—He imaginado algo por ti —dijo Qing-jao—. Ahora imagina tú algo por mí. Los otros agraciados y yo conseguimos emitir solamente mi informe por todos los ansibles de Sendero. Tú harás que todos esos ansibles guarden silencio a la vez. ¿Qué ve el resto de la humanidad? Que hemos desaparecido igual que la Flota Lusitania. Pronto se darán cuenta de que existes, o de que existe alguien como tú. Cuando más uses tu poder, más te revelarás incluso a los mundos más remotos. Tu amenaza es vana. Más valdría que te apartaras a un lado y me dejaras enviar el mensaje ahora mismo. Detenerme es sólo otra forma de enviar el mismo mensaje.
—Te equivocas —dijo Jane—. Si Sendero desapareciera súbitamente de todos los ansibles a la vez, podrían llegar igualmente a la conclusión de que este mundo se ha rebelado como Lusitania. Después de todo, también ellos desconectaron su ansible. ¿Y qué hizo el Congreso Estelar? Enviaron una flota con el Ingenio D.M. a bordo.
—Lusitania ya se había rebelado antes de cortar el ansible.
—¿Crees que el Congreso no os vigila? ¿Crees que no les aterra lo que podría suceder si los agraciados de Sendero descubrieran lo que se les ha hecho? Si unos cuantos alienígenas primitivos y un par de xenólogos los asustaron lo suficiente para que enviaran una flota, ¿qué crees que harían con la desaparición misteriosa de un mundo con tantas mentes brillantes y amplios motivos para odiar al Congreso? ¿Cuánto tiempo crees que sobreviviría este mundo?
Qing-jao se llenó de temor. Era posible que esta parte de la historia de Jane fuera cierta: que había personas en el Congreso engañadas por el disfraz de los dioses y que creían que los agraciados de Sendero habían sido generados solamente por manipulación genética. Y si esa gente existía, podrían actuar como describía Jane. ¿Y si enviaban una flota contra Sendero? ¿Y si el Congreso Estelar les ordenara destruir el mundo entero sin negociación alguna? Entonces sus informes no se divulgarían jamás, y todo lo demás desaparecería. Todo para nada. ¿Podría ser éste el deseo de los dioses? ¿Podía seguir teniendo el Congreso el mandato del cielo y destruir sin embargo a un mundo?
—Recuerda la historia de I Ya, el gran cocinero —continuó Jane—. Su amo le dijo un día: «Tengo el mejor cocinero del mundo. Gracias a él, he probado todos los sabores conocidos por el hombre excepto el sabor de la carne humana». Al oír esto, I Ya fue a casa y degolló a su propio hijo, cocinó su carne y la sirvió a su amo, para que éste no careciera de nada que 1 Ya pudiera ofrecerle.
Era una historia terrible. Qing-jao la había oído de niña, y le hizo llorar durante horas. «¿Qué hay del hijo de I Ya?», lloró. Y su padre dijo: «Un sirviente fiel tiene hijos sólo para servir a su amo». Durante cinco noches, ella se despertó gritando tras soñar que su padre la asaba viva o la cortaba a rodajas para ofrecerla en un plato, hasta que por fin Han Fei-tzu fue a verla, la abrazó y dijo: «No lo creas, mi hija Gloriosamente Brillante. Yo no soy un sirviente perfecto. Te quiero más que a mi deber. No soy 1 Ya. No tienes nada que temer de mí». Sólo después de que su padre le dijera aquello, pudo volver a dormir.
Este programa, esta Jane, debía de haber encontrado el relato del hecho en el diario de su padre, y ahora lo usaba contra ella. Sin embargo, aunque Qing-jao sabía que estaba siendo manipulada, no podía dejar de preguntarse si Jane no tendría razón.
—¿Eres un sirviente como 1 Ya? —preguntó Jane—. ¿Matarás a tu propio mundo por un amo indigno como el Congreso Estelar?
Qing-jao no podía examinar sus sentimientos. ¿De dónde procedían estos pensamientos? Jane había envenenado su mente con argumentos, igual que había hecho antes Demóstenes, si es que no eran la misma persona. Sus palabras podían parecer persuasivas, aunque devoraban la verdad.
¿Tenía Qing-jao el derecho de arriesgar las vidas de todas las gentes de Sendero? ¿Y si se equivocaba? ¿Cómo podía saberlo? Si todo lo que Jane decía era verdad o mentira, tendría la misma prueba delante. Qing-jao se sentiría exactamente igual que ahora, fueran los dioses o algún extraño desorden cerebral quien causara la sensación.
¿Por qué, en medio de tanta inseguridad, no le hablaban los dioses? ¿Por qué, cuando necesitaba la claridad de sus voces, no se sentía sucia e impura cuando pensaba de una forma, limpia y sagrada cuando pensaba de otra? ¿Por qué la dejaban los dioses sin guía en esta encrucijada de su vida?
En el silencio del debate interno de Qing-jao, la voz de Wang-rnu sonó tan fría y dura como el choque entre metales.
—Eso no sucederá nunca —intervino Wang-mu.
Qing-jao tan sólo escuchó, incapaz de ordenar a Wang-mu que permaneciera callada.
—¿Qué no sucederá nunca? —preguntó Jane.
—Lo que has dicho…, que el Congreso Estelar destruirá este mundo.
—Si crees que no serían capaces, entonces eres más estúpida de lo que piensa Qing-jao.
—Oh, sé que serían capaces. Han Fei-tzu sabe que lo harían: dijo que eran lo bastante malvados para cometer cualquier crimen terrible si sirviera a sus propósitos.
—Entonces, ¿por qué no sucederá?
—Porque tú no dejarás que suceda —respondió Wang-mu—. Ya que bloquear todos los mensajes ansibles de Sendero llevará a la destrucción de este mundo, no bloquearás estos mensajes. Pasarán. El Congreso será advertido. No causarás la destrucción de Sendero.
—¿Por qué no?
—Porque eres Demóstenes —dijo Wang-mu—. Porque estás llena de verdad y compasión.
—No soy Demóstenes.
La cara en la pantalla onduló, y luego se convirtió en la cara de un alienígena. Un pequenino, con su hocico porcino tan perturbador en su extrañeza. Un momento después, apareció otro rostro, aún más alienígena: era un insector, una de las criaturas de pesadilla que aterraron en el pasado a toda la humanidad. Incluso tras haber leído la Reina Colmena y el Hegemón y comprender por tanto quiénes fueron los insectores y lo hermosa que llegó a ser su civilización, cuando Qing-jao se encontró con uno de ellos cara a cara, se asustó, aunque sabía que se trataba únicamente de un gráfico de ordenador.
—No soy humana —declaró Jane—, ni siquiera cuando decido llevar un rostro humano. ¿Cómo sabes, Wang-mu, lo que haré y lo que no? Insectores y cerdis por igual han asesinado a seres humanos sin vacilar.
—Porque no comprendían lo que significaba la muerte para nosotros. Tú comprendes. Tú misma lo dijiste: no quieres morir.
—¿Crees que me conoces, Si Wang-mu?
—Creo que te conozco —asintió Wang-mu—, porque no tendrías ninguno de estos problemas si hubieras dejado que la flota destruyera Lusitania.
El cerdi se unió al insector de la pantalla, y luego lo hizo la cara que representaba a la propia Jane. Miraron en silencio a Wang-mu, a Qing-jao, y no dijeron nada.
—Ender —llamó la voz en su oído.
Ender había estado escuchando en silencio, mientras viajaba en el coche que conducía Varsam. Durante la última hora, Jane le había dejado escuchar su conversación con la gente de Sendero, traduciendo para él cada vez que hablaban en chino en vez de en stark.
Habían pasado muchos kilómetros de pradera mientras escuchaba, pero no los había visto: ante su mente se hallaban las personas tal como las imaginaba. Han Fei-tzu… Ender conocía ese nombre, unido como estaba al tratado que acababa con su esperanza de que una rebelión de los mundos coloniales pusiera fin al Congreso, o al menos retirara su flota de Lusitania. Pero ahora la existencia de Jane, y tal vez la supervivencia de Lusitania y todos sus habitantes, reposaba en lo que pensaran, dijeran y decidieran dos muchachitas que se encontraban en un dormitorio en un oscuro mundo colonial.
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