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Robert Heinlein: Puerta al verano

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Puerta al verano» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 1986, ISBN: 84-270-1051-6, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Puerta al verano

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En el avanzado planeta Tierra ya no es necesario matar a un enemigo para deshacerse de él. Sólo hace falta un “largo sueño”, un proceso que le mantiene congelado el tiempo preciso: un mes, un año, un siglo... Ésta es la historia de una víctima del “largo sueño”, un hombre que despierta en el futuro, pero que, sin embargo, descubrirá que es posible volver al pasado para cumplir su venganza. Una extraordinaria novela sobre el tema del viaje en el tiempo escrita por uno de los autores más galardonados de todos los tiempos, ganador de cuatro permios Hugo.

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Powell estaba muy molesto porque yo había anulado mis disposiciones para que la Compañía de Seguros Mutuos administrase mi patrimonio, y se mostraba particularmente dispuesto a sermoneame por haber perdido mis papeles.

—No resulta muy fácil pedir al mismo Juez que apruebe su depósito dos veces durante las veinticuatro horas. Es de lo más irregular.

Le enseñé unos billetes, dinero resplandeciente, con unos números muy bonitos.

—Déjese de broncas Sargento. ¿Quiere usted mi asunto o no? es que no, dígalo, y se lo llevaré a Valle Central. Porque yo quiero ir hoy.

Siguió furioso, pero accedió. Luego gruñó sobre lo de añadir seis meses al período de sueño frío y no quería garantizar una fecha exacta para el despertar.

—Los contratos generalmente se extienden por «más o menos de un mes», a fin de tener en cuenta posibles incidentes administrativos.

—Pues este contrato no. Este contrato dice 27 de abril de 2001. Lo que no me importa es si pone arriba Mutuos o Valle Central. Señor Powell, yo compro y usted vende. Si usted no vende lo que quiero comprar, me iré donde me lo vendan.

Modificó el contrato y ambos pusimos nuestras firmas.

A las doce en punto estaba de vuelta para mi examen final ante ~ el médico. Me miró.

—¿Ha permanecido sobrio?

—Sobrio como un juez.

—Eso no es una recomendación banal. Ya veremos. —Me examinó casi con tanto cuidado como lo había hecho «ayer». Por fin dejó su martillo de goma y dijo—: Me sorprende. Está usted en mucho mejor estado que ayer. Es algo sorprendente…

—Doctor, no lo sabe usted bien.

Cogí a Pet y lo tranquilicé mientras le daban el primer sedante. Luego me tumbé y les dejé que se ocuparan de mí. Imagino que podía haber esperado otro día, o incluso más, pero la verdad es que estaba desesperadamente impaciente por regresar al 200l.

A eso de las cuatro de la tarde, con la cabeza de Pet descansando sobre mi pecho, y sintiéndome muy feliz, me deslicé de nuevo hacia el sueño.

12

En esta ocasión mis sueños fueron más agradables. El único desagradable que recuerdo no fue muy malo, sencillamente frustrante. Era un sueño frío, en el que me encontraba perdido por pasillos que se ramificaban, probando todas las puertas que encontraba, pensando que la siguiente sería la Puerta al Verano, donde Ricky me estaría esperando al otro lado. Pet entorpecía mi marcha «siguiéndome» por delante, con esa exasperante costumbre que tienen los gatos de pasar y pasar entre las piernas de quienes tienen la seguridad de que no les van a pisar o dar una patada.

A cada nueva puerta Pet pasaba por entre mis piernas, miraba, descubría que afuera todavía era invierno, y daba la vuelta, casi atropellándome.

Pero ninguno de los dos abandonó su convencimiento de que la puerta siguiente sería la que buscábamos.

Esta vez me desperté con facilidad, sin sentirme desorientado. La verdad era que el médico se sintió algo molesto de que lo único que yo quisiera fuese el desayuno, el Times del Gran Los Angeles, y nada de charla. No creí que valiera la pena decirle que aquella era mi segunda vez. No me hubiese creído.

Había una nota aguardándome, fechada una semana antes: era de John.

Querido Dan, Está bien, me rindo. ¿Cómo te las arreglaste?

Contra los deseos de Jenny accedo a tu demanda de no irte a esperar. Ella te envía su cariño, y confía en que no tardarás mucho en venir a vernos… He intentado explicarle que esperas estar ocupado durante algún tiempo. Los dos estamos bien, aunque yo tengo cierta tendencia a andar en ocasiones en que antes corría. Jenny es aún más hermosa de lo que era antes.

Hasta la vista, amigo,

JOHN

Posdata: Si lo que incluyo no es suficiente, llámame por teléfono; hay mucho en el mismo sitio. Creo que no nos ha ido mal.

Pensé en llamar a John, para saludarle y plantearle una idea colosal que se me había ocurrido mientras dormía: un dispositivo para que el baño dejara de ser una tarea para convertirse en un placer sibarítico. Pero por fin decidí no hacerlo; tenía que pensar en otras cosas. De modo que hice unos apuntes mientras la idea aún estaba fresca, y me dormí un rato, con la cabeza de Pet metida en mi sobaco. Me gustaría poderle curar esa costumbre: resulta halagador, pero muy pesado.

El lunes, 30 de abril, salí y fui a Riverside, donde tomé un cuarto en la vieja Posada de la Misión. Como era de esperar, pusieron reparos a que llevase un gato a mi cuarto, y un botones automático no se deja ablandar por las propinas, lo cual no es una ventaja. Pero el ayudante de la gerencia se mostró más flexible; estaba dispuesto a escuchar razones, siempre que fueran crujientes. No dormí bien, estaba demasiado excitado.

La mañana siguiente, a las diez, me presenté al director del Santuario de Riverside.

—Doctor Rumsey, me llamo Daniel B. Davis. ¿Tienen ustedes aquí en depósito a un cliente llamado Federica Heinicke?

—Me imagino que puede usted identificarse.

Le enseñé un permiso de conducir emitido en Denver, y mi certificado del Santuario de Forest Lawn. Los miró y luego me miró a mí.

—Creo que debe salir hoy. —Pregunté con ansiedad—: ¿Por casualidad hay alguna cláusula que me permita estar presente? No me refiero a la rutina del proceso, sino en el último momento, cuando esté a punto para el estimulante final y vuelta a la conciencia.

—Las instrucciones de la cliente no dicen que le despertemos hoy —dijo seriamente.

—¿No? —Me sentí decepcionado y ofendido.

—No. Sus deseos son exactamente los siguientes: En lugar de ser despertada irremisiblemente hoy, deseaba que no se la despertase hasta que usted se presentase. —Me miró de arriba abajo y se sonrió—: Debe usted tener un corazón de oro. Lo que es por su hermosura no me lo podría explicar.

Suspiré:

—Gracias, doctor.

—Puede usted esperar en el salón de entrada, o volver. No lo necesitamos hasta dentro de un par de horas.

Volví a la entrada, saqué a Pet, y me lo llevé de paseo. Le había dejado allí en su nuevo maletín de viaje, que no le gustaba demasiado, a pesar de que lo había comprado tan parecido como me fue posible, y de haber instalado en él la noche antes una ventanilla de una sola dirección. Es probable que todavía no oliese bien.

Pasamos por delante de «el sitio que estaba muy bien», pero no tenía hambre a pesar de que no había podido desayunar mucho: Pet se había comido los huevos y había hecho ascos a la levadura de cerveza. A las once y media estaba de vuelta en el santuario. Por fin me dejaron que entrase a verla.

Todo lo que podía ver era su cara; su cuerpo estaba cubierto. Pero era mi Ricky, que había crecido hasta hacerse mujer, y que parecía un ángel dormido.

—Está bajo instrucción poshipnótica —dijo en voz baja el doctor Rumsey—. Si quiere usted quedarse aquí, la despertaré. Pero me parece que valdrá más que haga salir al gato.

—No, doctor.

Comenzó a hablar, pero se encogió de hombros y se volvió a su paciente:

—Despierta, Federica. Despierta. Ahora tienes que despertarte.

Ricky parpadeó y abrió los ojos. Miró en derredor durante unos instantes, luego nos vio y se sonrió soñolienta.

—Danny… y Pet.

Alzó los dos brazos y pude ver que en su pulgar izquierdo llevaba mi anillo del Técnico.

Pet hizo un ruidito, saltó sobre la cama, y comenzó a precipitarse una y otra vez sobre ella en un verdadero éxtasis de bienvenida.

El doctor Rumsey quería que Ricky se quedara allí aquella noche, pero ella no quiso ni oír hablar de ello. Así pues, envié a buscar un taxi y nos fuimos a Brawley. Su abuela había muerto en 1980, y sus demás relaciones sociales habían desaparecido por puro desgaste, pero allí había dejado algunas cosas, principalmente libros. Di instrucciones para que los enviasen a Aladino, dirigidos a John Sutton. Ricky estaba un poco deslumbrada por las alteraciones de su población natal, y no soltaba mi brazo, pero nunca sucumbió a aquella terrible nostalgia que es el gran peligro del Sueño. Lo único que quería era salir de Brawley lo antes posible.

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