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Robert Heinlein: Viernes

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Robert Heinlein Viernes

Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética. Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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El Jefe no me convenció, pero me hizo sentirme insegura de mí misma. Cuando le dije de nuevo que no estaba interesada en convertirme en un asesino profesional, no pareció estar escuchándome… sólo dijo algo acerca de dejarme algo para leer.

Esperé — fuera lo que fuese — verlo aparecer por la pantalla de la terminal de la habitación. En vez de ello, unos veinte minutos después de que se fuera, un joven — bueno, más joven que yo — apareció con un libro, un auténtico libro con páginas de papel.

Tenía un número seriado, y varios sellos decían «SÓLO PERSONAL AUTORIZADO», y «Necesario autorización especial» Y «Alto secreto AUTORIZACIÓN ESPECIAL AZUL».

Lo miré, tan ansiosa de cogerlo como si fuera una serpiente.

— ¿Eso es para mí? Creo que tiene que haber algún error.

— El Viejo no comete errores. Firme el recibí.

Le hice esperar mientras leía la letra menuda.

— Ese párrafo acerca de «nunca fuera de mi vista». De tanto en tanto duermo.

— Llame a Archivos, pida por el encargado de documentos clasificados… soy yo… y estaré aquí inmediatamente. Pero intente no dormirse hasta que yo haya llegado.

Inténtelo con todas sus fuerzas.

— De acuerdo. — Firmé el recibí, alcé la vista, y lo descubrí mirando con unos brillantes ojos interesados.

— ¿Qué es lo que está mirando?

— Oh… esto, señorita Viernes, es usted hermosa.

Nunca sé qué decir a ese tipo de cosas, puesto que no lo soy. Mis formas no están mal, por supuesto… pero iba completamente vestida.

— ¿Cómo sabe usted mi nombre?

— ¿Eh? Oh, todo el mundo sabe quién es usted. Ya sabe. Hace dos semanas. En la granja. Usted estuvo ahí.

— Oh. Sí, estuve. Pero no lo recuerdo — ¡Yo sí lo recuerdo! — Sus ojos lanzaban chispas —. Es la única vez que he tenido la oportunidad de formar parte de una operación de combate. ¡Me alegro de haber participado en ello!

(¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar?).

Tomé su mano, lo atraje hacia mí, sujeté su rostro con mis dos manos, y lo besé cuidadosamente, a medio camino entre el cálido beso fraternal y el ¡hagámoslo ahora mismo! Quizá el protocolo requería algo más fuerte, pero él estaba de servicio y yo aún en la lista de convalecientes… y no es honesto hacer promesas implícitas que luego no pueden cumplirse, especialmente a jóvenes con estrellas en sus ojos.

— Gracias por rescatarme — le dije seriamente, antes de soltar sus mejillas.

El pobre chico enrojeció. Pero pareció muy complacido.

Permanecí despierta hasta tan tarde leyendo aquel libro que la enfermera de noche me regañó. De todos modos, las enfermeras necesitan a alguien a quien regañar de tanto en tanto. No voy a hacer ninguna acotación de aquel increíble documento… pero escuchen el índice de temas.

En primer lugar, el titulo: Las únicas armas mortíferas. Y luego…

El asesinato como una de las bellas artes.

El asesinato como herramienta política.

El asesinato por beneficio.

Asesinos que cambiaron la historia.

La Sociedad para la Eutanasia Creativa.

Los dogmas del Gremio de Asesinos Profesionales.

Asesinos aficionados: ¿deben ser exterminados?

Los honorables asesinos a sueldo… algunos casos históricos.

«Prejuicio extremo»… «Trabajo sangriento»… ¿Son necesarios los eufemismos?

Documentos de los seminarios de trabajo: técnicas y herramientas.

¡Huau! No había ninguna buena razón para que lo leyera todo hasta el final. Pero lo hice. Sentía una sacrílega fascinación. Algo sucio.

Resolví no mencionar nunca la posibilidad de cambiar de actividad y no volver a hablar del tema del reentrenamiento. Dejemos que el Jefe saque el asunto a colación por sí mismo si desea discutirlo. Tecleé en la terminal, conseguí Archivos, y transmití que necesitaba al encargado de documentos clasificados para que aceptara la custodia del documento clasificado número tal-y-tal, y que por favor me devolviera mi recibí.

— Inmediatamente, señorita Viernes — respondió una mujer.

La celebridad…

Aguardé con considerable intranquilidad a que aquel joven se mostrara. Me siento avergonzada de decir que aquel venenoso libro había tenido los más infortunados efectos en mí. Era ya plena noche, faltaba poco para amanecer: el lugar estaba absolutamente tranquilo… y si el querido muchacho avanzaba una mano hacia mí, estaba horriblemente segura de que iba a olvidar el que técnicamente era una inválida. Necesitaba un cinturón de castidad con un gran candado.

Pero no era él; el dulce muchacho estaba fuera de servicio. La persona que se presentó con mi recibí era la mujer que había respondido en la terminal. Sentí a la vez alivio y decepción… y pesar por sentirme decepcionada. ¿Acaso la convalecencia trae consigo a todo el mundo una sensualidad irresponsable? ¿Tienen los hospitales problemas de disciplina? No he estado enferma tan a menudo como para saberlo.

La encargada de noche cambió mi recibí por el libro, luego me sorprendió con un:

— ¿No me da un beso, también?

— ¡Oh! ¿Estuvo usted ahí?

— En cuerpo y alma, querida; estábamos horriblemente faltos de efectivos aquella noche. No soy lo mejor del mundo, pero he recibido mi entrenamiento básico como todos.

Sí, estaba ahí. No me lo hubiera perdido por nada.

— Gracias por rescatarme — dije, y la besé. Intenté hacer de ello simplemente un símbolo, pero ella tomó el mando y controló qué tipo de beso debía ser. Es decir, ansioso y brusco. Estaba diciéndome de una forma más clara que cualquier palabra que en cualquier ocasión que quisiera pasar al otro lado de la acera la encontraría a ella esperando.

¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar? Parecen existir situaciones humanas para las cuales no hay establecidos protocolos. Estaba empezando a darme cuenta de que ella había arriesgado su vida para salvar la mía… de que aquella incursión de rescate no había sido exactamente el pastel que el relato del Jefe había dado a entender. La habitual modestia del Jefe es tal que describiría la total destrucción de Seattle como «una alteración sísmica». Habiendo arriesgado su vida por mí, ¿cómo podía rechazarla?

No podía. Dejé que mi mitad del beso respondiera a su mensaje sin palabras… al tiempo que cruzaba los dedos para nunca tener que cumplir la implícita promesa.

Entonces ella interrumpió el beso pero siguió sujetándome.

— Querida — dijo —, ¿quiere saber algo? ¿Recuerda cómo trató a ese asqueroso al que ellos llamaban el Mayor?

— Lo recuerdo.

— Hay un trozo de cinta grabado bajo mano flotando por ahí con esa secuencia. Lo que le dijo usted y cómo se lo dijo está siendo muy admirado por todos. Especialmente por mí.

— Interesante. ¿Es usted el duendecillo travieso que copió ese fragmento de cinta?

— Vamos, ¿cómo cree usted que se me ocurriría algo así? — Sonrío —. ¿Le importa?

Pensé en ello durante tres milisegundos completos.

— No. Si la gente que me rescató disfruta oyendo lo que le dije a ese bastardo, no me importa que lo escuchen. Pero normalmente no hablo de esa forma.

— Nadie piensa que lo haga. — Me dio una palmada cariñosa —. Pero lo hizo cuando era necesario, y ha hecho que todas las mujeres de la compañía se sientan orgullosas de usted. Y nuestros hombres también.

No parecía dispuesta a marcharse, pero la enfermera de noche apareció y me dijo firmemente que me fuera a la cama y que iba a administrarme una inyección para que me durmiera… Formulé tan sólo la correspondiente protesta formal. La encargada dijo:

— Hey, Rubia. Buenas noches. Buenas noches, querida. — Se fue.

Rubia (no es su nombre… es por su pelo) dijo:

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