¿Qué hará?
Sabe cuál es el primer paso que debe dar, y también sabe que debió haberlo dado ayer: irá a verla a Nikki Crowfoot otra vez. Necesita hacerle algunas preguntas.
Nikki está pálida y demacrada. Aunque todavía no está totalmente repuesta del malestar de ayer, es obvio que ya se siente algo mejor. Se comporta como si supiera la razón de la visita de Sadrac, a quien le bastan unas pocas expresiones rudas para obtener la respuesta que no quiere escuchar. Sí, es verdad. Sí. Sí. Nikki balbucea una confesión perdida entre rodeos y evasiones. Sadrac la escucha y luego le reprocha sereno:
—Podrías habérmelo dicho antes —sus ojos se clavan en los de Nikki, quien esta vez no aparta la mirada: ya no hay secretos entre los dos, ya ha admitido la monstruosa verdad; por lo tanto, puede mirarlo de frente otra vez.
—Pudiste habérmelo dicho —dice Sadrac—. ¿Por qué no me lo dijiste, Nikki?
—No pude. Era imposible.
—¿Era imposible? ¿Era imposible? No, no era imposible: todo lo que tenías que hacer era abrir la boca y dejar que brotaran las palabras. "Sadrac, creo que debo prevenirte…"
—Basta —estalla Nikki—. A mí no me parecía tan fácil.
—¿Cuándo lo decidieron?
—El día que enviaron a Buckmaster al depósito de órganos.
—¿Tuviste algo que ver con la selección?
—¿Eso es lo que crees, Sadrac?
—Hace tiempo aprendí que los culpables suelen responder a preguntas comprometedoras con otra pregunta.
Nikki se disculpa de inmediato, sin sentirse dolida por este ataque de Sadrac. Es una mujer fuerte, y, ahora que Sadrac la ha desenmascarado, mantiene la calma y la serenidad.
—Genghis Mao te eligió. Ni siquiera me consultó —dice Nikki en tono aplomado.
—Muy bien.
—Debes creerlo.
Sadrac afirma con la cabeza.
—Lo creo.
—¿Y bien?
—¿Intentaste hacerle cambiar de idea, cuando supiste que me había elegido a mí?
—¿Conoces a alguien que haya podido cambiar una determinación de Genghis Mao?
—¿Te das cuenta, Nikki, que frenas mis preguntas con las tuyas?
Esta vez, la puñalada se clava en la serenidad que Nikki acababa de recuperar. Aparta su mirada de Sadrac y dice, con indiferencia:
—Está bien. No traté de discutir con él, no.
Sadrac permanece en silencio unos minutos y luego dice:
—Pense que te conocía muy bien, Nikki, pero estaba equivocado.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pensé que eras la clase de persona que ve al ser humano como un fin, no como un medio. Nunca creí que fueras capaz de permitir que destruyeran a tu… eh… a un buen amigo…, sin mover un dedo para salvarlo, sin ni siquiera decirle una palabra de lo que sabías, ni insinuarle la verdad, tratando, incluso, de eludirlo, como si desde el momento que fue elegido, hubiera dejado de existir para ti, como si temieras contagiarte de su mala suerte.
—¿A qué se debe este sermón, Sadrac?
—Se debe a que todo esto me duele en el alma, a que alguien que yo amaba me traicionó, a que no puedo herirte como me heriste tú a mí.
—¿Qué hubieras querido que hiciera?
—Lo correcto.
—¿Y qué es lo correcto?
—Pudiste haberte enfrentado a Genghis Mao. Pudiste haberle dicho que no ibas a participar de la matanza del hombre que amabas. Pudiste haberle hablado de nuestra relación y decirle que no eras capaz de… ¡Por Dios, Nikki, no tendría que explicarte todo esto!
—Estoy segura de que Genghis Mao está bien enterado de nuestra relación.
—¿Y me eligió a mí, deliberadamente, para poner a prueba tu lealtad? ¿Para ver cómo reaccionarías si tenías que elegir entre el hombre que amabas y tu laboratorio? ¿Acaso fue uno de sus jueguitos psicológicos?
Nikki se encoge de hombros:
—Es perfectamente concebible.
—Entonces, es posible que hayas elegido mal. Quizás intentó medir tu sensibilidad de ser humano y no tu lealtad a Genghis Mao. Y ahora que ha comprobado lo fría, desalmada e insensible que eres, es probable que no quiera tener a alguien como tú a cargo de…
—Basta, Sadrac dice Nikki, casi vencida por este ataque constante, mesurado, sereno y despiadado de Sadrac. Con labios temblorosos, y conteniendo el llanto, dice—: Por favor. Basta. Basta. Has conseguido lo que querías.
—¿Crees que mi actitud es cruel? ¿Acaso no tengo derecho a estar indignado contigo?
—No había nada que hacer.
—¿Nada?
—Nada.
—¿Y si amenazabas con renunciar?
—Me hubiera dejado renunciar. No soy indispensable. La redundancia es…
—Y tu sucesor hubiera seguido con el proyecto, utilizándome a mí como donante.
—Supongo que sí.
—Aun así, Nikki, aunque nada hubiera cambiado, ¿no te hubieras sentido con la conciencia más limpia, habiendo ofrecido resistencia?
—Quizás, pero nada hubiera cambiado.
—Al menos, hubieras podido prevenirme para que huyera de Ulan Bator. Hubiéramos huido juntos, si tu renuncia te traía problemas con Genghis Mao. Pero no valía la pena destruir tu carrera por mí, ¿no es así?
—¿Huir? ¿Adónde? ¿No piensas que Genghis Mao nos hubiera vigilado a través del Vector de Vigilancia Uno, o de algún otro aparato espía, y nos hubiera dado dos días de vacaciones, y después hubiera mandado a dos policías que nos trajeran de vuelta?
—Puede ser.
—No, puede ser que no. Yo hubiera terminado en el depósito de órganos y tú como donante de Avatar, igual que ahora.
—Por lo tanto —dice Sadrac, después de analizar las palabras de Nikki—, daba lo mismo decírmelo o no. ¿Es eso lo que me quieres decir?
—Daba lo mismo para ti —responde Nikki—, pero no para mí. De una manera perdía mi trabajo y mi pellejo; de la otra, puedo vivir unos anos más.
—Sea como fuere, hubiera preferido que me lo dijeras tú.
—En lugar de Katya.
—¿Cuándo te dije que fue Katya? Nikki sonríe.
—No fue necesario que me lo dijeras, querido.
19 de agosto de 2009
Es verano en Ulan Bator, y en la mitad del globo. Hoy es un hermoso día. En el Vector de Vigilancia Uno se reflejan distintas imágenes de amantes que caminan del brazo por las calles de París, Londres, San Francisco, Tokio. Miradas tiernas, besos cariñosos, golpeteo de cadera con cadera al caminar. Todos bailando la danza del amor, aun los que padecen de descomposición orgánica, aun los que se acercan, poco a poco, a la muerte. ¡Tontos! Yo conozco esa danza, la conozco desde hace cuarenta o cincuenta años. Sí, sí, los primeros encuentros, las tensiones y evaluaciones del comienzo: los amagos y rechazos, el calor del contacto, la disolución de barreras, el primer abrazo, las palabras tiernas, las promesas, la, sensación de complicidad, dos contra el mundo, la fe en que este amor durará para siempre, el descubrir que no, el fracaso, las discusiones, la separación, la herida que se cierra poco a poco, el olvido… Sí, sí, Genghis Mao ya bailó alguna vez la danza del amor, mucho antes de ser Genghis Mao, él ya conoce el juego. Hace tiempo o. ¿Y para qué? El amor es anestesia para calmar el dolor del ego. Un lubricante para las necesidades biológicas. Una diversión, una distracción, una tontería. Cuando me di cuenta de lo que era, renuncié a él, y no me arrepiento. Miren a esos enamorados paseando juntos. "Amor Eterno." Como si cualquier cosa pudiera ser eterna. ¿El amor eterno? ¿El amor? Pero si el amor es una sensación inestable, una tontería termodinámica, dos fuentes de energía, dos soles que tratan de establecer su órbita uno alrededor del otro, con el afán mutuo de entregarse calor y luz. ¡Qué bello, qué ilógico! Tarde o temprano el sistema se destruye por la fuerza de la gravitación, y uno de ellos aniquila al otro, o comienzan a girar en forma de espiral hasta que se produce el impacto, o se apartan uno del otro. Un desperdicio de energía, un desborde. inútil de fuerza vital. ¿Amor? ¡Hay que abolirlo! Si tan solo pudiera.
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