Robert Heinlein - Puerta al verano

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En el avanzado planeta Tierra ya no es necesario matar a un enemigo para deshacerse de él. Sólo hace falta un “largo sueño”, un proceso que le mantiene congelado el tiempo preciso: un mes, un año, un siglo...
Ésta es la historia de una víctima del “largo sueño”, un hombre que despierta en el futuro, pero que, sin embargo, descubrirá que es posible volver al pasado para cumplir su venganza.
Una extraordinaria novela sobre el tema del viaje en el tiempo escrita por uno de los autores más galardonados de todos los tiempos, ganador de cuatro permios Hugo.

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Pareció perpleja y ofendida.

—¡Pero, querido! Lo hicimos por tu propio bien. ¡Estabas muy enfermo!

Creo que hasta lo creía así.

—Está bien, está bien. ¿Dónde está Miles? ¿Eres la señora Schultz ahora?

Sus ojos se dilataron.

—¿No lo sabias?

—Saber ¿qué?

—Pobre Miles… Pobre querido Miles. Vivió menos de dos años, querido Danny, después de que tú nos dejaras. —Su expresión se alteró—. ¡El sinvergüenza me engañó!

—Mala suerte.

Me preguntaba cómo habría muerto. ¿Se cayó o le empujaron? ¿Sopa de arsénico? Decidí ceñirme a lo principal antes de que Belle se saliera de los carriles.

—¿Qué ha sido de Ricky?

—¿Ricky?

—La niña de Miles, Federica.

—Oh… Aquella horrible criatura… ¿Cómo quieres que lo sepa? Se fue a vivir con su abuela.

—¿Dónde? ¿Y cómo se llamaba su abuela?

—¿Dónde? Tucson, o Yuma, o uno de esos lugares aburridos; quizá fuera Indio… Pero, querido, no tengo ganas de hablar de aquella criatura imposible… Prefiero que hablemos de nosotros.

—En seguida. ¿Cómo se llamaba su abuela?

—Querido Danny, te estás poniendo muy pesado. ¿Cómo quieres que me acuerde de una cosa así?

—¿Cómo se llamaba?

—Oh… Hanalon… o Haney… o Heinz. O quizá fuese Hinckley. Pero no seas plomo, cariño. Vamos a echar un trago. Bebamos por nuestra feliz reunión.

Meneé la cabeza:

—No bebo.

Eso era casi cierto. Después de haber descubierto que la bebida era un amigo en quien no se podía confiar en caso de crisis, generalmente me limitaba a una cerveza con Chuck Freudenberg.

—Qué aburrido, cariño. Supongo que no te importa si yo bebo.

—Se lo estaba ya sirviendo, ginebra pura, el amigo de las chicas solitarias. Pero antes de bebérselo cogió una botella de plástico y se sirvió dos cápsulas sobre la palma de la mano —. ¿Quieres una?

Reconocí la envoltura de la cápsula; era euforión. Se decía que no era tóxico y no formaba hábito, pero las opiniones diferían. Había una campaña para incluirla en la misma clase de la morfina y los barbitúricos.

—Gracias; ahora soy feliz.

—Qué bien.

Se tomó las dos cápsulas, haciéndolas pasar con ginebra. Pensé que si quería averiguar algo tenía que apresurarme; dentro de poco no habría sino estúpidas risas.

La cogí del brazo y la senté en el sofá, y luego también me senté yo.

—Belle, cuéntame algo de ti. Ponme al corriente. ¿Cómo os entendisteis, Miles y tú con los Mannix?

—¿Eh? No nos entendimos. —De repente se inflamó—. ¡Fue culpa tuya!

—¿Cómo? ¿Culpa mía? ¡Si ni siquiera estaba allí!

—Claro que fue culpa tuya. Aquel monstruo que construiste partiendo de una silla de ruedas… aquello era precisamente lo que querían. Y desapareció.

—¿Desapareció? ¿Dónde estaba?

Me miró fijamente con ojos suspicaces y porcinos.

—Tú deberías saberlo. Fuiste tú quien se lo llevó.

—¿Yo? Belle, estás loca. Yo no podía haberme llevado nada. Estaba helado como un carámbano, en sueño frío. ¿Dónde estaba? ¿Y cuándo desapareció?

Aquello coincidía con mis sospechas de que alguien se debía haber llevado a Frank Flexible, si es que Belle y Miles no habían hecho uso de él. Pero de entre todos los miles de millones de seres del globo, yo era precisamente quien sin duda no se lo había llevado. No había visto a Frank desde aquella calamitosa noche en que me habían derrotado en votación.

Cuéntamelo, Belle ¿Dónde estaba? ¿Y qué os hizo creer que era yo quien se lo había llevado?

—Tenias que ser tú. Nadie más sabía que era importante. ¡Aquel montón de chatarra! Ya le había dicho a Miles de no ponerlo en el garaje.

—Pero aunque alguien se lo hubiese llevado, dudo de que lo hubiesen podido hacer funcionar. Vosotros seguiais teniendo todas las notas, instrucciones y dibujos.

—No; tampoco las teníamos. Miles, el muy idiota, las había metido dentro de él la noche que tuvimos que desplazarlo para protegerlo.

No hice comentario alguno sobre la palabra «proteger». Pero estaba a punto de decir que no podía haber metido varios kilos de papel dentro de Frank Flexible, estaba ya relleno como un pavo, cuando recordé que había construido un estante provisional a través de la parte baja de la silla de ruedas, para guardar las herramientas mientras trabajaba en él. Alguien que tuviese prisa bien podía haber metido mis notas de trabajo en aquel espacio.

No importaba. El crimen, o los crímenes habían sido cometidos hacía treinta años. Quería averiguar cómo Muchacha de Servicio, Inc., se les había escapado de las manos.

—Después de haber fracasado los tratos con el grupo Mannix, ¿qué hicisteis con la compañía?

—Continuarla, como es natural. Luego, cuando Jake nos dejó.

Miles dijo que teníamos que cerrar. Miles era débil… y aquel Jake Smith nunca me acabó de gustar. Rastrero. Siempre preguntando por qué te habías ido… ¡Como si lo hubiésemos podido evitar!

Debería haber encontrado a un buen capataz y seguir trabajando.

La compañía hubiese valido más. Pero Miles insistió.

—¿Y entonces qué ocurrió?

—Pues que entonces cedimos las licencias a Geary Manufacturing, claro está. Eso ya lo sabes; ahora trabajas allí.

En efecto, ya lo sabía; el nombre completo de la corporación de Muchacha de Servicio era ahora Aparatos Muchacha de Servicio y Geary Manufacturing Inc., si bien los distintivos solamente decían Muchacha de Servicio. Me pareció que ya había averiguado todo lo que aquella vieja y fofa ruina me podía decir.

Pero sentía curiosidad respecto a otro punto.

—¿Tú vendiste tus acciones después que hubisteis cedido las licencias a Geary?

—¿Cómo? ¿Qué te ha hecho creer eso? —Su expresión se alteró y comenzó a gimotear, rebuscando torpemente un pañuelo, y luego abandonando la búsqueda y dejando correr las lágrimas —: ¡Me engañó! ¡Me engañó! Aquel puerco estafador me engañó… me echó de allí. —Hizo unos pucheros y añadió pensativa —: Todos me engañasteis… y tú fuiste el peor de todos, querido Danny. Después que fui tan buena para contigo. —Y comenzó nuevamente a berrear.

Pensé que el euforión no valía lo que costaba, por poco que fuese. O quizá le divertía llorar.

—¿Cómo te engañó, Belle?

—¿Qué? Si tú ya lo sabes. Se lo dejó todo a aquel piojoso crío suyo… después de todo lo que me había prometido… después de que la cuidé cuando se hizo tanto daño. Y ni siquiera era su hija. Eso lo prueba.

Era la primera buena noticia que había tenido durante toda la noche. Por lo visto Ricky había sido bien tratada en algo, aunque antes le hubiesen quitado mis acciones. De modo que volví al asunto principal:

—Belle, ¿cómo se llamaba la abuela de Ricky? ¿Y dónde vivían?

—¿Dónde vivían, quiénes?

—La abuela de Ricky.

—¿Quién es Ricky?

—La hija de Miles. Trata de recordarlo, Belle. Es importante.

Aquello la disparó. Me señaló con el dedo y chilló:

—Te conozco. Tú estabas enamorado de ella; eso es lo que pasa. Aquella cochina criatura… ella y su horrible gato.

Sentí un acceso de furia al mencionar a Pet. Pero intenté reprimirlo. No hice sino agarrarla por los hombros y sacudirla un poco.

—Vamos, Belle. Solamente quiero saber una cosa. ¿Dónde vivían? ¿Cómo dirigía las cartas Miles cuando les escribía?

Me dio unas patadas.

—¡No quiero ni hablarte! Te has portado abominablemente desde que entraste aquí. —Luego pareció tranquilizarse casi instantáneamente y dijo con calma—.

—No lo sé. El nombre de la abuela era Haneker, o algo así. Solamente la vi una vez en el juicio, cuando vinieron por lo del testamento.

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