Me asombró el aparente cambio de tema.
—Eh, sí. Supongo que es cierto.
—Como también muchos forhilnores —dijo Hollus—. Es otra preocupación: al avanzar la civilización, la capacidad de destruir a toda la especie se vuelve más accesible. Con el tiempo, cae en manos no sólo de los gobiernos sino también de los individuos… algunos de los cuales están desequilibrados.
Era una idea pasmosa. Un término nuevo en la ecuación de Drake: f — sub — L, la fracción de los miembros de tu especie que están locos.
El simulacro Hollus se me acercó un poco.
—Pero ése no es el problema principal. Le dije que mi especie, los forhilnores, ha establecido contacto con otra especie tecnológica, los wreeds, antes de venir con ustedes; en realidad nos encontramos por primera vez hace sesenta años… al ir a Delta Pavonis y descubrirlos.
Asentí.
—Y le dije que mi nave espacial, la Merelcas, visitó otros seis sistemas estelares, además del mundo de los wreeds, antes de llegar aquí. Pero lo que no le dije es que cada uno de esos mundos había sido el hogar de una especie avanzada: la estrella que ustedes llaman Epsilon Indi, la estrella llamada Tau Ceti, la estrella llamada Mu Cassiopeae A, la estrella que llaman Eta Cassiopeae A, la estrella que llaman Sigma Draconi, y la estrella que llaman Groombridge 1618 tuvieron todas vida inteligente.
—Pero ¿ya no?
—Correcto.
—¿Qué encontraron? —pregunté—. ¿Ruinas bombardeadas? —Mi mente se llenó con extrañas imágenes de arquitectura alienígena, retorcida, fundida y carbonizada por las explosiones atómicas.
—Nunca.
—Entonces, ¿qué?
Hollus abrió los dos brazos y agitó el torso.
—Ciudades abandonadas, algunas inmensamente antiguas… algunas tan antiguas que estaban profundamente enterradas.
—¿Abandonadas? —dije—. ¿Quiere decir que los habitantes habían ido a algún otro sitio?
Los ojos del forhilnor se tocaron como gesto afirmativo.
—¿Dónde?
—La cuestión sigue abierta.
—¿Saben algo de esas otras especies?
—Mucho. Dejaron muchos artefactos y registros, y en algunos casos, cuerpos y restos fosilizados.
—¿Y?
—Y, cuando les llegó el final, todas tenían un nivel tecnológico comparable; ninguna había construido máquinas que no pudiésemos comprender. Cierto, la variedad de formas físicas era fascinante, aunque todas eran, ¿cómo es esa frase que usan los humanos?, «vida tal y como la conocemos». Eran todas formas de vida basadas en el carbono.
—¿En serio? ¿Y ustedes y los wreeds también están basados en el ADN?
—Sí.
—Fascinante.
—Quizá no —dijo Hollus—. Creemos que el ADN es la única molécula capaz de sostener la vida; ninguna otra sustancia posee sus propiedades de autorreplicación, almacenamiento de información y concisión. La capacidad del ADN para comprimirse ocupando un espacio muy reducido hace posible que pueda existir en los núcleos de células microscópicas, aunque cuando se la estira, cada molécula de ADN tiene más de un metro.
Asentí.
—En la clase de evolución que impartí en mi tiempo, considerábamos si alguna otra molécula aparte del ADN podría hacer lo mismo; nunca se nos ocurrió una alternativa que fuese ni remotamente adecuada. ¿Todo el ADN alienígena usaba las mismas cuatro bases: adenina y timina, guanina y citosina?
—¿Esas son estas cuatro? —dijo Hollus.
De pronto, su proyector de holoforma hizo que cuatro fórmulas químicas flotasen en el aire de un color verde brillante.
C 5H 5N 5
C 5H 6N 2O 2
C 5H 5N 5O
C 4H 5N 3O
Las miré; había pasado un tiempo desde que adquirí mis conocimientos de bioquímica.
—Eh, sí. Sí, ésas son.
—Entonces, sí —dijo Hollus—. Siempre que hemos encontrado ADN, usaba esas cuatro bases.
—Pero hemos demostrado en el laboratorio que podrían usarse otras bases; incluso hemos creado ADN artificial que emplea seis bases, no cuatro.
—Sin duda, se requirieron grandes esfuerzos para conseguirlo —dijo Hollus.
—No lo sé; supongo —lo consideré todo—. Otros seis mundos —dije, intentando imaginármelos.
Planetas alienígenas.
Planetas muertos.
—Otros seis mundos —volví a decir—. Todos desiertos.
—Correcto.
Buqué las palabras adecuadas.
—Eso… da miedo.
Hollus no lo negó.
—En órbita alrededor de Sigma Draconis II —dijo—, encontramos lo que parecía una flota de naves estelares.
—¿Suponen que unos invasores exterminaron toda la vida indígena?
—No —dijo Hollus—. Claramente, las naves estelares habían sido construidas por la misma especie que construyó las ciudades abandonadas del planeta.
—¿Construyeron naves espaciales?
—Sí.
—¿Y todos ellos abandonaron el planeta?
—Aparentemente.
—Pero ¿sin usar las naves espaciales, que dejaron atrás?
—Exacto.
—Eso es… misterioso.
—Cierto, lo es.
—¿Qué hay de los registros fósiles en esos planetas? ¿Tuvieron extinciones masivas que coincidiesen con las nuestras?
Los pedúnculos de Hollus se agitaron.
—Es difícil de decir; si fuese fácil leer el registro fósil sin décadas o siglos de investigación, yo nunca hubiese revelado mi presencia en este mundo. Pero por lo que podemos deducir, no, ninguno de los mundos abandonados tuvo extinciones masivas hace 440, 365,225,210 y 65 mil ones de años.
—¿Alguna de esas civilizaciones era contemporánea?
El dominio del inglés de Hollus era asombroso, pero en ocasiones le fallaba.
—¿Perdóneme?
—¿Alguna de ellas vivió al mismo tiempo que alguna de las otras?
—No. La más antigua aparentemente desapareció hace 3.000 millones de años; la más reciente, en el tercer planeta de Groombridge 1618, hace 5.000 años. Pero…
—¿Sí?
—Pero, como ya he dicho, todas las especies parecían tener un desarrol o comparable. Evidentemente, los estilos arquitectónicos variaban mucho. Pero, para ofrecer un ejemplo, nuestros ingenieros desmontaron una de las naves estelares de Sigma Draconis II. Con respecto a las nuestras empleaba soluciones diferentes a varios problemas, pero no era, en lo fundamental, mucho mejor… quizás unas décadas por delante de lo que hemos desarrollado. Así era con todas las especies que habían abandonado sus mundos: todas eran ligeramente más avanzadas que los wreeds o los forhilnores… o el Homo sapiens, ya puestos.
—¿Y creen que eso les sucede a todas las especies? ¿Llegan a un punto en el que abandonan sus planetas de origen?
—Exacto —dijo Hollus—. O algo diferente, quizá Dios en persona venga y se las lleve.
El departamento de socios del RMO empleó la presencia de Hollus como reclamo («apoye al museo que atrae a visitantes de todo el mundo… ¡y más allá!»), y la asistencia aumentó sustancialmente la primera semana posterior a la llegada del forhilnor. Pero cuando se hizo evidente que era poco probable que su transbordador aterrizase de nuevo y que no iban a cruzarse por los pasillos, las escaleras o el vestíbulo con un alienígena, las multitudes se redujeron a niveles más normales.
No volví a ver a los agentes del SCSI. El primer ministro Chretien vino al RMO para encontrarse con Hollus; Christine Dorati, por supuesto, lo convirtió en una sesión de fotos. Y varios periodistas le pidieron a Chretien, frente a los micrófonos, su garantía de que el alienígena podría continuar con su trabajo sin ser molestado… que era lo que el sondeo de opinión de Maclean decía que querían los canadienses. Ciertamente dio su garantía, aunque yo sospechaba que los agentes del SCSI siempre estaban por ahí, sin dejarse ver.
Читать дальше