de sus compañeros le estuviese haciendo una pregunta.
—Un momento —respondió, habiéndose activado de nuevo el simulacro. Oí unas canciones en la lengua forhilnor al comunicarse con alguien, y luego el simulacro volvió a congelarse.
Suspiré impaciente. Era peor que la llamada en espera: todavía tenía el maldito simulacro ocupando la mayor parte de la oficina. Cogí una revista de la mesa —el último New Scientist; el ejemplar del departamento iniciaba su circuito conmigo y luego iba descendiendo en el escalafón—. Apenas había abierto la portada cuando el avatar de Hollus empezó a moverse de nuevo.
—Noticias terribles —dijo, una palabra por cada boca, la voz extrañamente atenuada—. Yo… Dios mío, son noticias terribles.
Dejé caer la revista.
—¿Qué?
Los pedúnculos de Hollus se agitaban de un lado a otro.
—Nuestra nave nodriza no tiene que lidiar con la dispersión de luz por la atmósfera de tu planeta; incluso durante el día, los sensores de la Merelcas pueden ver las estrellas con claridad. Y una de esas estrellas…
Me incliné hacia delante.
—¿Sí? ¿Sí?
—Una de esas estrel as ha iniciado su conversión a… ¿cuál es la palabra? ¿Cuando una estrella masiva estal a?
—¿Una supernova? —dije.
—Sí.
—Guau —recordé el entusiasmo en el planetario en 1987 cuando Ian Shelton de la Universidad de Toronto descubrió la supernova en la Gran Nube de Magal anes—. Es genial.
—No es genial —dijo Hollus—. La estrella que ha iniciado su explosión es Alpha Orionis.
—¿Betelgeuse? —dije—. ¿Betelgeuse ha comenzado a convertirse en supernova?
—Exacto.
—¿Estás segura?
—No hay la más mínima duda —dijo la forhilnor, las dos voces sonando bastante temblorosas—. Ya brilla con un millón de veces su brillo normal, y la luminosidad se incrementa.
—Dios mío —dije—. Debería… debería telefonear a Donald Chen. Él sabrá a quién notificarlo. Hay una oficina central para telegramas astronómicos, o algo así… —Cogí el teléfono y marqué la extensión de Chen. Contestó a la tercera llamada; una más y me hubiese saltado su buzón de voz.
»Don —dije—, soy Tom Jericho. Hollus me acaba de contar que Betelgeuse acaba de convertirse en supernova.
Se produjo un silencio durante unos momentos.
—Betelgeuse es, «era», un buen candidato para convertirse en supernova —dijo—. Pero nadie sabía exactamente cuándo sucedería. —Una pausa, y luego, serio, como si acabase de comprender algo—: ¿Hollus dijo Betelgeuse? ¿Alpha Orionis?
—Sí.
—Mira, ¿es seguro? ¿Absolutamente seguro?
—Sí, dice que es seguro.
—Maldición —dijo Chen en el auricular del teléfono, pero no creo que en realidad me estuviese hablando a mí—. Maldición.
—¿Qué?—pregunté.
La voz de Chen sonaba tensa.
—He estado repasando los datos de supernovas que Hollus envió, especialmente los relativos a la emisión de rayos gamma. Para la última supernova, la de 1987, tenemos datos malísimos; se produjo antes de que tuviésemos un satélite especializado en observaciones de rayos gamma… Compton no voló hasta 1991. Los únicos datos de rayos gamma que tenemos para Supernova 1987A eran del satélite Solar Maximun Mission, y no se diseñó para observaciones extra-galácticas.
—¿Y?
—Así que la emisión de rayos gamma de una supernova es mucho mayor de lo que pensábamos; los datos de Hollus lo demuestran.
—¿Y? —dije—. ¿Qué significa todo eso? —Miré a Hollus, que se agitaba con extrema rapidez; nunca la había visto tan trastornada.
Chen dejó escapar un largo suspiro, el sonido retumbando en la línea telefónica.
—Significa que nuestra atmósfera se va a ionizar. Significa que la capa de ozono va a desaparecer. —Hizo una pausa—. Significa que todos vamos a morir.
Ricky Jericho se hallaba a muchos kilómetros al norte del RMO, en el patio de la escuela pública Churchill. Se encontraba en pleno descanso de noventa minutos para comer; algunos de sus compañeros iban a casa para almorzar, pero Ricky comía en la escuela en una sala donde dejaban que los niños viesen Los picapiedra en la CFTO. Después de terminar con el sandwich de mortadela y la manzana, había ido a la hierba. Había varios profesores recorriendo el lugar, acabando con las peleas, consolando rodil as desol adas y haciendo todas esas cosas que deben hacer los profesores. Ricky miró al cielo. Allá arriba había algo que brillaba mucho.
Atravesó la zona de juegos y buscó a una profesora.
—Señorita Cohan —dijo, tirándole de la falda—. ¿Qué es eso?
Ella empleó una mano para proteger los ojos y miró en la dirección que le indicaba.
—No es más que un avión, Ricky.
Ricky Jericho no era de los que contradecían a sus profesores. Pero negó con la cabeza.
—No, no lo es —dijo—. No puede serlo. No se mueve.
Mi mente era un remolino, y mis intestinos se habían convertido en un nudo. Empezaba un nuevo día, no sólo en Toronto, sino para toda la Vía Láctea. Es más, incluso observadores en galaxias lejanas con toda seguridad observarían el brillo creciente una vez que hubiese pasado el tiempo suficiente para que la luz llegase hasta ellos. Era imposible de imaginar. Betelgeuse se estaba convirtiendo en supernova.
Pasé a Don el altavoz, y él y Hollus conversaron, conmigo interponiendo la pregunta ocasional de preocupación. Lo que sucedía, conseguí entender, era lo siguiente: en toda estrella activa, el hidrógeno y el helio experimentan la fusión, produciendo sucesivamente elementos cada vez más pesados. Pero, si la estrella es lo suficientemente masiva, cuando la cadena de fusión llega al hierro, la energía empieza a absorberse en lugar de liberarse, haciendo que se produzca un núcleo ferroso. La estrella va haciéndose demasiado densa para sostenerse a sí misma: el impulso explosivo de la fusión interna ya no es suficiente para compensar el tirón de su propia gravedad. El núcleo colapsa en materia degenerada —núcleos atómicos tan compactados que forman un volumen de sólo veinte kilómetros de diámetro, pero con una masa muchas veces la del Sol—. Y cuando el hidrógeno y el helio proveniente de las capas exteriores de la estrella llegan hasta esta nueva superficie dura, se fusionan al instante. La onda expansiva de la fusión se propaga, haciendo saltar la atmósfera gaseosa de la estrella y emitiendo un torrente de ruido de radio, luz, calor, rayos X, rayos cósmicos y neutrinos —un aguanieves mortal qué se desplaza en todas las direcciones, una concha esférica expandiendo muerte y destrucción que brilla más que todas las otras estrellas de la galaxia combinadas: una Supernova.
Y eso, aparentemente, sucedía ahora mismo con Betelgeuse. Su diámetro se expandía con rapidez; en días, sería mayor que todo el sistema solar de la Tierra.
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