Mientras comíamos, Hollus y yo miramos los vídeos que Abdus había traído; había hecho que el departamento educativo llevase una unidad combinada de televisor y vídeo a mi despacho.
El primero fue «Arena», un episodio de la serie original de Star Trek; inmediatamente congelé la imagen en el señor Spock.
—¿Lo ve? —le dije—. Es un alienígena… un vulcaniano.
—«Parece» «un» «ser» «humano» —dijo Hollus; podía comer y hablar al mismo tiempo.
—Fíjese en los oídos.
Los pedúnculos de Hollus dejaron de moverse de un lado a otro.
—¿Y eso le convierte en alienígena?
—Bien —dije—, evidentemente, se trata de un actor humano interpretando el papel… un tipo llamado Leonard Nimoy. Pero, sí, se supone que las orejas sugieren lo extraño; el programa se rodó con muy bajo presupuesto —hice una pausa—. En realidad, Spock no es más que medio vulcaniano; la otra mitad es humana.
—¿Cómo es posible tal cosa?
—Su madre era humana; su padre era un vulcaniano.
—Eso no tiene sentido desde el punto de vista biológico —dijo Hollus—. Sería más probable que pudieses cruzar una fresa con un ser humano; al menos evolucionaron en el mismo planeta.
Sonreí.
—Créame, lo sé. Pero espere, sale otro alienígena en este episodio. —Avancé un rato, y le volví a dar al botón.
»Eso es un gorn —dije, señalando un reptil verde sin cola y de ojos compuestos que vestía una túnica dorada—. Es el capitán de la otra nave estelar. Muy bueno, ¿eh? Es uno que siempre me ha gustado… me recordaba a un dinosaurio.
—Exacto —dijo Hollus—. Lo que significa que tiene un aspecto demasiado terrestre.
—Bien, es un actor en un traje de goma —dije.
Los ojos de Hollus me miraron como si yo me hubiese comportado de nuevo como el Maestro de lo Claramente Evidente.
Miramos como el gorn se movía un poco, y luego saqué la cinta y puse «Viaje a Babel». Pero no la adelanté; dejé que se desarrol ara el argumento.
—¿Los ve? —dije—. Ésos son los padres de Spock. Sarek es un vulcaniano puro, y Amanda, la mujer, es una humana pura.
—Asombroso —dijo Hollus—. ¿Y los humanos creen que tal cruce es posible?
Me encogí un poco de hombros.
—Bien, es ciencia ficción —dije—. Es entretenimiento —avancé hasta la recepción diplomática. Un alienígena bajo con nariz de cerdo se dirigía a Sarek.
—No, usted —dijo—. ¿Qué ha votado usted, Sarek de Vulcano?
—Es un telarita —dije. Luego, al recordarlo—: Su nombre es Gav.
—Se parece a uno de sus cerdos —objetó Hollus—. Una vez más, demasiado terrestre.
Avancé un poco más.
—Eso es un andoriano —dije. La pantalla mostraba a un humano de piel azul y pelo blanco, con dos gruesas antenas segmentadas que le sobresalían de lo alto de la cabeza.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Hollus.
Era Shras, pero por alguna razón me avergoncé de saberlo.
—No lo recuerdo —dije.
Luego puse otra cinta: la edición especial de La guerra de las galaxias, en panorámico. Avancé hasta la escena de la cantina.
A Hollus le gustó Greedo —el secuaz de Jabba con aspecto de insecto que planta cara a Han Solo— y le gustó Hammerhead y alguno de los otros, pero seguía creyendo que la humanidad no conseguía producir una imagen realista de la vida extraterrestre. Claramente yo no disentía con esa opinión.
—Aun así —dijo Hollus—, sus cinematógrafos han conseguido reflejar correctamente un detalle.
—¿Cuál es? —pregunté.
—La recepción diplomática; la escena del bar. Todos los alienígenas que aparecen muestran tener el mismo nivel de tecnología.
Fruncí el ceño.
—Siempre creí que era uno de los detal es menos creíbles. Es decir, el universo tiene como unos 12.000 millones de años…
—En realidad, tiene 13.934 mil ones de años —dijo Hollus—, medidos en años de la Tierra, claro.
—Bien, vale. El universo tiene 13.900 mil ones de años, y la Tierra sólo 4.500 millones. Debe de haber planetas mucho más antiguos que el nuestro, y muchos, bastante más jóvenes. Esperaría que algunas de las especies inteligentes estuviesen millones, incluso miles de millones, de años por delante de nosotros, y que algunas fuesen más primitivas.
—Una especie algunas décadas más antigua que la de ustedes no dispondría de radio ni de viaje espacial y por tanto sería indetectable —dijo Hollus.
—Cierto. Pero aun así, muchas especies serían mucho más avanzadas que nosotros… como, bien, como ustedes, por ejemplo.
Los ojos de Hollus se miraron entre sí. ¿Una expresión de sorpresa?
—Los forhilnores no estamos mucho más avanzados que su especie… quizás un siglo como mucho; ciertamente no más que eso. Espero que dentro de unas décadas sus físicos hagan los descubrimientos que les permitirán emplear la fusión para acelerar de forma barata una nave espacial hasta una fracción de la velocidad de la luz.
—¿En serio? Guau. Pero… ¿qué antigüedad tiene Beta Hydri? —Sería una gran coincidencia que tuviese la misma edad que el sol de la Tierra.
—Como unos 2.600 millones de años terrestres.
—Un poco más que la mitad de la edad de Sol.
—¿Sol? —dijo Hollus con la boca izquierda.
—Así es como llamamos a nuestra estrella cuando queremos distinguirla de las otras — dije—. Pero si Beta Hydri es tan joven, me sorprende que tengan vertebrados en su mundo, y más aún vida inteligente.
Hollus lo meditó.
—¿Cuándo apareció la vida por primera vez sobre la Tierra?
—Ciertamente teníamos vida hace 3.800 mil ones de años, hay fósiles de esa antigüedad, y es posible que estuviese aquí desde hace 4.000 mil ones de años.
El alienígena parecía incrédulo.
—Y los primeros animales con columnas vertebrales aparecieron como hace 500.000 mil ones de años, ¿no? ¿Así que llevó casi 3.500 millones de años pasar del origen de la vida a los vertebrados? —Agitó el torso—. La vida se originó en mi mundo cuando tenía 350 millones de años, y los vertebrados aparecieron 1.800 mil ones de años después.
—Me pregunto por qué precisó tanto tiempo en este mundo.
—Como le dije —dijo Hollus—, el desarrol o de la vida en ambos mundos fue manipulado por Dios. Quizá su fin era que múltiples especies inteligentes surgiesen simultáneamente.
—Ah —dije dubitativo.
—Pero, incluso si eso no fuese cierto —dijo Hollus—, hay otra razón para que todas las civilizaciones capaces de viajar por el espacio tengan un desarrol o similar.
Algo me molestaba en el fondo de mi mente, algo que en una ocasión había visto explicar a Carl Sagan en televisión: la ecuación de Drake. Disponía de varios términos, incluyendo la tasa de formación estelar, la fracción de estrellas que podrían tener planetas, y demás. Multiplicando todos esos términos, se suponía que podías estimar el número de civilizaciones inteligentes que podrían existir ahora mismo en la Vía Láctea. No podía recordar todos los términos, pero recuerdo el último, porque me dio un escalofrío cuando Sagan lo comentó.
El término final era el tiempo de vida de una civilización tecnológica: el número de años entre el desarrollo de la emisión de radio y la extinción de la especie. Los humanos habían empezado a emitir en serio alrededor de 1920; si la Guerra Fría se hubiese vuelto caliente nuestra posición como especie tecnológica podría haber durado menos de treinta años.
—¿Se refiere al tiempo de vida de una civilización? —dije—. ¿El período de tiempo antes de que vuele por los aires?
—Es una posibilidad, supongo —dijo Hollus—. En realidad, nuestra propia especie tuvo dificultades para aprender a usar con sabiduría la energía atómica. —El alienígena hizo una pausa—. Entiendo que muchos humanos sufren de problemas mentales.
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