Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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Qing-jao añadió a su informe el nombre de su padre y el código de autoridad que éste le había dado: su nombre no significaría nada para el Congreso, pero prestarían atención al de Han Fei-tzu, y la presencia de su código de autoridad aseguraría que todas las personas que tenían especial interés en sus declaraciones lo recibían.

Finalizado el mensaje, Qing-jao miró a los ojos de la aparición que tenía delante. Con la mano izquierda apoyada en la temblorosa espalda de Wang-mu, y la derecha sobre la tecla de transmisión, Qing-jao lanzó su último desafío.

—¿Me detendrás o permitirás que lo haga?

—¿Matarás a un raman que no ha hecho daño alguno a ningún alma viviente, o me dejarás vivir? —respondió Jane.

Qing-jao pulsó la tecla de transmisión. Jane inclinó la cabeza y desapareció.

El mensaje tardaría varios segundos en ser transmitido por el ordenador de la casa al ansible más cercano. A partir de ahí, se enviaría instantáneamente a todas las autoridades del Congreso en cada uno de los Cien Mundos y también a muchas de las colonias. En muchos ordenadores receptores sería sólo un mensaje más en la cola; pero en algunos, tal vez un centenar, el código de su padre le daría prioridad suficiente para que ya lo estuviera leyendo alguien, advirtiera sus implicaciones y preparara una respuesta. Si Jane había dejado en efecto pasar el mensaje.

Así, Qing-jao esperó una respuesta. Tal vez el motivo por el que nadie contestó inmediatamente fue porque tenían que contactar unos con otros y discutir el mensaje y decidir, rápidamente, qué hacer. Tal vez por eso no llegaba ninguna respuesta al espacio vacío sobre el terminal.

La puerta se abrió. Debía de ser Mu-pao con el ordenador de juegos.

—Ponlo en el rincón, junto a la ventana norte —ordenó Qing-jao sin mirar—. Puede que lo necesite, aunque espero que no.

—Qing-jao.

Era su padre, no Mu-pao. Qing-jao se volvió hacia él, y se arrodilló de inmediato para mostrar su respeto, pero también su orgullo.

—Padre, he enviado tu informe al Congreso. Mientras tú comulgabas con los dioses, logré neutralizar el programa enemigo y envié un mensaje donde explicaba cómo destruirlo. Estoy esperando su respuesta.

Esperó la alabanza de su padre.

—¿Lo has hecho? —preguntó él—. ¿Sin consultarme? ¿Hablaste directamente al Congreso y no pediste mi consentimiento?

—Estabas purificándote, padre. Cumplí tu misión.

—Pero entonces…, Jane morirá.

—Eso es seguro —asintió Qing-jao—. Aunque no sé si el contacto con la Flota Lusitania será restaurado o no. —De repente, se le ocurrió que había un defecto en sus planes—. ¡Pero los ordenadores de la flota también estarán contaminados por ese programa! Cuando se restaure el contacto, el programa podrá retransmitirse y…, pero entonces sólo tendremos que vaciar los ansibles una vez más y…

Su padre no la miraba. Contemplaba la pantalla que tenía a la espalda. Qing-jao se volvió para ver.

Era un mensaje del Congreso, con el sello oficial bien visible. Era muy breve, con el estilo telegráfico de la burocracia.

Han:

Buen trabajo.

Hemos transmitido tus sugerencias como órdenes nuestras. Contacto con la flota ya restaurado.

¿Ayudó tu hija en la nota 14FE.3a? Medallas para ambos si afirmativo.

—Entonces está hecho —murmuró su padre—. Destruirán Lusitania, a los pequeninos, a toda esa gente inocente.

—Sólo si los dioses lo desean —dijo Qing-jao.

Le sorprendía que su padre pareciera tan entristecido. Wang-mu alzó la cabeza del regazo de Qing-jao, la cara roja y mojada de lágrimas.

—Y Jane y Demóstenes desaparecerán también —sollozó.

Qing-jao la agarró por los hombros, y la hizo mantenerse a distancia.

—Demóstenes es un traidor —espetó. Pero Wang-mu retiró la mirada y se volvió hacia Han Fei-tzu. Qing-jao miró también a su padre—. Y Jane… Padre, ya viste lo que era, cuán peligrosa.

—Ella intentó salvarnos, y se lo agradecimos poniendo en marcha su destrucción —susurró su padre.

Qing-jao no pudo hablar ni moverse, únicamente mirar a su padre mientras se inclinaba sobre la tecla para grabar el mensaje y luego pulsaba la tecla que despejaba la pantalla.

—Jane —dijo su padre—. Si me oyes, por favor, perdóname.

No hubo respuesta en el terminal.

—Ojalá me perdonen todos los dioses —dijo Han Fei-tzu—. Me mostré débil en el momento en que debería haber sido fuerte, y por eso mi hija, en su inocencia, ha causado el mal en mi nombre. —Se estremeció—. Debo… purificarme. —La palabra pareció veneno en su boca—. Durará una eternidad, estoy seguro.

Dio media vuelta y salió de la habitación. Wang-mu volvió a llorar. «Estúpido llanto sin sentido —pensó Qing-jao—. Éste es un momento de victoria. Excepto que Jane me ha arrancado la victoria de las manos de forma que, aunque triunfo sobre ella, ella triunfa sobre mí. Me ha robado a mi padre. Ya no sirve a los dioses de corazón, aunque continúe sirviéndoles con su cuerpo.»

Sin embargo, con el dolor de su comprensión llegó también una caliente puñalada de alegría: «Fui más fuerte. Fui más fuerte que mi padre, después de todo. Cuando llegó la prueba, fui yo quien sirvió a los dioses, y él quien se rompió, quien cayó, quien falló. Hay más en mí de lo que había soñado jamás. Soy una digna herramienta en las manos de los dioses. ¿Quién sabe cómo pueden gobernarme ahora?».

LA GUERRA DE GREGO

‹Es curioso que los humanos llegaron a ser lo bastante inteligentes para poder viajar de un mundo a otro.›

‹Lo verdad es que no. He estado pensando en eso últimamente. Aprendieron de vosotros a viajar entre las estrellas. Ender dice que no comprendieron la física necesaria para hacerlo hasta que vuestra primero flota colonial llegó a su sistema solar.›

‹¿Tendríamos que habernos quedado en casa por temor o enseñar a volar a unas babosas sin pelo, con cuerpos blandos y cuatro extremidades?›

‹Hablaste hace un momento como si creyeras que los seres humanos tuvieran inteligencia.›

‹Está claro que la tienen.›

‹Yo creo que no. Creo que han encontrado un medio de falsificar la inteligencia.›

‹Sus naves vuelan. No hemos visto a ninguna de las vuestros surcando las ondas de luz a través del espacio.›

‹Todavía somos una especie muy joven. Pero míranos. Mírate. Ambas especies hemos desarrollado un sistema muy similar. Ambas tenemos cuatro tipos de vida. Los jóvenes, que son larvas indefensas. Las parejos, que nunca tienen inteligencia…, entre vosotros son los zánganos, entre nosotros las pequeños madres. Luego están los muchos individuos que poseen suficiente inteligencia para ejecutar tareas manuales: nuestras esposas y hermanos, vuestras obreras. Y finalmente los inteligentes: nosotros, los padres-árbol, y tú, la reina colmena. Somos los depositarios de la sabiduría de la especie, porque tenemos tiempo para pensar, para contemplar. Nuestra actividad primario es la reflexión.›

‹Mientras que los humanos están siempre de un lado para otro como los hermanos y los esposas. Como los obreras.›

‹No sólo los obreras. Sus jóvenes también atraviesan una etapa larval en la que están indefensos, y que duro más de lo que algunos de ellos piensan. Y cuando es la hora de reproducirse, todos se convierten en zánganos o pequeñas madres, pequeños máquinas que tienen sólo un objetivo en la vida: gozar del sexo y morir.›

‹Ellos creen que son racionales a lo largo de todos esas etapas.›

‹Se engañan a sí mismos. Incluso en sus mejores ejemplos, nunca, como individuos se alzan sobre el nivel de trabajadores manuales. ¿Quién entre ellos tiene tiempo poro volverse inteligente?›

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